
La Agencia de noticias científicas de la Universidad Nacional de Quilmes accedió a una investigación, liderada por la Universidad de Xiamen (China) y publicada en Nature Cardiovascular Research, que se apoyó en una fortaleza técnica: participantes del UK Biobank llevaron durante una semana un acelerómetro en la muñeca que registró movimiento real, minuto a minuto. Con esa película precisa, los autores cruzaron la actividad con eventos cardíacos y muertes a lo largo de ocho años de seguimiento. Analizaron a 80.243 personas sin enfermedad coronaria y a 5.169 pacientes que ya la tenían, con ajustes por edad, tabaquismo, alcohol, sueño, dieta, IMC y comorbilidades. La misma “dosis” de ejercicio se asoció a más protección en mujeres que en hombres.
En prevención primaria, cumplir las recomendaciones mínimas ya hizo diferencia: quienes alcanzaron 150 minutos semanales de actividad moderada o 75 de vigorosa tuvieron menos riesgo que quienes no llegaron, con una reducción del 22 por ciento en mujeres y 17 por ciento en varones. Cuando la meta fue bajar 30 por ciento el riesgo de coronaria, la brecha se volvió nítida: ellas lo lograron con 250 minutos/semana; ellos, con 530. Entre quienes ya vivían con enfermedad coronaria, para reducir la mortalidad global en magnitudes comparables, ellas necesitaron 51 minutos/semana y ellos 85. No es permiso para hacer menos: más movimiento sigue siendo mejor para todos; el hallazgo habla de mayor eficiencia promedio en mujeres.
Qué podría explicarlo
Las razones no tienen un único dueño. Los autores señalan diferencias biológicas plausibles: estrógenos que modulan metabolismo y función vascular; y una composición muscular distinta —ellas, más fibras tipo I de resistencia; ellos, más tipo II explosivas— que podría traducirse en beneficios cardiovasculares con menor “dosis” de actividad.
La novedad convive con un hecho conocido: la coronaria sigue siendo la principal causa de muerte. Los varones suelen enfermar antes; las mujeres “alcanzan” las tasas después de la menopausia, cuando cambia la balanza hormonal y metabólica. Ese corrimiento no protege para siempre: solo demora el golpe. Si el beneficio llega antes por minuto, conviene que el mensaje también llegue antes.
Nada de esto vuelve obsoletas las guías. La OMS y la American Heart Association recomiendan a los adultos 150 a 300 minutos semanales de actividad moderada o 75 a 150 de vigorosa, más dos sesiones de fuerza. Es un piso sensato. Lo que aporta este paper es un matiz de comunicación: en promedio, las mujeres pueden cosechar gran parte de la protección con menos tiempo que los varones. Para todos, la receta no cambia: moverse más.
La escena cotidiana vuelve como espejo. Para una trabajadora que combina subte, compras y cochecito, saber que cuatro horas a la semana —caminatas rápidas, bici en el parque o baile en el club— ya marcan diferencia puede ser la llave que faltaba. Para un oficinista que mira el reloj y llega tarde al gimnasio, aceptar que necesita unos minutos extra quizá sea el antídoto contra la resignación. Y para ambos, la pulsera que vibra en la muñeca puede dejar de ser un juguete: un recordatorio de que el cuerpo está hecho para moverse y que el sedentarismo pasa la factura, minuto a minuto.

