Fentanilo contaminado: cuando el veneno viene sellado

Ampollas con bacterias letales ingresaron al sistema de salud argentino. Causaron 48 fallecimientos. Tres laboratorios implicados y una pregunta sin respuesta: ¿cómo pasó?

No fue sobredosis ni error médico: falló la cadena que debía garantizar seguridad. Crédito: Dall-E.

Cuando el Hospital Italiano de La Plata detectó que sus pacientes empezaban a caer sin explicación lógica —uno tras otro, sin tiempo para prender la alarma—, los médicos pensaron en lo peor: no en una falla humana, sino en una falla del sistema. Y no se equivocaron.

Lo que parecía una sucesión de muertes inevitables terminó revelando un escándalo con olor a laboratorio: ampollas de fentanilo contaminado con bacterias. Medicamento controlado, administrado bajo supervisión profesional, en hospitales públicos y privados de cuatro provincias. El resultado: 48 muertes confirmadas, según el último Boletín Epidemiológico Nacional publicado el 24 de junio de 2025.

El anestésico que se volvió protagonista se llama fentanilo y es como un bisturí afilado: depende de quién lo use. Es un opioide sintético, primo lejano de la morfina, pero con un detalle que lo convierte en un cuchillo de doble filo: es 100 veces más potente. No se vende en farmacias al público general. No se receta por WhatsApp. No viene en gotitas. Se usa en quirófanos, terapias intensivas, cuidados paliativos, y siempre, siempre, bajo un protocolo médico estricto.

Sin embargo, ahí estaba: ingresando al cuerpo de personas internadas por causas totalmente ajenas, en hospitales de la Ciudad de Buenos Aires, Provincia de Buenos Aires, Santa Fe y Neuquén. De los 76 pacientes afectados, más del 60 por ciento murió. No por sobredosis. No por consumo recreativo. Sino por haber recibido ampollas con Klebsiella pneumoniae y Ralstonia mannitolilytica, dos bacterias que no deberían estar ahí.

“Casi una ruleta rusa”

El Dr. Aldo Saracco, una de las máximas autoridades en toxicología del país, no duda al hablar con la Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes. Saracco es jefe del Centro de Información Toxicológica del Ministerio de Salud de Mendoza y expresidente de la Asociación Toxicológica Argentina. Sabe bien que una dosis mínima puede aliviar un cáncer o provocar paro cardíaco, coma, depresión respiratoria y muerte. En términos bioquímicos, actúa deprimiendo el sistema nervioso central, el cardiovascular y el respiratorio. En términos humanos, deja a hombres y mujeres sin aire mientras duermen.

La trampa —explica— es que su efecto es rápido y muy potente. Una ventaja en cirugía; una pesadilla en el uso recreativo, donde las combinaciones sin sentido —fentanilo con cocaína, con ketamina, con lo que haya— dificultan el diagnóstico y multiplican los riesgos. Lo que se vende como “tusi” o “cocaína rosa”, puede ser cualquier cosa menos eso.

¿Legal o ilegal? Los dos matan si fallan los controles. Hay un abismo entre el fentanilo de hospital y el de la calle. El primero pasa por controles farmacológicos, se almacena en condiciones específicas y se administra en contextos clínicos. El segundo puede estar mezclado con talco, vidrio molido o cafeína, y no hay manera de saberlo hasta que el usuario ya está en una camilla.

Pero el escándalo reciente es otra cosa. Es aún más grave. Porque el fentanilo era legal, estaba en regla, venía sellado y etiquetado. Lo que falló fue la cadena de control de calidad. Y ahí entra el nombre de tres laboratorios: HLB Pharma Group, Laboratorios Ramallo y Droguería Nueva Era. De 12 ampollas de HLB analizadas, 10 estaban contaminadas.

Según la información preliminar que recibió el Juzgado Federal en lo Penal y Criminal N°3 de La Plata, por parte del Instituto Malbrán-ANLIS, “solo los lotes 31202 y 31244 de Fentanilo HLB/Citrato Fentanilo, concentración 0,05 mg/ml, solución inyectable, ampollas por 5 ml, estarían contaminados”. Y agregaron un dato clave: “casi todos los pacientes fueron tratados con el lote 31202”, ya que del lote 31244 se llegó a vender poco. El foco, entonces, está cada vez más acotado, pero también más nítido.

La bacteria que nadie esperaba

La pista se encendió en La Plata, pero la tragedia estaba repartida. La mayoría de los pacientes eran hombres, con un promedio de 57 años. El grupo con más muertes: mayores de 70. El promedio de días entre la aplicación del fentanilo y la muerte: 12. Las bacterias encontradas no son comunes en entornos hospitalarios. Son más difíciles de erradicar y, en muchos casos, resistentes a los antibióticos. El resultado fue devastador.

Hoy, la Justicia investiga si hubo negligencia, omisión o directamente crimen en la fabricación y distribución. Pero lo cierto es que el daño ya está hecho. Y no hay protocolo que reviva a 48 personas.

En esa línea, la naloxona es la única arma real contra una sobredosis de opioides. Actúa como antídoto: revierte, en minutos, los efectos del fentanilo. En Estados Unidos se vende en farmacias sin receta y hay campañas masivas para que esté disponible en escuelas, bares y estaciones de tren. En Argentina, todavía brilla por su ausencia en muchas guardias. “Necesitamos que esté en stock, como el desfibrilador”, dice Saracco. “Es la única manera de salvar una vida en los primeros minutos.”

Cerrar el círculo

El fentanilo ya está entrando por contrabando, se disuelve, se mezcla con cocaína y se vende en polvo. Mendoza, Buenos Aires, incluso rutas del norte argentino ya vieron cargamentos camuflados en autos y encomiendas. En mayo pasado, en una oficina anodina de Clorinda, Formosa, un paquete postal llamó la atención de los gendarmes. No era grande, no olía mal, no decía nada raro. Pero dentro viajaban 500 ampollas de fentanilo. Lo que siguió fue de manual: entrega controlada, viaje hasta Mendoza, dos detenidos y un dato escalofriante. El destinatario era un ciudadano chileno que apareció, tranquilo, a buscar su “encomienda”. En su bolso, llevaba otras 80 ampollas.

El operativo, reportado en varios medios nacionales y confirmado por el propio Gobierno Nacional, fue una radiografía perfecta de cómo el fentanilo ya circula en la Argentina. No en toneladas, pero sí en dosis suficientes para matar a cientos. Se cuela en sobres, correos privados, terminales de ómnibus. La ruta está clara: entra por la frontera norte, se disfraza de medicina, se mueve en silencio.

Con todo, lo que empezó con —hasta ahora— 48 muertes terminó exponiendo algo más corrosivo que cualquier bacteria: la falla de un sistema que debía blindar la seguridad desde el origen. No fallaron los quirófanos, ni los médicos. Fallaron los controles previos, los filtros que debían garantizar que lo que entra a un hospital es confiable. Y con eso se quebró algo más profundo: la confianza. En los laboratorios, en la trazabilidad, en el Estado. Argentina no está preparada para una crisis de opioides. No hay naloxona en todas las guardias. El fentanilo ya cruza fronteras en sobres y encomiendas. Y el pacto más sagrado —el que promete que un medicamento aprobado no debe poner en riesgo una vida— se rompió por donde nadie miraba, en la cadena que conecta la fábrica con la cama del paciente.

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