Gustavo Lugones: “La verdadera ciencia está en conectar a los laboratorios con la vida real”
El Profesor Emérito de la UNQ defiende la transferencia tecnológica como el puente necesario entre la ciencia y la sociedad. Cómo y por qué la investigación puede mejorar la vida de las personas.
Gustavo Lugones se mueve con facilidad entre el mundo académico y el terreno de las ideas prácticas. Si bien su currículum podría intimidar a cualquiera —Profesor Emérito de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), ex rector, y director de la Maestría en Ciencia, Tecnología y Sociedad— lo que lo define no son los títulos, sino su obsesión por una pregunta que lleva años masticando: ¿cómo hacer que la ciencia trascienda las paredes de los laboratorios y sirva para algo concreto? “Si el conocimiento que generamos no sirve para mejorar la vida de la gente, no tiene sentido”, dice a la Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes.
Lugones no es de los que se quedan cómodos en la teoría. Su trayectoria lo demuestra. Fue director general del Consejo Interuniversitario Nacional y colaboró con organismos internacionales como Naciones Unidas, el Banco Mundial y la OCDE. Pero lo que le da chispa a su relato es un tema que muchos académicos prefieren esquivar: la transferencia tecnológica. “Para muchos de mis colegas, la transferencia es casi una herejía”, comenta con una sonrisa irónica. “Algunos piensan que todo se lo lleva el sector privado o que los recursos se malgastan. Pero, ¿de qué sirve investigar si no podemos aplicar lo que descubrimos?”.
Su lucha personal fue encontrar la manera de romper con ese esnobismo intelectual. “Fue difícil al principio”, admite, mientras se detiene un momento a pensar. “Tuve que cambiar mi manera de ver las cosas. Pero me di cuenta de que salir del confort de la teoría pura y llevar el conocimiento al campo práctico no solo era necesario, sino excitante. Empezás a ver que hay mucho más allá de los papers”.
Esa visión lo llevó, durante su gestión como rector de la UNQ en 2008, a crear la Secretaría de Innovación y Transferencia Tecnológica. “La hicimos para darle un marco formal a algo que ya pasaba, pero de manera desordenada”, explica. “Hoy, esa secretaría es clave para conectar lo que investigamos con el mundo real”. Y no es solo una frase hecha: bajo su batuta, la transferencia tecnológica dejó de ser un discurso académico y se transformó en una herramienta concreta para la sociedad.
Innovación y educación
Sin embargo, el camino no fue fácil. Formar los primeros equipos de investigación en la UNQ fue una tarea titánica. “No fue sencillo”, confiesa. “Había que pelear cada recurso. Conseguir cargos de dedicación exclusiva fue crucial, porque sin eso, no hay tiempo para investigar seriamente”. Lugones sabe que el mundo académico puede ser implacable, pero también que esos primeros pasos fueron fundamentales para cimentar lo que hoy es una universidad en pleno crecimiento.
Pero su interés no se limita solo a la transferencia tecnológica. Tiene un particular entusiasmo por la investigación en oncología molecular, un área en la que la UNQ brilla bajo la dirección de investigadores como Daniel Gómez y Daniel Alonso. “Lo que han hecho es impresionante”, señala. “Han trabajado en la búsqueda de vacunas para distintos tipos de cáncer, y lo más valioso es que pudieron transferir esos avances al sector sanitario. Es un verdadero logro”.
El campo en el que Lugones se siente más cómodo, sin embargo, es hablando de sus estudiantes. “Ellos son los que te hacen cuestionar todo, los que te desafían”, comenta. “Cada vez que hablo con ellos, aprendo algo nuevo. Y eso es lo maravilloso de esta profesión: siempre estás evolucionando. Nunca dejás de aprender”.
Su mensaje es claro: no se trata solo de acumular conocimiento, sino de ponerlo a disposición de la sociedad. Porque la ciencia, para él, tiene un único fin: mejorar la vida de las personas. “Si lo que hacemos no tiene impacto en el mundo real, no sirve”, remata.