Los algoritmos y el nuevo monopolio de la información: ¿quién controla lo que leemos?
Desde la Universidad Nacional de Quilmes, la investigación de Martín Becerra y su equipo destaca cómo cambia la manera en que se generan, se distribuyen y se consumen las noticias en la era digital.
¿Sabía que cada acción que realiza en su teléfono celular, cada clic, cada “me gusta” en las redes sociales, es vigilada, clasificada y, de algún modo, dirigida hacia un destino que escapa a su vista? ¿Conocía la existencia de esa red invisible, que no aparece en ningún mapa pero que lo conecta con miles de otros usuarios, lo moldea y, en cierto modo, lo redefine? En las sombras de ese entramado, hay un hombre que observa. Su nombre es Martín Becerra, docente e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ); pero no se limita a observar: desentraña, desafía y, lo más peligroso de todo, revela lo que muchos prefieren que permanezca a oscuras.
¿Qué revela? La estructura oculta que regula el flujo de información en la era digital. “La información está concentrada en manos de unos pocos, y eso tiene un impacto en todos nosotros”, afirma Becerra, Doctor en Ciencias de la Información y experto en políticas de medios, telecomunicaciones y TIC, en conversación con la Agencia de Noticias Científicas de la UNQ. Sus investigaciones destacan cómo empresas como Google y Facebook reconfiguran el acceso al conocimiento, mientras que las corporaciones tradicionales mantienen su dominio sobre diarios, canales y radios.
Esto significa algo simple: lo que usted ve en su feed no es casualidad. Los algoritmos priorizan lo que les genera más dinero, no lo que realmente importa. Y eso tiene consecuencias: desinformación, noticias falsas y una democracia menos informada.
Hace un cuarto de siglo, la UNQ, desde la Secretaría de Investigaciones, institucionalizó el sistema I+D+I, un espacio donde el pensamiento crítico florece a pesar de las dificultades. En medio de crisis económicas, presupuestos ajustados y becas que no alcanzan para llegar a fin de mes, la Secretaría sostiene un sistema que no siempre encuentra el respaldo que necesita. “La universidad pública es un milagro argentino. Es un sistema muy frágil. Los becarios y jóvenes investigadores que formamos hacen un esfuerzo inmenso, y muchos se quedan en el camino. Pero hay algo que nos mantiene de pie, y es la curiosidad”, afirma Becerra.
La Secretaría fue clave en la creación y el desarrollo del Centro de Investigación Industrias Culturales, Políticas de Comunicación y Espacio Público (ICEP), el espacio que dirige y donde se reúnen investigadores formados junto a estudiantes posgraduales de maestría, doctorado y posdoctorado, dedicados a explorar el complejo universo de la comunicación, las políticas culturales y las industrias mediáticas. Desde allí, también colabora con otros académicos, instituciones y expertos de distintos países, ampliando el campo de acción y conectando su investigación con debates globales sobre el futuro de la comunicación.
“Integrar distintas disciplinas, como la comunicación, la política, la sociología y la tecnología, nos permite generar investigaciones más completas y profundas“, explica. Y subraya: “Aunque enfrentamos limitaciones presupuestarias, la Secretaría hace un esfuerzo constante por mantener un compromiso firme con la investigación, creando becas internas y promoviendo proyectos que fortalecen la cooperación internacional”.
Becerra es investigador principal en Conicet, lo que en otras palabras significa que está en la elite de los científicos argentinos. Sin embargo, su rutina es la de cualquier trabajador que pelea para hacerle frente a los recortes. “En la UNQ tratamos de sostener un equipo de trabajo que lleva más de 20 años. Pero es difícil abstraerse del contexto”. Porque claro, hacer investigación en Argentina es como jugar al TEG con medio tablero perdido. Las reglas cambian todo el tiempo, y los recursos nunca alcanzan.
Según explica, el problema es estructural. Las universidades públicas argentinas son fábricas de talento, pero ese talento se termina yendo porque no hay cómo retenerlo. “Muchos de los jóvenes investigadores que formamos acá terminan en otras universidades o en el exterior. Es un desafío consolidar equipos de trabajo con recursos tan limitados”, detalla. Pero, como todo buen argentino, le encuentra la vuelta: “A la larga, se terminan generando redes de colaboración con esos investigadores que emigran. Es como una red de resistencia. Porque si hay algo que este país sabe hacer es eso: resistir“, concluye. Y refleja esa fuerza colectiva que hace que, pese a todo, la universidad pública siga siendo un lugar donde el conocimiento transforma realidades.