
“San Martín tiene un privilegio en el panteón de los próceres, pero no siempre fue así. Si, por ejemplo, pensamos en la época de las independencias, los vecinos le enviaban cartas a Juan Martín de Pueyrredón quejándose porque los impuestos que pagaban eran dirigidos al Campamento El Plumerillo y ellos decían que no necesitaban de la independencia de Chile, cosa que hoy se valora”, explica Inti Yanasu Artero Ituarte, docente del Diploma de posgrado en Historia Pública y Divulgación de la Historia de la UNQ, a la Agencia de Noticias Científicas. En aquel momento, Pueyrredón era Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata y apoyó activamente la campaña del Ejército de Los Andes que se preparó en el Campamento El Plumerillo.
De hecho, según cuenta Ituarte, no se lo reconoció como “Padre de la Patria” hasta que Bartolomé Mitre escribió “Historia de San Martín y de la Emancipación Sudamericana”. Allí, el expresidente de la Nación recuperó la imagen del prócer, pero decidió omitir algunos hechos, como el regalo del sable corvo por parte de San Martín a Juan Manuel de Rosas.
“La historia se mide con posicionamientos, no se puede pensar una historia inocente. No es casualidad que Mitre haya dejado de lado el sable corvo por su desprecio a Rosas, él decide no hablar de eso”, describe Ituarte. Así, en sus escritos, Mitre plantea una línea de continuidad en relación a los valores de la nación, la civilización y el progreso entre Belgrano, San Martín, Rivadavia y él mismo, pero deja a un costado aquello que atente contra esta idea.
De todas maneras, después del escrito de Mitre aparecieron discursos que cuestionaban la figura de San Martín. Por ejemplo, se decía que espiaba para Inglaterra, que no realizaba sus acciones en favor de una nueva nación sino de una nueva colonia de la corona británica o que había partido a Bélgica (1824-1829) por intereses económicos y que este territorio no le importaba. “El Instituto Sanmartiniano, que ahora fue disuelto, tuvo la función hasta 1983 de refutar toda teoría que quisiera manchar la imagen del prócer sin evidencias”, sostiene el docente ante la Agencia.
Asimismo, hay otros componentes que hacen que la figura de San Martín haya quedado inmaculada. Por ejemplo, hay sólo dos imágenes de él en vida: un cuadro pintado por José Gil de Castro en el que se ve al prócer de 39 años con el sable corvo bajo el brazo (cuadro que se llevó con él al exilio en Europa y hoy está en el Museo Histórico Nacional) y un daguerrotipo de un San Martín adulto.


Además, el hecho de que en 1824 se haya exiliado en Europa, hizo que no participara activamente de otras guerras que tuvieron lugar en la historia nacional, como por ejemplo la de unitarios y federales. De esta forma, su imagen quedó “atada” a los hechos de la liberación nacional.
“Igualmente, hay cuestionamientos que se hacen con el pasar del tiempo a esta figura. Un ejemplo es Zamba, un personaje que no podría existir si no fuese por San Martín. En un capítulo, él le cuestiona al prócer que la Logia Lautaro haya querido tirar abajo el Triunvirato, que se reúna en secreto y que use la violencia. En ese momento, se deja ver a un general que es efectivamente un actor político y que la violencia era una herramienta para hacer política en aquel entonces“, reflexiona Ituarte.
El libertador vigila desde la Catedral
Tras 30 años de su fallecimiento, el 28 de mayo de 1880 fueron repatriados los restos del general. Fueron alojados en la Catedral Metropolitana de Buenos Aires, ubicada entre el Cabildo y la Casa Rosada.
“Este hecho es una lectura de la historia: no fue puesto en cualquier sitio sino en un lugar privilegiado del panteón de próceres. Como San Martín se exilió rápidamente, no hay mucha reverberación sobre su figura como sí sucedió con Rosas. Entonces, cuando llegan los restos, el Estado inmediatamente construye la imagen de héroe y la difunde por las escuelas y los medios de comunicación”, manifiesta Ituarte.
El sable corvo y su disputa hasta hoy
Asimismo, Mitre no fue el único que supo ver, por omisión, la importancia que tenía el sable corvo. Tras la muerte de Rosas, su familia donó el sable al Museo Histórico Nacional y, a los pocos años, el Ejército lo pidió como propio para su colección.
“El Museo lo cede porque se veía como algo exclusivamente militar. Ahí se puede ver otra lectura que luego va a cambiar: el sable era custodiado por el Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín, este establecimiento militar era de acceso más abierto y se pensaba otro acercamiento con los civiles. Pero, después de 1983, la lectura sobre las fuerzas armadas cambia poderosamente”, retrata Ituarte. Así, en 1996 se realizó el primer pedido para que el sable corvo fuera patrimonio histórico y volviera a estar en el Museo. Recién esto se logró en 2015.
La historia, sin embargo, no terminó ahí. De manera reciente se conoció que el presidente Javier Milei solicitó al Museo el sable para utilizarlo en un acto pero se le fue negado. Pedido que no es inocente: el mandatario buscó anclar su discurso de “libertad” con el uso del sable corvo de San Martín.
“El patrimonio histórico corresponde al Estado, no al gobierno. Es parte de pujas y tensiones, pero también es parte de los consensos de la sociedad. El Museo obra bien porque lo que hace es defender y preservar el patrimonio al entender que no se lo puede utilizar con fines propagandísticos, no importa el partido político”, reflexiona el docente.
La historia es tensionada constantemente por distintas lecturas que se hacen. El problema está cuando esas miradas no están basadas en evidencias ni en una determinada cantidad de fuentes consultadas. En la actualidad, se busca polemizar la historia pero no entenderla ni consensuarla. “El objetivo es legitimar el discurso actual de gobernantes sin importar lo que pasó en el pasado. Así, por ejemplo, deja de importar también otras cuestiones como los 30 mil desaparecidos porque lo supuestamente importante es bancar el discurso actual. Esta lectura tampoco es inocente: la historia es un factor de legitimidad para poder hacer política”, define Ituarte.