
Lo que hace esta IA no es poca cosa. Traducir el ‘veni, vidi, vici’ —eso lo hace cualquiera con Google— no es el punto. Eneas puede tomar una inscripción deteriorada —una lápida rota, una moneda corroída, una columna desgastada— y completar las partes faltantes con un grado de precisión que roza el 73 por ciento. También puede ubicarla en el mapa y en el tiempo, asignándole una provincia del Imperio con un 72 por ciento de exactitud, y fechándola con una ventana de apenas 13 años de margen, según la comparación con otras inscripciones similares.
¿Magia? No. Datos. Y muchos. Eneas fue entrenado con 176 mil inscripciones latinas provenientes de todo el mundo romano antiguo. Está basado en Ithaca, otro modelo de DeepMind lanzado en 2022 que ya había sorprendido al predecir con altísima precisión la datación y ubicación de textos históricos. Eneas hace algo más que trabajar con texto: también interpreta imágenes. Es lo que se llama un modelo multimodal. Un investigador puede subir una foto de un fragmento de mármol con letras a medio borrar, y la IA devuelve posibles reconstrucciones, lugares de origen y paralelismos con otras piezas halladas.
Historia antigua, revolución moderna
Lo notable de esta IA no es solo su precisión, sino su disponibilidad. Google anunció que Eneas será de acceso gratuito para investigadores y estudiantes, y que planea incorporarlo a programas educativos que integren habilidades técnicas con pensamiento histórico.
Más allá del aula, el impacto puede sentirse en archivos, catálogos, colecciones digitales y fondos que permanecen semiocultos por falta de tiempo, personal o presupuesto. “También creo que puede transformar el trabajo de archivo y catalogación —agrega Vasquez—. Como ya lo hizo la digitalización. Hoy accedemos a diarios y revistas digitalizadas que antes estaban solo en papel. Lo mismo puede pasar con estas inscripciones: si ese acceso puede extenderse gracias a la IA, aunque se pierda algo de la ‘presencia’ del objeto, se gana mucho en comprensión, en apertura, en producción de nuevas lecturas”.
La verdadera potencia de Eneas no está en reemplazar el saber. Está en abrirlo. En poner al alcance de cualquiera fuentes históricas que, hasta hace poco, solo eran accesibles para quienes podían viajar, escanear o tener un respaldo institucional. La piedra es la misma, pero ahora vive en la nube.
El futuro del pasado
Lo que propone esta IA no es un futuro sin historiadores, sino un presente con nuevas herramientas. Al igual que la imprenta en el siglo XV o la digitalización en los años noventa, la inteligencia artificial no reemplaza a las disciplinas: las impulsa a transformarse, a adoptar otras formas de trabajo y a ampliar sus horizontes. En este caso, incluso permite recuperar fragmentos del pasado que parecían perdidos para siempre.
“Esta tecnología puede ayudar a descubrir nuevos textos, agilizar el trabajo con fuentes antiguas e incluso identificar inscripciones que todavía no han sido interpretadas. Como sucedió con la digitalización, la inteligencia artificial traerá desafíos —como el acceso a los datos o la precisión de las interpretaciones—, pero también enormes beneficios para la investigación histórica”, concluye la docente de la UNQ.
Con todo, si en los orígenes fue el verbo, hoy ese verbo puede volver a ser leído. Solo que esta vez llega envuelto en líneas de código, impulsado por algoritmos, listo para ser traducido de nuevo. Y si es con la ayuda de Eneas, mucho mejor.

