El miedo que duele: la ciencia detrás del sufrimiento anticipado
Investigadores descubren que el efecto nocebo aumenta el dolor real y afecta especialmente a personas ansiosas y pesimistas.
¿Qué pasaría si le digo que solo con pensar que algo le va a doler, ya le empieza a doler? No es magia negra, ni un castigo divino. Esto tiene nombre y apellido: el efecto nocebo. Y suena tan tramposo como parece. En los laboratorios de la Universidad de Leiden, en los Países Bajos, investigadores con ganas de sacudir la mente humana, decidieron hacer algo que suena poco ético, pero que es necesario en nombre de la ciencia: causar dolor a propósito. No se trata de una broma pesada sino de un estudio riguroso sobre cómo el cerebro engaña con sus expectativas negativas.
La investigación, a la que pudo acceder la Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes, se centró en el efecto nocebo, ese fenómeno en el que simplemente creer que algo va a doler, lo vuelve realidad. Y no solo se habla de dolores imaginarios. Esto va más allá: las personas con fibromialgia, que ya de por sí lidian con dolor crónico, sufren el doble si creen que lo que les van a hacer va a empeorar su situación. El cerebro, que debería debería proteger al ser humano, se convierte en su peor enemigo.
¿Cómo se hizo el estudio?
En el laboratorio, las participantes –mujeres sanas y otras con fibromialgia– pasaron por una serie de pruebas donde se les aplicó presión en la uña del pulgar con un cilindro. Nada grave, un poco incómodo, pero lo suficiente para provocar dolor. Ahora, acá viene la trampa: si les decían que el dolor iba a ser intenso, ellas, naturalmente, lo sentían peor. No necesitaban más que una sugerencia para que el cerebro pusiera en marcha todo su arsenal de “esto va a doler”.
El efecto nocebo, que se podría llamar el hermano malvado del placebo, es una especie de efecto psicosomático inverso. Mientras el placebo hace sentir mejor con solo una pastilla de azúcar, el nocebo se encarga de lo contrario: hace doler más cuando se cree que algo va a salir mal. ¿Cuántas veces le pasó eso de leer el prospecto de un medicamento y, de repente, empezar a sentir todos los efectos secundarios? Exactamente de eso se trata la investigación.
Pero los científicos no se quedaron solo en ver cómo sufrían los participantes. Descubrieron algo que cambia el juego: si se aprende a identificar y modificar esas expectativas negativas, se puede contrarrestar el efecto. En otras palabras, no todo está perdido. Es como si el cerebro también pudiera ser reeducado, domado, como un perro travieso que solo necesita un buen adiestramiento. Parece fácil, pero ya se sabe cómo funciona esto: un comentario casual del dentista puede ser suficiente para que el dolor se multiplique. Y, por ahora, no hay una pastilla mágica que arregle eso.
Con todo, la próxima vez que piense que algo “podría doler”, acuérdese de esto: el cerebro es el enemigo número uno en esa batalla. Y si de dolor se trata, mejor estar preparados, pero no desde el miedo, sino desde la certeza de que lo que el ser humano piensa tiene un peso enorme. Tal vez la ciencia, con estudios como estos, logre que algún día el efecto nocebo sea cosa del pasado. Mientras tanto, queda en cada persona desactivar esa trampa mental.