Oncología y compromiso: 25 años de ciencia desde la UNQ

Daniel Gomez volvió, construyó e investigó. Hoy su laboratorio transforma la lucha contra el cáncer y es referencia internacional.

Desde sus inicios, inspira a las futuras generaciones a perseverar en la búsqueda del conocimiento y la innovación. Crédito: Prensa UNQ.
La investigación científica como un camino difícil, pero increíblemente gratificante. Crédito: Prensa UNQ.

No hay guardapolvo blanco que resguarde del vértigo de empezar desde cero. Pero eso fue, precisamente, lo que hizo Daniel Gomez cuando dejó los laboratorios de vanguardia en Estados Unidos para regresar a la Argentina. En 1996, con una universidad joven como la de Quilmes y apenas un puñado de estudiantes inquietos, comenzó a construir desde la pasión y la experiencia lo que, con los años, se transformaría en uno de los centros más destacados de oncología molecular del país. No fue simplemente un regreso: fue una toma de posición. Una convicción profunda de que la ciencia también puede crecer desde el sur, con los pies en el barro y la mirada proyectada hacia el porvenir.

Por entonces, el contexto científico argentino atravesaba, como tantas veces, una etapa compleja. Gomez venía de seis años de investigación en el Instituto Nacional del Cáncer de los Estados Unidos, donde contaba con fondos, tecnología de punta y prestigio. Aquí, en cambio, lo esperaba el desafío de empezar de nuevo. Y eligió hacerlo. No en una universidad tradicional de renombre, sino en una institución emergente: la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), pública, joven y decidida a apostar por la ciencia y la tecnología.

“No teníamos nada, literalmente nada. Ni laboratorio, ni equipamiento, ni personal. Solo una enorme convicción”, recuerda. Con esa convicción, y con una primera camada de estudiantes que se sumaron con entusiasmo, comenzó a tomar forma el Centro de Oncología Molecular y Traslacional, hoy uno de los más importantes del país y con proyección internacional.

La palabra “traslacional” no es un capricho. Es una declaración de principios: la ciencia que produce Gomez no se queda en los papers. Tiene como objetivo llegar al paciente, a la sociedad, a quienes más lo necesitan. Su laboratorio investiga marcadores moleculares para distintos tipos de cáncer, desarrolla plataformas diagnósticas y trabaja en terapias biotecnológicas con potencial de aplicación real. Algunos de estos desarrollos están ya en fase de transferencia tecnológica, un hito en el ámbito universitario argentino.

En sus 25 años como profesor titular e investigador de la UNQ, Gomez dirigió más de 30 tesis doctorales y formó a generaciones de científicos que hoy ocupan cargos estratégicos en universidades, empresas y organismos estatales. Entre ellos, Hernán Farina, actual Secretario de Vinculación Tecnológica de la UNQ.

“El impacto real de la ciencia está en la gente que formás. En los equipos que creás. En dejar algo que te trascienda”, dice Gomez en diálogo con la Agencia de Noticias Científicas de la UNQ.

Su trabajo no se detiene en el laboratorio. Fue distinguido como Fellow de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation, reconocimiento que destaca la excelencia y el potencial de su labor científica. Es también director de la colección Biomedicina de la Editorial de la UNQ, desde donde impulsa la divulgación científica y el acceso abierto al conocimiento.

Entre células y convicciones

Durante su gestión, el Centro de Oncología Molecular se transformó en un complejo de seis unidades especializadas. Su crecimiento fue acompañado por políticas institucionales robustas: “Hace 25 años, la institucionalización del Sistema I+D en la UNQ fue un punto de inflexión. Permitió sostener, profesionalizar y ampliar nuestras capacidades, incluso en contextos económicos críticos”, afirma.

Gomez es una voz activa en el debate sobre políticas públicas en ciencia. Defiende el rol estratégico del conocimiento, aun cuando —como ocurre hoy— la coyuntura política no acompaña. “La investigación es frágil en la Argentina. Hay que defenderla todos los días, porque no está garantizada. Pero eso no significa que sea inútil: al contrario. Cuando uno logra desarrollar un kit diagnóstico o formar a un investigador que luego hace un descubrimiento clave, ese impacto justifica todos los esfuerzos”.

Hay algo profundamente conmovedor en la obstinación. En ese gesto casi quijotesco de resistir cuando el viento sopla en contra, cuando el suelo cruje y no hay garantías de éxito. Así trabaja Daniel Gomez, y así vivió buena parte de su vida: tejiendo ciencia con hilo fino en un país que muchas veces parece no saber qué hacer con los científicos.

¿Qué les diría a los jóvenes que hoy dudan si dedicarse a la ciencia en un país donde los recursos escasean? Su respuesta no es romántica. Es realista, pero firme: “Investigar en la Argentina es duro, sí. Hay que ser paciente, porque los resultados no siempre son inmediatos. Pero cuando llegan, te cambian la vida. Y más aún, pueden cambiar vidas ajenas. No hay mayor recompensa que esa”.

Y ahí está, quizás, el corazón de su historia: una obstinación que no se expresa en épicas grandiosas, sino en el trabajo de cada día. En la convicción de que la ciencia, incluso hecha desde la periferia, incluso en contextos adversos, puede tener impacto. Puede transformar. Puede curar.

Gomez no lo dice con palabras rimbombantes. Lo demuestra con hechos. Con cifras. Con logros que se tocan. Y también, con algo más intangible pero no menos esencial: con una fe serena en el conocimiento como herramienta para vivir mejor.


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