Menos prejuicio y más salud mental: ¿por qué tomar psicofármacos sigue siendo un tabú?
Pacientes y psiquiatras cuentan su experiencia en torno a la medicación para afrontar trastornos como ansiedad, depresión o de conducta alimentaria.
Martina (26) tiene trastorno de ansiedad y su psicóloga le sugirió que visite a un psiquiatra para medicarse. Su primera respuesta fue “no”. ¿Cómo va a ir a un psiquiatra? ¿Qué va a pensar la gente? ¿Estaba enferma? Ella sentía que era muy joven para medicarse y que, seguramente, estaba exagerando con “preocupaciones de más”. Sin embargo, las sesiones posteriores de terapia se tornaron cada vez más imposibles y decidió hacerle caso a la terapeuta. En su visita al profesional de la salud mental, Martina comentó acerca de los síntomas físicos y psicológicos que sentía y la vergüenza que le daba tener que medicarse por “algo de la mente”. “Los diabéticos tienen que inyectarse insulina, los que sufren del corazón deben tomar medicación y controlarse diariamente. ¿Por qué sería distinto con la mente? Es parte del organismo”, aseguró el psiquiatra y comenzaron juntos el tratamiento que continúa hasta la fecha.
El caso de Martina es una historia real y refleja el de tantas otras personas que sufren algún tipo de trastorno mental. Si bien en los últimos años la sociedad ha comenzado a hablar del tema así como varios artistas mainstream –en su gran mayoría, jóvenes– salieron a contar sus historias personales, los prejuicios alrededor de la misma continúan. ¿Por qué cuesta tanto hablar de salud mental? ¿Cómo lo viven quienes necesitan estar medicados? ¿Qué dicen los profesionales?
“El prejuicio es producto de la fantasía pero también de la realidad. Por un lado, es cierto que hubo épocas en las que se sobremedicaba o se utilizaba la farmacología con fines coercitivos; pero, por el otro, hay una idea de que quien está medicado sacrifica su recorrido de salud mental, como si esa persona dejara de luchar por sí mismo”, explica Federico Pavlovsky, psiquiatra especialista en consumos problemáticos, a la Agencia de Noticias Científicas de la UNQ.
Según el profesional, algunas personas creen que si toman medicación han fracasado pero, contrariamente, los estudios demostraron que la medicación psicofarmacológica optimiza los tratamientos de salud mental. Es decir, “una persona con trastorno de ansiedad, depresión, delirio o con ideas suicidas puede, gracias a un buen esquema farmacológico, mejorar cualitativamente su experiencia, acortar el padecimiento y salvar su vida”, afirma.
Si bien los prejuicios y estereotipos están, los padecimientos mentales son más frecuentes de lo que parece. Según la OMS, una de cada ocho personas en el mundo sufre algún tipo de trastorno mental, siendo la ansiedad y la depresión los más comunes. En Argentina, según un estudio reciente de la facultad de Psicología de la UBA basado en 3.141 personas de todo el país, el 9,4 por ciento tiene riesgos de padecer un trastorno mental. A su vez, demuestra que los niveles de sintomatología ansiosa, depresiva y riesgo suicida son más altos en personas más jóvenes y con un estatus socioeconómico autopercibido menor. Además, el 28,20 por ciento de los participantes informó recibir tratamiento psicológico y de los que no, más de la mitad consideró necesitarlo.
“Al principio me costó un montón empezar a tomar la medicación principalmente por la presión social. Cuando tomás psicofármacos las cosas cambian: una comienza a sentirse mejor pero no puede consumir alcohol o a determinado horario le puede agarrar sueño porque el cuerpo funciona distinto. Es difícil porque hay cierto contrato social de que si no se toma o se dura tanto, una es aburrida”, cuenta Soledad (34), diagnosticada con trastorno de ansiedad desde chica y estrés postraumático.
Los estereotipos van desde pensar que una persona que asiste al psiquiatra “está loca” a considerarla violenta o aislarla. “Mi psicóloga me recomendó hacer una interconsulta con un psiquiatra y me enojé porque pensaba que tenía que resolverlo yo por mis propios medios, no podía ser que tuviera que tomar pastillas. Probé con flores de Bach y con aceite de cannabis hasta que falleció mi papá. Ahí entré en un pozo depresivo junto con ansiedad que me obligó a comenzar con la medicación”, relata Verónica (41) que toma psicofármacos hace más de diez años con intervalos en el medio, a la Agencia.
Y agrega: “Cuando vi los efectos inmediatos de cómo me ayudaba a estar más tranquila, dije ‘¡que boluda! ¿Cómo no lo hice antes?’. A veces me olvido, otras tuve efecto rebote –reaparición de los síntomas–, en ocasiones lo dejé por mi cuenta y en otras en acuerdo con mi doctor. Creo que mi resistencia a los psicofármacos todavía aparece cuando me olvido de tomarlos, es inconsciente”.
Es más común de lo que parece
En las sesiones terapéuticas y psiquiátricas surgen los miedos, temores, prejuicios y ansiedades más profundos de cada persona. Tanto especialistas como pacientes coinciden en que el estigma de la medicación se combate –entre otras maneras– con el encuentro con aquellos que sufren algo parecido.
“El vínculo entre el paciente con los psiquiatras y terapeutas es fundamental. Es necesario cruzarse con profesionales que expliquen cómo funciona la mente y la medicación para despojarse de los miedos, que no son solo de uno, sino que también los lleva la familia, la pareja y los amigos”, asevera Pavlovsky.
Desde su experiencia con la ansiedad, Belén (38) comenta ante la Agencia que no sintió en un primer momento el prejuicio por la medicación. “Sucede que ya tenemos experiencia en mi familia porque tengo un hermano que está en tratamiento por consumo problemático de drogas y mi otra hermana tiene trastorno bipolar. Está bastante incorporado en la familia el uso de medicación para el tratamiento de la salud mental”. Sin embargo, los temores aparecieron cuando el psiquiatra le advirtió sobre los efectos adversos. “Figuraba en el prospecto que podía hincharme y me dio miedo ver alterado mi aspecto físico, lo cual me sorprendió porque, como feminista, trabajo en deconstruir los ideales”, admite.
Por su parte, Sol (45) detectó que siempre tuvo ansiedad pero nunca se dio cuenta hasta que los síntomas se exacerbaron: no podía dormir, tenía pensamientos recurrentes y catastróficos, paranoia, sensación de persecución y un miedo exagerado. “Ponerle nombre a lo que me pasa me sirvió para poder explicarlo y charlarlo en mi entorno. Abrí las puertas para que otras primas pudieran identificar que vivían algo similar. Creo que las redes de contención son fundamentales para seguir adelante, pero la decisión también es de uno, hay que querer salir”, considera.
Ojos que no ven…
El prejuicio lleva, en muchos casos, a no querer involucrarse. Mariana (32), diagnosticada con depresión moderada y que sostiene que la medicación fue “una posibilidad de cambio de vida”, dice: “Hay dos caras de una misma moneda. Están quienes te descartan por ‘loca’ y están quienes te escuchan, entienden que estás medicada, dicen ‘vas a estar bien’ y siguen. Es como si no quisieran hablar del tema. A mí me costó mucho encontrar gente con la que me sienta cómoda para contar lo que estaba viviendo”.
Dalia (30), diagnosticada con Trastorno de Conducta Alimentaria y depresión mayor, interpreta: “La gente no puede congeniar la idea de que aquellos que estamos medicados o estuvimos internados somos personas como cualquiera que pasea por la calle. Esperan ver la construcción ideal de ‘locos’ que se muestran en las películas”.
En este sentido, añade: “Muchas personas no se animan a contar que toman medicación psiquiátrica por los prejuicios, y aquellos que sostienen esos estereotipos claramente es porque no necesitan los psicofármacos. Quienes necesitamos la medicación psiquiátrica para afrontar la vida y nuestro cotidiano sabemos que está lejos de ser algo malo. Al contrario, es la posibilidad de tener una experiencia de vida más tranquila. En mi caso, es un salvataje porque el tiempo que estuve sin medicación fue el peor”.