El apellido como destino: cuando la profesión parece escrita en el DNI

Doctor Curado, abogado Justicia y el bombero Llamas: la ciencia explica por qué tantas personas terminan en ocupaciones que coinciden con su nombre.

Aunque parezca absurdo, hay evidencias de que los nombres pueden empujar sutilmente a las personas hacia ciertos destinos. Crédito: Openenglish.
Aunque parezca absurdo, hay evidencias de que los nombres pueden empujar sutilmente a las personas hacia ciertos destinos. Crédito: Openenglish.

Algunas coincidencias parecen demasiado perfectas —o demasiado irónicas— para ser verdad. Como un juez llamado Justicia, un biólogo marino de apellido Fish (pez) o un meteorólogo experto en tormentas llamado justamente Blizzard (tormenta). Pero no es un chiste ni una casualidad exagerada. Es real.

¿Puede un nombre influir en la elección de una carrera? ¿O es la propia persona quien, de forma inconsciente, se siente atraída por lo familiar? La teoría del egoísmo implícito sugiere que no es una coincidencia: los Dennis y las Denise tienen más probabilidades de convertirse en dentistas, al igual que los Georges y Geoffreys en geólogos. De hecho, algunos estudios sostienen que los nombres pueden impactar en la toma de decisiones más de lo se puede imaginar.

El fenómeno de los aptónimos —cuando el nombre de una persona coincide con su ocupación— tiene raíces históricas. En la Edad Media, muchos apellidos surgieron de oficios, como Smith (herrero), Baker (panadero) o Taylor (sastre). Sin embargo, en una era donde la elección profesional es libre, sigue habiendo casos sorprendentes, como el de Frank Fish, el biólogo marino, o Usain Bolt, el hombre más veloz del mundo. ¿Es solo una coincidencia o hay algo más detrás de estos curiosos paralelismos?

El peso de un nombre

Una posible explicación proviene del campo de la psicología. El psicólogo Brett Pelham desarrolló la teoría del egoísmo implícito, que sostiene que las personas se sienten atraídas por lo que les resulta familiar, incluidos los sonidos de sus propios nombres.

La Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes accedió a un estudio publicado en 2002, donde Pelham y su equipo descubrieron que quienes se llamaban Dennis o Denise tenían una probabilidad significativamente mayor de convertirse en dentistas en comparación con otros nombres al azar. Del mismo modo, los nombres George y Geoffrey eran más frecuentes entre los geólogos. Este sesgo inconsciente, conocido como atracción nominal , sugiere que pequeñas asociaciones lingüísticas pueden influir en ciertas decisiones de vida sin que ni siquiera se lo note.

No todos los científicos con nombres curiosos creen en esta influencia. Stephen Pyne, especialista en incendios forestales, asegura que su apellido (que significa “pino” en inglés) no tuvo nada que ver con su elección de carrera. De hecho, muchos investigadores sostienen que el determinismo nominativo puede ser simplemente un caso de sesgo de confirmación: se recuerdan las coincidencias llamativas, pero se ignora la enorme cantidad de personas cuyos nombres no tienen relación con sus carreras.

Entre el destino y el prejuicio

Aunque el impacto de los nombres en la elección profesional sigue siendo debatido, hay estudios que sugieren que pueden influir en otros aspectos de la vida. Un trabajo consultado por la Agencia, realizado por los economistas Marianne Bertrand y Sendhil Mullainathan, y publicado en 2004 en la American Economic Review, evidencia discriminación en el mercado laboral basada en el nombre.

En este estudio, los autores enviaron miles de currículums ficticios en respuesta a ofertas de empleo, asignando aleatoriamente nombres que sonaban típicamente anglosajones (como Emily y Greg) o afroamericanos (como Lakisha y Jamal). Los resultados mostraron que los currículums con nombres anglosajones recibieron aproximadamente un 50 por ciento más de llamadas para entrevistas que aquellos con nombres afroamericanos, reflejando sesgos implícitos en los procesos de selección.

Con todo, sea coincidencia o destino, hay quienes terminan atrapados en el juego de su nombre, otros lo usan como una curiosa carta de presentación y están los que desafían su propio apellido.  Pero al final, vale la pregunta: ¿qué pesa más? ¿El destino o el prejuicio? ¿Y qué pasa si un tal Ladrón se mete en política? Bueno… en ese caso, la noticia sería que alguien se sorprendiera.


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