
La Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes accedió al estudio completo, realizado por investigadores del Centre for Clinical, Social and Cognitive Neuroscience de la City, St George’s University of London (Reino Unido), en colaboración con la Fundació Mona y la Universitat de Girona (España). El objetivo fue explorar si los mecanismos sociales que desencadenan la imitación de un bostezo —normalmente asociados a la empatía— podían activarse frente a un estímulo no humano, sin emociones ni intenciones reales.
Un experimento sin precedentes
Para poner a prueba la hipótesis, los científicos diseñaron un robot con aspecto humano, recubierto en silicona y equipado con 33 servomotores capaces de reproducir expresiones faciales complejas. La estrella del repertorio fue un bostezo completo, lento y realista. El androide fue presentado a catorce chimpancés adultos alojados en el santuario de Fundació Mona, en tres condiciones distintas: boca cerrada (expresión neutra), boca entreabierta (sin connotación emocional) y bostezo completo (boca ampliamente abierta con cierre de ojos). Cada animal fue expuesto a las tres secuencias, mientras se registraba su comportamiento.
El resultado fue asombroso y contundente: ocho de los catorce chimpancés bostezaron luego de ver al androide hacerlo. Además, muchos comenzaron a acostarse, juntar ramas o preparar nidos: signos inequívocos de somnolencia. En cambio, en las condiciones control y neutra no se observaron bostezos ni conductas asociadas al descanso. Es decir, los chimpancés no solo reconocieron el gesto del bostezo, sino que reaccionaron como si este viniera de un ser vivo.
Esto representa un giro en el estudio de la empatía y la imitación. Hasta ahora se creía que el bostezo contagioso requería una relación social o afectiva previa: entre individuos de la misma especie, amigos, miembros del grupo o con historial de convivencia. Lo disruptivo del nuevo estudio es que demuestra que ese mecanismo también puede ser activado por un ser no vivo, sin historia compartida ni vínculos emocionales. Una máquina, si imita lo suficiente, puede despertar una respuesta social auténtica.
Empatía mecánica y preguntas humanas
Los investigadores proponen dos explicaciones posibles. Una apunta a que los chimpancés interpretan al androide como un agente social, un “otro” con intenciones y emociones, aunque sea artificial. La otra hipótesis es más básica: que el contagio del bostezo se da por un mecanismo automático, casi reflejo, vinculado a la resonancia motora, sin necesidad de conciencia o intención. En ambos casos, el experimento sugiere que las señales visuales adecuadas pueden disparar comportamientos sociales profundos, incluso cuando provienen de una máquina.
El impacto del trabajo va más allá de la biología y abre preguntas urgentes: ¿qué tipo de vínculos pueden establecerse con entidades que solo simulan? ¿Qué emociones reales pueden ser provocadas por emociones falsas? ¿Dónde queda el límite entre empatía y programación?
Hoy existen robots que cuidan adultos mayores, enseñan a niños o acompañan terapias. Si un androide puede provocar un bostezo, ¿puede también inducir alegría, tristeza o miedo? ¿Puede un rostro digital generar una reacción emocional genuina? ¿Está la sociedad preparada para convivir con inteligencias que no sienten, pero que generan sentimientos?
El estudio aporta evidencia empírica e introduce una herramienta experimental novedosa: el uso de androides para investigar la cognición y la percepción social en animales. Al permitir controlar cada gesto, cada movimiento y cada estímulo, los científicos pueden aislar variables que en un contexto natural serían imposibles de estudiar por separado.
Entre la ciencia, la ética y el futuro
La investigación fue realizada bajo estrictas normas éticas. Los chimpancés viven en un entorno diseñado para fomentar conductas típicas de la especie, con acceso a espacios abiertos y enriquecimiento diario. Ningún animal fue forzado a participar ni aislado. El experimento fue aprobado por los comités de ética de todas las instituciones involucradas.
A pesar de su apariencia anecdótica, el hallazgo toca una fibra clave de la ciencia contemporánea: cómo se percibe al otro. Si una máquina es capaz de desencadenar un comportamiento social en un animal, ¿qué define realmente la empatía? ¿Es una emoción compleja, o un reflejo evolucionado para favorecer la vida en grupo?
En tiempos marcados por la expansión de la inteligencia artificial, el trabajo invita a pensar en algo más que algoritmos e impulsa a reflexionar sobre el modo en que se interpretan gestos, emociones y presencias. Si un chimpancé puede empatizar con un androide que bosteza, quizás no falte mucho para que una persona pueda reir, llorar o amar frente a una entidad que sólo sabe imitar.