
El hallazgo tensiona la lógica de la medicina. Se supone que cuanto más grande y longevo es un animal, mayores son sus probabilidades de acumular mutaciones que deriven en cáncer. Las tortugas, en cambio, parecen haber encontrado un camino propio. Algunas superan los 200 kilos y alcanzan los 150 años sin que las estadísticas jueguen en su contra. Burt, una tortuga radiada del Zoológico de Chester nacida en 1945, sigue siendo un símbolo viviente de esa resistencia biológica: siete décadas después, su caparazón continúa indemne y su metabolismo, imperturbable.
El estudio no fue un ensayo de laboratorio, sino un trabajo retrospectivo y minucioso. Los investigadores recopilaron expedientes clínicos y necropsias de tortugas mantenidas en zoológicos de Estados Unidos, el Reino Unido y Europa. Con esos registros en mano, calcularon la frecuencia real de tumores y distinguieron cuáles eran malignos. Además, cruzaron esos resultados con la literatura previa de oncología comparada para descifrar patrones. La pregunta que los guiaba era simple: ¿qué explica la sorprendente resistencia de estos reptiles?
Las claves de un blindaje biológico
La primera pista se esconde en sus células. A diferencia de otros animales, las células de las tortugas parecen contar con sistemas de reparación y control de una precisión quirúrgica. Detectan y eliminan con rapidez cualquier anomalía antes de que se transforme en un tumor. Son centinelas que no descansan, un mecanismo de vigilancia que, en los humanos, bien podría ser la envidia de cualquier oncólogo.
El metabolismo es otro capítulo clave. En biología, la velocidad cuesta caro: los organismos que consumen energía con frenesí acumulan daños más rápido. Un ratón, por ejemplo, vive al máximo y muere joven. La tortuga, en cambio, avanza en cámara lenta: gasta poco, produce menos radicales libres —moléculas que dañan el ADN— y reduce el desgaste oxidativo que acelera la vejez celular. Su parsimonia no es pereza, es estrategia.
La genética refuerza esa coraza. En ciertas especies, los científicos identificaron duplicaciones y variantes únicas en genes vinculados con la reparación del ADN y la supresión de tumores. Esos genes existen en la mayoría de los animales, pero en las tortugas parecen amplificados, como un sistema de seguridad instalado dos veces. Algo similar ocurre en los elefantes, otra especie longeva que contradice la llamada Paradoja de Peto: según la lógica, los animales más grandes y de vida extensa deberían padecer más cáncer, pero algunos —como tortugas y paquidermos— burlan la regla gracias a mutaciones protectoras.
El sistema inmunológico también aporta lo suyo. El cáncer suele florecer en tejidos donde la inflamación se vuelve crónica. Las tortugas, sin embargo, parecen evitar esas respuestas prolongadas, bloqueando un terreno fértil para los tumores. Es un detalle sutil, pero decisivo: menos inflamación, menos riesgo.
Por último, está la explicación evolutiva. La selección natural no negocia. Quien vive mucho queda más expuesto a amenazas que acortan la vida antes de reproducirse. Durante millones de años, las tortugas que desarrollaban cáncer en etapas tempranas simplemente desaparecieron de la línea genética. Las que resistieron transmitieron sus defensas, y esa herencia fue consolidando un linaje con un blindaje cada vez más robusto.
¿Qué hay detrás de este misterio?
Biología. Defensas celulares de elite, metabolismo pausado, genética protectora, control inmunológico y presión evolutiva se combinan en un equilibrio que convierte a las tortugas en un laboratorio viviente para entender cómo prolongar la vida sin la sombra del cáncer.
El hallazgo también pone en valor el rol de los zoológicos que participaron de la investigación. Más allá de la conservación de especies amenazadas por el tráfico ilegal o la pérdida de hábitat, esas instituciones permiten seguir de cerca la salud de animales que, sin saberlo, están ofreciendo a la ciencia las claves de la longevidad. Con todo, en el caparazón de una tortuga, tal vez se esconda una de las respuestas más deseadas de la biología moderna: cómo envejecer mucho, y enfermar poco.

