
-¿Cómo empezó todo?
-La verdad que no tenía pensado estudiar. Siendo de Bahía Blanca y teniendo la universidad acá no es que caí por arte de magia, pero tampoco tenía expectativas de nada. Quise hacer la licenciatura en Ciencias de la Computación, pero tardé dos años entre que terminé la escuela y empecé la universidad. Encima, la primera vez que quise ingresar se me complicó con matemática y quería abandonar.
-¿Y qué pasó?
-Me hice un grupito de amigos que eran de distintas zonas por fuera de Bahía Blanca y un día uno de ellos me llamó y me dijo que no abandonara la Universidad. Entonces, este chico me ayudó y en 2017 pude ingresar a la tecnicatura que habían abierto ese año.
-Imagino que tu recorrido fue tan difícil como gratificante.
–Significó un desafío enorme, más allá de venir de un barrio humilde, porque es una etapa que no le recomiendo a nadie salteársela. No solamente por lo que ofrece una carrera, sino porque que conocés mucha gente copada, ves otras realidades, empezás a abrir la cabeza y ves que hay otras puertas. La verdad es que no puedo quejarme, porque la facultad me dio muchas herramientas que la vida misma no me la hubiese dado si no llegaba a la Universidad Nacional del Sur.
En la actualidad, Diego tiene 27 años y trabaja en una empresa de trenes. Aunque está contento con su empleo, cuenta que le gustaría conseguir algo más ligado a sus estudios. “Está complicado, está bastante ‘heavy’ la cosa y todavía no hay ofertas, pero algo va a salir”, afirma.

Quienes lo viven con la misma alegría son su mamá Rosa, que trabaja como empleada doméstica, y su papá Héctor, quien se gana la vida como pintor de obra. “Ellos están felices con todo lo que me está pasando, la verdad que no lo pueden creer. Yo les digo que disfruten, que gracias a Dios tenemos buenas noticias en la familia”.