
La Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes, accedió al trabajo, liderado por la Universidad George Washington, que tuvo como objetivo entender cómo las alteraciones en temperatura, dióxido de carbono y patrones de polinización están afectando a la salud pública. Lo que encontraron fue inquietante: más del 60 por ciento de los estudios mostró un aumento significativo en la concentración de polen y una extensión en las temporadas de floración.
La rinitis alérgica —que ya afecta a más de 500 millones de personas en el mundo— dejará de ser una molestia estacional para convertirse en un síntoma crónico. ¿Por qué? Porque las plantas liberan más polen cuando hay más dióxido de carbono. Y porque florecen antes, y por más tiempo, cuando la temperatura sube. Un combo perfecto para multiplicar los síntomas.
El estudio pone especial énfasis en la ambrosía, una planta que ya se ganó el título de “terror verde”: produce enormes cantidades de polen, es resistente y se está expandiendo hacia regiones donde antes no sobrevivía. Con el calentamiento global, esa expansión es cada vez más rápida. Y más irritante.
Enfermar cuesta caro
Los autores advierten que la mayoría de los sistemas de salud no está considerando el impacto ambiental como un factor central en el tratamiento de alergias. Los médicos siguen recetando lo mismo sin ver que el entorno cambió. “Hay una desconexión entre el diagnóstico clínico y la evidencia ambiental”, escriben. Y remarcan que esta desconexión puede tener consecuencias a largo plazo en términos de gasto sanitario y calidad de vida.
No es un tema menor: en Estados Unidos, los costos asociados ascienden a 3.400 millones de dólares anuales, entre medicamentos, consultas y pérdida de productividad. Y en contextos vulnerables, el impacto es aún más profundo: más hospitalizaciones, menos acceso a tratamiento y peores condiciones de vida.
Pero claro: eso implica decisiones. Y ahí es donde empieza el problema. El estudio es claro: más calor, más polen. Más polen, más enfermos. No es una metáfora. Es un dato. Y mientras el clima se descontrola, nadie parece hacerse cargo. Ni los gobiernos, ni los laboratorios, ni mucho menos los que todavía creen que el calentamiento global es un invento.
Con todo, la próxima vez que le moquee la nariz, piense que quizás no sea solo una alergia: puede ser el planeta pasándole factura. Y por ahora, no hay antihistamínico que alcance.