
“Más de cuarenta mil visitantes pagaron su entrada y vencimos todos los records. Estamos muy contentos y agotados, le agradezco a toda la comunidad del Museo porque dieron el máximo. Esto fue posible gracias a los científicos que trabajan acá, que son el cerebro y el corazón de lo que luego, con nuestros equipos de museólogos, educadores y conservadores, traducimos en un lenguaje claro para que lo pueda entender el público”, cuenta con satisfacción, Luis Cappozzo, director del MACN, en diálogo con la Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes.
Fue tanto el entusiasmo que despertó la expedición al cañón submarino de Mar del Plata que el Museo Argentino ubicado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (que hace algunas semanas celebró sus 213 años de historia) tuvo que ampliar la cantidad de días y la franja horaria para recibir a los visitantes. De la misma manera, los museos de ciencias naturales de La Plata y Mar del Plata, por nombrar algunos, también atrajeron a una gran cantidad de gente, en especial niños y niñas.
Incluso, quienes fueron el martes 29 de julio a las 15 horas e ingresaron a la Sala Audiovisual, pudieron dialogar directamente con los científicos que estaban a 300 kilómetros de la costa marplatense a bordo del Falkor Too, el buque que realiza la expedición. Allí, los especialistas que forman parte del equipo de investigación y que trabajan en el Bernardino Rivadavia contaron en primera persona detalles para el público y respondieron preguntas, no solo de niños curiosos, sino también de familias que querían conocer más sobre el Mar Argentino y las especies que lo habitan.
“El Museo fue una especie de intermediario, de nexo. Ellos nos dieron la disponibilidad horaria que tenían y nosotros buscamos un momento en donde el público que nos visitaba pudiera ver en vivo y hacer preguntas. Participaron chicos, adolescentes, adultos y ancianos. Todos querían preguntar, hasta colegas de otras especialidades que no conocen la biología marina. La fascinación y la curiosidad nos mueve”, sostiene Cappozzo.
Además de la curiosidad y la fascinación que provoca la naturaleza, el bolsillo también jugó un rol importante. Mientras que las entradas más baratas para el cine o el teatro arrancan en 15 mil pesos, el “Bernardino Rivadavia” hace un año mantiene su precio de cuatro mil pesos para argentinos residentes. Incluso, ese dinero lo reinvierten en el mantenimiento y la readecuación de las salas. “La plata que obtenemos de las entradas la volcamos en el Museo. Ya pusimos en valor toda la planta baja antes de las vacaciones de invierno, donde tenemos un lugar nuevo de seiscientos metros cuadrados que se llama la Sala del Agua”, explica su director.

