Wegovy en farmacias argentinas: promesa clínica vs. desigualdad

El revolucionario fármaco contra la obesidad promete menos kilos y menor riesgo cardíaco, pero choca con precios y cobertura desigual. La voz de un especialista.

Con un costo elevado y cobertura desigual, Wegovy llega a un país con un sistema de salud fragmentado, planteando preguntas sobre su equidad. Créditos: Gettyimages.
Una balanza en el centro del debate sanitario: la llegada de Wegovy abre una nueva etapa en el tratamiento de la obesidad, marcada por desigualdades. Créditos: Gettyimages.

La escena es conocida. Farmacia de barrio en Caballito, tarde gris. Un cliente se acomoda la campera, baja la voz y pregunta como quien pide un favor: “¿Wegovy hay? ¿Aunque sea Ozempic?”. Del otro lado, el libreto de 2025: receta, auditoría, tal vez lista de espera. La novedad es que ahora la pregunta tiene respuesta: Wegovy, la formulación de semaglutida para control de peso, empezó a venderse en Argentina esta semana. Con ese dato, el murmullo de mostrador se transformó en tema de sobremesa.

¿De qué hablamos cuando hablamos de semaglutida? “La semaglutida imita una hormona del intestino (GLP-1): baja el apetito, ralentiza la salida de la comida del estómago y ayuda a ordenar el azúcar en sangre”, explica Facundo Pérez, médico especialista en Medicina Familiar y Diabetes, a la Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes.

Pérez lo resume así: “Cuando el azúcar sube, la semaglutida ayuda a que el cuerpo libere más insulina y, al mismo tiempo, le ‘avisa’ al hígado que fabrique menos. Así la glucosa se mantiene más estable sin depender solo de la fuerza de voluntad”.

Además, bloquea parcialmente el glucagón (la hormona que eleva el azúcar), con lo que evita picos; retrasa el vaciamiento gástrico, por eso da más saciedad y reduce el picoteo; y mejora el trabajo de las células beta del páncreas —las que producen insulina—, lo que ayuda a mantener la glucemia bajo control.

Qué puede y qué no puede (hasta ahora)

En los grandes ensayos, con dosis semanales y cambios de hábitos, la semaglutida logró pérdidas de peso de dos dígitos (promedios cercanos al 15 por ciento). El estudio SELECT sumó el dato que cambió la charla cardiológica: en personas con obesidad/sobrepeso y enfermedad del corazón, redujo un 20 por ciento infartos, ACV o muerte cardiovascular. No es solo verse mejor: es vivir mejor cuando el riesgo de base es alto.

Depende de cada persona: muchos notan señales en semanas y resultados más claros en meses; si se deja, parte del peso puede volver. Por eso se usa con seguimiento y expectativas reales”, detalla Pérez. La letra chica importa: si se corta sin plan, el peso rebota. La obesidad es una enfermedad crónica; el fármaco, también. Y pide compañía: comida sensata, músculo en movimiento, buen sueño y cabeza acompañada. “La semaglutida ayuda, pero no reemplaza moverse más, comer mejor, dormir bien y pedir ayuda si hay ansiedad o estrés; el combo tratamiento más hábitos es el que mejores resultados da”, insiste el médico.

¿Cómo es el mapa argentino de la semaglutida? Acá arranca la parte tensa. Obesidad sin diabetes: la agencia evaluadora del Ministerio de Salud (CONETEC) no recomendó incluir estos fármacos en la cobertura obligatoria. En criollo: no hay obligación para obras sociales y prepagas; algunas cubren por excepción, con papeles y peregrinaje. Diabetes: el PMO sí exige cubrir medicación para DM2, con auditorías y porcentajes; PAMI anuncia cobertura total para tratamientos registrados, previa inscripción. La foto real cambia por barrio, financiador y auditor.

Precios (octubre 2025, según dosis y farmacia): $300.000–$360.000 al mes en esquemas para diabetes y hasta $650.000–$700.000 en dosis altas para control de peso. Sí, leyó bien. En el interior, además, suelen aparecer viajes y espera. En AMBA, la disponibilidad mejora, pero no siempre hay stock de la dosis indicada. En paralelo, proliferan atajos peligrosos: ventas online, “comprimidos milagro”, magistrales sin respaldo. El mercado negro es a la salud lo que el dólar blue a la economía: parece fácil, hasta que sale caro.

Seguridad: semáforo en amarillo

Los efectos adversos más frecuentes son: náuseas, vómitos, diarrea —sobre todo al escalar dosis—, además de estreñimiento y reacciones locales. Hay alertas por pancreatitis y enfermedad de vesícula. Está contraindicada con antecedentes personales o familiares de carcinoma medular de tiroides o MEN2. En personas con diabetes y retinopatía, bajadas rápidas de la glucosa pueden empeorar transitoriamente el cuadro: no es para alarmarse, pero sí para controlar con oftalmología. La farmacovigilancia —reportar y seguir eventos— vale tanto como la balanza.

 “No se indica si sos alérgico al fármaco, tuviste pancreatitis, estás embarazada o amamantando, y vos o tu familia tienen antecedentes de carcinoma medular de tiroides. Los efectos más comunes son náuseas, vómitos, diarrea, estreñimiento y molestia en el sitio de la inyección; si se combina con insulina o sulfonilureas, puede provocar hipoglucemias. Se aplica una inyección subcutánea semanal y la constancia —mismo día y controles— es tan importante como la dosis”, alerta Pérez.

¿Por qué esta vez sí mueve la aguja? Porque, por primera vez, un fármaco para el peso cumple un triple estándar: baja kilos de forma sostenida, mejora marcadores metabólicos y reduce eventos cardiovasculares en alto riesgo. Ese trípode deja de ser promesa y empieza a reordenar el tablero.

 En lo clínico, más equipos tratan la obesidad como enfermedad —metas, seguimiento y criterios de continuidad— y no como sermón de voluntad. En lo social, la charla se corre de la culpa al derecho a tratar: menos moralina, más acceso y acompañamiento. En el mercado, los laboratorios amplían capacidad, el Estado mide impacto presupuestario y los financiadores aprenden un abecé nuevo: pagar por resultados y no por slogans. “Puede ser muy útil para algunas personas: cuando la receta un profesional y se combina con hábitos sanos, mejora la salud y la calidad de vida. No es una varita mágica; es una herramienta dentro de un plan”, cierra el especialista.

¿Y las alternativas? No es la única carta. Hay otros fármacos con efecto en pesoliraglutida, naltrexona–bupropión, orlistat— y, en casos seleccionados, cirugía metabólica con evidencia sólida. La tirzepatida, favorita en congresos, no está autorizada en Argentina. Conviene bajar la espuma: la semaglutida no reemplaza platos más chicos, pasos más largos ni una red de cuidado. Los potencia.

Lo incómodo (y bien argentino) es una frase que casi nadie dice en voz alta: sin cobertura, no hay curva que doblar. El precio mensual compite con el alquiler de un dos ambientes. La brecha territorial salta a la vista: no es lo mismo una prepaga grande en Palermo que una obra social provincial en La Rioja. Y el sistema fragmentado deja a los médicos entre tres fuegos: evidencia, auditoría y el “doctor, no llegó”.

Con todo, la semaglutida puede cambiar el partido para muchas personas, pero el gol lo hace el equipo completo: hábitos, seguimiento y un tratamiento bien indicado… y bien cubierto.


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