
Belén Castrillo, doctora en Ciencias Sociales (Universidad Nacional de La Plata) y creadora del proyecto @edicionacademica, conoce de memoria ese territorio. Lleva quince años acompañando a tesistas que quedaron congelados en la línea de meta. “En general, una persona se da cuenta de que está trabada con la tesis cuando ya lleva bastante tiempo así: le cuesta abrir el archivo, sentarse frente a la computadora, empieza a pensar una y otra vez que el tema no es válido o no es suficiente, fantasea con cambiarlo. Aparece un hiperperfeccionismo, la idea de que ‘antes de seguir hay que leer más’, se enfría el vínculo con el tutor o el director y se instala la sensación de ‘esto no es para mí, no sé por qué me metí en esto’”, describe Castrillo, en diálogo con la Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes.
Y agrega: “Lo que veo en estos quince años es que no se trata de falta de capacidad, sino muchas veces de un boicot, de miedo a cerrar la experiencia. Las señales tempranas son ese miedo creciente a la hoja en blanco, las dudas sobre si se va a poder llevar a cabo un proyecto ya aprobado y el abandono de la inquietud inicial que llevó a empezar el posgrado”.
El diagnóstico no se agota en la psicología del tesista: también apunta a la ingeniería interna de la academia. Según la especialista, el sistema le pide a la gente que juegue un juego cuyas reglas casi nadie enseña del todo. “Hay también una dificultad para jugar con las reglas del juego que impone la academia: la escritura en registro académico, el uso de formatos de citación, esas formas autorizadas de escribir que exige una tesis”, plantea la fundadora de @edicionacademica. “Y se suma una dimensión institucional y vital: la soledad que implica escribir una tesis cuando la persona ya está trabajando, materna o tiene otra vida armada y no está dedicada exclusivamente a ese texto. Esa soledad académica, combinada con la falta de tiempo, se convierte en un cuello de botella. Ahí es donde un acompañamiento, una guía y cierta traducción de esas reglas se vuelve fundamental para destrabarse”.
En esa escena irrumpió, en los últimos años, la inteligencia artificial generativa, prometiendo atajos y soluciones mágicas. El discurso dominante vendió el combo completo: algoritmos que escriben capítulos enteros, resúmenes de bibliografía en segundos, marcos teóricos listos para copiar y pegar. Castrillo mira el fenómeno desde el escritorio en el que le aterrizan las versiones finales de muchas tesis y baja el pulgar a la épica del atajo: “Lo que está pasando con la IA y las tesis es que muchas veces la usamos para que piense por nosotros, y ahí es cuando empezamos a cometer errores”, alerta. “Las universidades ya tienen detectores de IA y que te rechacen o te desaprueben una tesis en la que invertiste tiempo y energía por haber delegado en la máquina no solo es un motivo de desprestigio, también habla de una falta de astucia”.
La editora no demoniza la herramienta, pero le asigna un lugar muy preciso en la cadena de valor del conocimiento. “La IA puede servir para ordenar ideas, disparar preguntas que no se habían ocurrido o armar un checklist de aspectos a tener en cuenta, pero nunca puede reemplazar el análisis, la escritura ni la voz propia. Lo más importante que tiene una tesis es tu autoría”, subraya Castrillo. Y advierte sobre un riesgo que ya vio en carne propia: “Está comprobado –y lo vi en primera persona– que la IA inventa bibliografía para rellenar baches de información. He leído tesis que citan textos inexistentes. Cuando eso aparece en una versión final, para los evaluadores es un motivo de desaprobación y de crítica muy fuerte. Por eso es clave usar la IA como una aliada, casi como ese tutor que a veces falta, pero no como un ghostwriter”.
Un acompañamiento entre clínica y edición
La foto que arma la especialista resulta bastante reconocible en los pasillos de cualquier posgrado: personas que trabajan, crían hijos, pagan cuentas y, cuando logran sentarse frente a la pantalla, se encuentran con una mezcla de miedo, culpa y normas formales inentendibles. La tesis deja de ser un proceso de aprendizaje para convertirse en una especie de fantasma administrativo que genera ansiedad, postergación y vergüenza silenciosa.
Frente a ese cuello de botella, Castrillo diseñó un servicio de acompañamiento que va bastante más allá de “corregir comas”. “Cuando alguien se acerca para contratar mis servicios de edición académica, lo que ofrezco, sobre todo, es un abordaje personalizado”, explica la editora académica. “Hay quienes llegan cuando recién van a empezar la materia de tesis, otros ya tienen tema y director pero no logran armar el proyecto, otros recibieron rechazos de los planes doctorales que presentaron, algunos se quedaron trabados en el trabajo de campo y otros en la instancia de entrega final, con problemas de escritura y de estilo académico”, ejemplifica.
La metodología mezcla clínica de escritura, gestión de proyecto y, en no pocos casos, contención emocional. “En función de lo que cada persona necesita, diseño una solución a medida con dos componentes centrales. Por un lado, un acompañamiento virtual, cara a cara, semanal o quincenal, en el que hacemos un diagnóstico inicial de cómo está parada la tesis y pensamos herramientas concretas para destrabarla. Cobro esos encuentros como si fueran una sesión de terapia, porque en la práctica tienen una dimensión muy terapéutica”, cuenta Castrillo. “Por otro lado, trabajo sobre los textos: corrección, citación en normas APA –tan resistidas en la comunidad académica–, armado de índices, estructura, argumentación, todo lo que hace al estilo académico. Los honorarios se calculan en función de la cantidad de páginas y los plazos dependen del momento del proceso en que está la tesis y del compromiso que la persona pueda poner en ese trabajo compartido”.
En términos menos técnicos, lo que ofrece es sacar a la tesis del freezer y devolverla al terreno de lo posible. Hay diagnóstico inicial, fijación de objetivos realistas, edición fina y, sobre todo, una traducción práctica de lo que el sistema pide y rara vez explica. Mientras tanto, del otro lado del mostrador, las universidades discuten protocolos frente a la IA, reglamentos antiplagio y detectores de texto sintético.

