Kilos mortales: ¿por qué la obesidad es tan peligrosa para la salud?

Se estima que, hacia 2035, más de la mitad de la población mundial la padecerá. La importancia de una vida saludable y otras claves para combatirla.

 Los kilos no son los únicos indicadores de un peso poco saludable. El índice de masa corporal y, más recientemente, la grasa abdominal son medidos en la consulta. Crédito: okidiario.

La prevalencia de la obesidad y el sobrepeso en todo el mundo aumenta drásticamente en las últimas décadas: según proyecta un nuevo informe elaborado por la Federación Mundial de Obesidad, más de la mitad de la población mundial padecerá sobrepeso u obesidad en 2035. Es decir, más de 4 mil millones de personas podrían correr graves riesgos para su salud si no se toman medidas significativas. Y hay más: el documento asegura que la obesidad infantil podría más que duplicarse con respecto a los niveles de 2020, hasta alcanzar los 208 millones de niños y 175 millones de niñas en 12 años.

La opinión científica coincide en reconocer que la obesidad se está convirtiendo en uno de los problemas de salud pública más preocupantes. ¿Por qué es tan peligrosa para la salud? ¿Cuál es la causa por la que se potencia año tras año? ¿Cómo hacerle frente?

La obesidad y el sobrepeso te ponen a las puertas de enfermedades severas. Diabetes, problemas cardiovasculares, hipertensión, insuficiencia renal, várices y algunos tipos de cáncer son sólo algunas”,  explica a la Agencia de noticias científicas de la UNQ, Marcelo Rubinstein, doctor en Ciencias Químicas e investigador superior del Conicet. Y agrega: “El aumento del tejido adiposo genera un estado crónico inflamatorio que, como si fuera poco, acelera el deterioro del sistema nervioso y adelanta el advenimiento de enfermedades neurodegenerativas”. 

La obesidad constituye uno de los problemas de salud pública más importantes, debido a los altos costos económicos, sociales, personales y de salud derivados, así como a su importante impacto en la calidad de vida a corto y largo plazo. En ese sentido, se trata de una enfermedad multifactorial, consecuencia de interacciones complejas entre influencias genéticas, socioeconómicas, sociodemográficas, conductuales y culturales, y que resulta del desequilibrio entre la ingesta calórica y el gasto energético.

¿Cómo se diagnostica?

La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera a la obesidad como un problema de salud pública a escala mundial y define el sobrepeso como un IMC igual o superior a 25, y la obesidad como un IMC igual o superior a 30. Para medir el nivel de riesgo, en la población, se suele utilizar el IMC o índice de masa corporal (BMI por sus siglas en inglés). Pero este índice tiene sus limitaciones. Por ejemplo, un fisicoculturista tendrá un IMC por encima de lo habitual por el aumento de su masa muscular, sin que tenga obesidad.

En esa línea, en los últimos años se incorporó como indicador de riesgo cardiovascular la circunferencia de cintura. El límite para tener en cuenta es de 88 centímetros en la mujer y de 102 centímetros en el hombre. Esto implica un control de la distribución central de las grasas (la grasa que se encuentra entre los órganos abdominales o grasa visceral), ya que por encima de esos valores el riesgo de padecer enfermedades metabólicas y cardiovasculares aumenta considerablemente.

¿Se vive en un entorno obesogénico?

Existen muchos elementos ambientales relacionados con el comportamiento alimentario y la actividad física que pueden favorecer entornos propicios a la adopción de hábitos saludables o, por el contrario, a construir ambientes obesogénicos. La referencia a tener en cuenta recae, por ejemplo, en los diseños urbanísticos (transporte público, transporte privado, rutas para pasear o parques) y los arquitectónicos (ascensores, escaleras, controles remotos, etc.), o bien, en otros aspectos como la legislación (publicidad de los alimentos superfluos o impuestos a los alimentos azucarados).

Las publicidades construyen y naturalizan un ambiente obesogénico; los grupos de la industria de agroalimentos venden alimentos ultraprocesados a precios bajos creando falsas sensaciones: que las personas se alimentan y, al mismo tiempo, que acceden a bienes a los cuales antes no tenían acceso”, sentencia el especialista.

Cambios de hábitos y responsabilidad compartida

¿Se puede acabar con esta pandemia? La debilidad que se tiene por los resultados rápidos hace que las personas prefieran dietas hipocalóricas estricta. Se trata de regímenes no sostenibles; por lo que los individuos pasan de dieta en dieta, subiendo y bajando de peso en forma constante.

Para Rubinstein, la clave está en “cambiar los hábitos e inculcar a la población un estilo de vida saludable, en conocimiento de alimentos, combinaciones, porciones y actividad física regular”.

Con todo, para hacerle frente a esta peligrosa tendencia, expertos de todo el mundo reclaman la participación activa de muchos colectivos, como gobiernos, profesionales de la salud, la industria alimenticia y los consumidores. Esta responsabilidad compartida debe potenciar las dietas saludables y los buenos hábitos alimentarios.


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María Ximena Perez

Periodista, docente e investigadora. Doctora en Comunicación.