Derramados por un buque coreano, miles de juguetes sirvieron como sensores de las corrientes oceánicas, al documentar su llegada a diversas costas.

El buque carguero Ever Laurel que pertenecía a Corea del Sur navegaba por las costas del Pacífico Norte. Entre las cosas que transportaba, había casi 29 mil patitos amarillos, ranas verdes, castores rojos y tortugas azules. El 10 de enero de 1992, mientras iba de Hong Kong a Washington, se topó con una tormenta. Si bien no hubo que lamentar la pérdida de vidas humanas, de los doce contenedores que componían la carga, solo se abrió uno, el de los juguetes de goma. El material que los componía podía liberar sustancias químicas en el agua de mar debido a su degradación. Además, interaccionaban con las especies presentes y éstas, por ejemplo, podían comérselos.
Sin embargo, la anécdota no termina allí. Si se dejan a un lado los aspectos negativos, varios cazadores de recompensa, ecologistas y oceanógrafos salieron en búsqueda de los patos, ranas, castores y tortugas. Querían ver a que playas arribaban para estudiar sur recorrido. El periodista Donovan Hohn fue uno de los que decidió seguir el rastro y terminó por escribir el libro “Moby-Duck: la verdadera historia de 28.800 patitos de goma y otros muñecos perdidos en el mar y de los oceanógrafos, ecologistas y demás lunáticos que salieron en su búsqueda”, para que nadie se confunda con “Moby-Dick”, la novela de Herman Melville publicada en 1851. No se trataba de encontrar una ballena sino de capturar animales de goma.

A Hohn, la travesía lo llevó durante meses por lugares tan diversos como China, Alaska, Hawai, Escocia y el Ártico. Aunque no se sabe con exactitud donde apareció el primer patito, se cree que fue unos meses después del incidente en las costas de Sitka, una isla situada en el Golfo de Alaska. Los muñecos también se abrieron camino a través del Estrecho de Bering, la costa norte de Groenlandia y finalmente, el Océano Atlántico.
Los datos documentados por Hohn sirvieron a biólogos y oceanógrafos en todo el mundo para conocer las corrientes marinas al analizar el camino que habían seguido los juguetes de colores. Sin saberlo, el buque coreano había lanzado al mar cientos de sensores. También salió a la luz una triste realidad: miles de objetos llegan al mar todos los años y ponen en riesgo la vida plantas y animales que allí habitan. Moby-Duck no es solo la aventura de perseguir juguetes por todo el mundo sino también un documento que advierte sobre catástrofes ecológicas y como pueden modificarse los hábitats por intervención humana.
Más allá de todo, el incidente del buque coreano demuestra que, a pesar de los efectos negativos, se puede utilizar la creatividad para obtener resultados e incrementar el conocimiento.