
En diálogo con la Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes, Sebastián Rubinstein, un carpintero quilmeño que vive en el Cerro Otto hace quince años y trabaja con maderas locales, cuenta su experiencia y cómo trabajan en conjunto los vecinos y las autoridades para detener el fuego. “El lunes a la noche se formó un foco de incendio y con los vecinos empezamos a llamar a los bomberos. Llegaron al lugar, que es un terreno privado, recorrieron cuatrocientos metros por arriba de la montaña y no encontraron nada. Volvieron al cuartel y a los diez minutos se desató otro incendio. Se hará la investigación policial, pero estamos convencidos de que son todos focos intencionales. Hay mucha especulación inmobiliaria porque son tierras muy codiciadas en zonas ambientales protegidas con vegetación autóctona. El tema es que hay gente sin escrúpulos y suceden estas cosas”, relata Rubinstein.
Y continúa con su relato: “Los vecinos del barrio estamos organizados con los incendios porque nuestras casas están pegadas al bosque. Entonces, realizamos limpieza de ramas, y ampliación de calles para tratar que se conviertan en un cortafuegos. Además, hacemos rondas en la montaña como para ir apagando focos. Estuvimos ayudando a los bomberos llevando bidones de agua hacia la montaña y fue muy agotador. Nos rotamos entre los vecinos y tuvimos más de seis horas de trabajo hasta que logramos contener el el fuego con la ayuda de un avión hidrante y un helicóptero”.
Caras de una misma moneda
El problema de los incendios forestales tiene al menos dos ejes. El primero está ligado a la prevención y a la concientización de la población (en el caso de los que no son intencionales), y el segundo tiene que ver con el impacto que genera. En este sentido, los focos de fuego y el cambio climático se alimentan y se agravan mutuamente.
En este sentido, un informe publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente advierte: “Los incendios forestales empeoran por el cambio climático debido al aumento de la sequía, las altas temperaturas del aire, la baja humedad relativa, los relámpagos y los fuertes vientos que provocan temporadas de incendios más cálidas, secas y largas. Al mismo tiempo, el cambio climático empeora los incendios forestales, sobre todo al arrasar ecosistemas sensibles y ricos en carbono como las turberas y los bosques tropicales”.
Al respecto Rubinstein explica: “Recién estamos en primavera y hay temperaturas de 28 grados. El invierno pasado casi no tuvo lluvias ni nieve, o sea que esto recién empieza. Lamentablemente, esto está pasando cada vez más y tenemos que prepararnos como vecinos para tratar de tener una primera línea de combate antes que lleguen los bomberos. Son zonas muy inaccesibles donde todo es a pie, no entra un camión de bomberos ni un cuatriciclo. Por lo tanto, hay que subir motosierras y bidones de agua para abastecer. El tema es que está pasando cada vez más porque el clima cambia, en Bariloche hace mucho calor y encima hay sequía”.
Esta situación agranda la magnitud de los focos, que son cada vez más frecuentes e intensos, y se repiten en diferentes lugares del mundo, en especial en los meses de mayor temperatura. Según los cálculos de la ONU, se estima que los incendios extremos podrían aumentar en todo el mundo hasta un 14 por ciento en 2030, un 30 por ciento en 2050 y un 50 por ciento a finales de este siglo.

