
La numeración afirma un dato exacto, y en el binomio con la palabra nieto se transforma en símbolo de identidad. Daniel Santucho es ahora y para siempre el Nieto 133. El libro, que lleva ese título sobreimpreso en una foto del protagonista en su infancia, narra cada detalle de ese encuentro con la identidad no solo personal sino de un pueblo entero que aún hoy sigue buscando. El índice de abuelidad establece en un 99,9 por ciento la filiación, pero además es una estadística que excede la matemática y se convierte en un ícono de la memoria que trasciende fronteras.
En el marco del trabajo conjunto entre la Editorial de la UNQ, la librería Nota al Pie y el Programa de Cultura, la presentación de este libro se propone seguir fortaleciendo el debate sobre los modos de narrar la memoria. Con la apuesta en la lectura y la presencia de Daniel Santucho Navajas, Nieto 133 y autor del libro, la actividad propicia el intercambio con docentes, estudiantes y trabajadores de la Universidad para seguir poniendo el foco en nuestra historia reciente.
Hace pocos años, la genetista Mary Claire King (clave en la restitución identitaria de los nietos) fue parte de un homenaje en el Centro Cultural de la Ciencia en el marco de los 40 años de democracia argentina. En esa celebración la científica expresaba: “Mi trabajo con las Abuelas fue un ejemplo de lo que es capaz el trabajo científico, de lo que es capaz la ciencia (…) Gracias a la ciencia ellos saben hoy cómo es su ADN y eso los empodera para poder hacer con esa información, con esa identidad, lo que quieran”.
La historia de Daniel Santucho Navajas se inicia en una trama de complicidad y silencio en un barrio del conurbano bonaerense. Como en varias de estas historias, la apropiación incluye actas de nacimiento falsas, fechas inventadas y una narrativa con huecos y oscuros pasajes.
El libro comienza con un narrador que cuenta los últimos días de Daniel Enriquez González, nombre que fue parte de su identidad apropiada. El protagonista duda y transita una vida familiar en tensión con los relatos que le cuenta quien se define como su padre, los interrogantes que presenta la relación con su supuesta hermana y los conflictos con María, la mamá de sus dos hijas, quien por primera vez le aconsejara acercarse a Abuelas de Plaza de Mayo. Con el correr de las páginas, Daniel Enriquez González da paso a la voz de Daniel Santucho Navajas y junto a los lectores compartimos ese recuentro con la historia. Desde el segundo capítulo, la escritura asume la primera persona y nos invita a ser parte del encuentro con sus hermanos, sobrinos, un padre y la historia de la madre que dio a luz en la maternidad clandestina del Pozo de Banfield.
Como un camino que el libro describe desde el inicio como una búsqueda, los lectores y lectoras van atravesando con Daniel una apuesta que adquiere mayor vigencia en este tiempo de negacionismo. Asumiendo la mirada de la identidad recuperada y restituida, entre el devenir de su historia personal, se tejen las circunstancias de un país que sirve de contexto para una infancia en los 80, una juventud en los 90, un inicio de la adultez y el mundo laboral en plena crisis del 2001, la estabilidad en el 2005 y la marca del 2020 y la pandemia hasta llegar a Abuelas por segunda vez en 2021.
Dos fotos cierran el libro y quizás allí podamos encontrar las huellas de todo aquello que aún hoy sigue siendo parte del presente que transitamos. González y Elvira: los apropiadores; y Cristina Navajas y Julio Santucho, junto a Camilo el hermano mayor. La historia deja su huella en la escritura, que con precisión quirúrgica, invita a transitar el trauma colectivo camino a la verdad que aún hoy seguimos buscando.

