No importa el país ni el idioma: pegarle a un niño siempre hace mal

La Universidad de Nueva York analizó 195 estudios y fue contundente: los golpes a los chicos no funcionan. No sirven en Suecia, ni en Senegal.

El silencio que grita. Crédito: nexxusconsulting.
El silencio que grita. Crédito: nexxusconsulting.

Una cachetada no educa. Una trompada, un chirlo o un “chancletazo”, tampoco. La ciencia lo deja por escrito, con datos, gráficos y 195 estudios que no lloran pero dicen la verdad: en los países más pobres del mundo, pegarle a un chico tiene exactamente los mismos efectos devastadores que en los países ricos.

El documento, publicado en Nature Human Behaviour y liderado por la Universidad de Nueva York, analiza dos décadas de investigaciones en 92 países de ingresos bajos y medios. Y el resultado es tan claro como incómodo: el castigo físico —los golpes que se disfrazan de crianza— solo deja marcas negativas. En la cabeza, en el cuerpo, en el alma.

“No hay ningún beneficio”, dice la investigación a la que tuvo acceso la Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes. Ni uno. Lo que sí hay: peores notas, más ansiedad, más depresión, más violencia, peor salud física, menos habilidades sociales, más riesgo de repetir lo aprendido con los puños.

Durante años, algunos académicos defendieron la idea de que en ciertas culturas tal vez los efectos no fueran tan graves. Le llamaron “hipótesis de la normatividad cultural”. Una forma elegante de justificar lo injustificable. Pero esta exploración, con datos de más de 190 trabajos previos, le pone punto final a ese argumento: no importa si es en Bangladesh, Bolivia o barrio Fátima. Golpear a un niño es perjudicial, siempre.

Los científicos también muestran que el castigo físico está vinculado a problemas de conducta, a la aprobación de la violencia como forma de resolver conflictos, al uso de sustancias, y a peores vínculos con los propios padres. Como si fuera poco, muchos de esos chicos, cuando crecen, se convierten en adultos que repiten lo mismo con sus parejas.

¿Lo más impactante? Que el daño es transversal: se repite en África, en Asia, en América Latina. Y que a pesar de que 65 países ya prohibieron este tipo de disciplina en los hogares, la mayoría de ellos es rico. En los otros, el castigo sigue siendo parte del paisaje. Porque es más fácil heredar una costumbre que cuestionarla.

La investigación tira abajo excusas y pone presión sobre gobiernos y organismos internacionales. El desafío es construir herramientas reales para que los adultos puedan criar sin violencia. Porque el problema no es solo la pobreza. Es la falta de opciones, de apoyo, de información.

Argentina y sus cifras alarmantes

Decenas de miles de niños sufren violencia cada año, muchas veces invisibilizada. En Argentina, los chicos también reciben golpes. Pero no solo los físicos. También están los otros: los del silencio, los de la ausencia, los de la complicidad. Esos que no se ven, pero duelen igual. Según datos del Observatorio del Sistema de Protección Integral de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes (Siproid), en 2021 hubo 20.620 intervenciones por violencia contra menores en la Ciudad de Buenos Aires. Sí, en una sola ciudad. En un solo año.

La infancia en la Argentina, muchas veces, está en manos de adultos que no saben, no pueden o no quieren cuidar. El informe también detalla que la Línea 102, un servicio gratuito para denunciar estas situaciones, recibió llamados por casi 2.500 chicos que estaban atravesando alguna forma de violencia. Lo más común: maltrato físico y negligencia. O sea: golpes, abandono, indiferencia.

Y eso es solo lo que se sabe. Lo que se dice. Lo que se llama. Porque detrás de cada denuncia hay, probablemente, otros tantos casos que no llegan al teléfono, ni al sistema, ni al Estado. Porque el miedo —cuando se trata de chicos— tiene muchas formas: miedo a hablar, miedo a que no pase nada, miedo a que pase algo peor.

En ese sentido, la Organización Mundial de la Salud (OMS) insiste: hay que prestar atención continua. No solo cuando hay moretones, sino también cuando hay señales más sutiles. Porque la violencia no siempre grita. A veces se esconde detrás de una frase como “es muy tímido” o “se porta mal porque es inquieto”.

¿Qué hacer si se sospecha o se sabe de un caso? Hay formas de actuar. Existen líneas como la 102 y la 137, que funcionan de manera confidencial y gratuita. El Ministerio Público Tutelar también ofrece asistencia, incluso por WhatsApp. Y hay organizaciones como la Red por la Infancia, que además de intervenir enseñan: explican cómo detectar, cómo hablar, cómo no mirar para otro lado.

Porque frente al maltrato infantil, el silencio también es parte del problema. Y cada vez que se dice “no es mi tema” o “algo habrán hecho”, se está eligiendo del lado equivocado. Del lado de los que golpean, descuidan o ignoran. Los chicos no se defienden solos. ¿Quién lo hace, entonces? ¿El Estado? ¿La escuela? ¿Los vecinos? La respuesta, como siempre, es incómoda: todos. O nadie. Aunque parezca increíble, todavía hay que repetirlo: ningún chico aprende con dolor.

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