
“El rol del docente ha dejado de ser el de un simple transmisor de conocimientos para convertirse en un facilitador de herramientas que favorecen un aprendizaje más dinámico. Su objetivo es ofrecer oportunidades de aprendizaje a todos los estudiantes, no solo a un grupo específico, utilizando diversas estrategias y considerando la realidad social y el nivel de madurez de cada uno”, dice Liliana Castro, maestra del nivel Primario en una escuela de la ciudad de Quilmes, en diálogo con la Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ).
Con la certeza de quién lidia con esta realidad a diario, la maestra resalta la complejidad de atender las exigencias específicas de cada estudiante: “Es un reto enorme, y la diversidad dentro del aula deja a los docentes con recursos limitados para afrontar esta labor”, señala.
Según un informe del Observatorio Argentinos por la Educación, el 62 por ciento de los docentes considera que las problemáticas socioemocionales de los alumnos afectan su desempeño académico y dificultan el proceso de enseñanza. Y no se trata solo de que los chicos estén distraídos o inquietos. Se trata de que llegan a clase arrastrando la falta de acompañamiento en casa, las peleas de sus padres, las ausencias prolongadas de los adultos que están demasiado agotados o preocupados para prestarles atención.
Un estudio publicado por UNICEF en 2024 sobre educación y bienestar infantil, detalla que el 47 por ciento de los niños en Argentina no recibe un acompañamiento adecuado en su desarrollo emocional por parte de sus familias. La ausencia de límites claros y el déficit en la comunicación intrafamiliar impactan directamente en la capacidad de concentración y aprendizaje de los alumnos. “Los problemas más comunes que enfrentan los niños hoy en día tienen que ver con la falta de tiempo para escucharlos y la escasa disponibilidad para compartir momentos con ellos”, asegura la docente.
La situación se agrava por la falta de formación docente en bienestar emocional. “Nos preparan para enseñar contenidos, pero falta capacitación para comprender a un niño en su contexto y lograr que desarrolle su potencial sin que se vea condicionado únicamente por la nota obtenida”, lamenta Castro. No es una queja, sino una constatación de una falencia estructural: los docentes hacen lo que pueden con lo que tienen, y muchas veces lo que tienen es insuficiente.
Para afrontar este desafío, los expertos coinciden en que es fundamental reforzar el vínculo entre la escuela y la familia. “Si solo se contacta a las familias cuando hay problemas, se genera tensión y se dificulta el trabajo en conjunto”, advierte Castro. En su experiencia, la clave está en fomentar la participación de los padres de manera constante y positiva, para que la educación no se convierta en un terreno de batalla sino en un esfuerzo compartido. “Una escuela comprometida fomenta familias más involucradas, generando un ambiente donde los niños crecen en un contexto de respeto y cooperación mutua”.