¿Cómo se aprende a jugar en equipo? Crónica de una competencia atlética (memorable) en Tandil

En este artículo, María Juana Brady*, especialista en psicología del deporte, reflexiona sobre cómo se entrena la solidaridad entre pares.  

Créditos: FotoRun.

Desde muy chica hago actividad física. Con cierta inquietud exploratoria he ido variando entre diferentes tipos de entrenamiento físico y deportes individuales. Sin embargo, nunca había logrado desempeñarme en un deporte de equipo. La vivencia deportiva de mis años de escuela fue la de nunca lograr jugar al vóley con mis compañeras (disciplina en la que mi colegio se destacaba y que valió para llenar unas cuántas vitrinas con trofeos). Mostraba inseguridad para moverme en la cancha y llegar a las pelotas, y así me fui haciendo a la idea de que yo no tenía actitud para el deporte, que no era deportista, porque no practicaba, de nuevo, deportes de equipo y con pelota.

Es curioso porque, hace unos días me encontré con un paciente en la consulta relatando que de niño y adolescente había odiado visceralmente el fútbol. Practicaba muchísimos otros deportes con habilidad y destreza. Pero tenía una aversión al fútbol enorme, producto de la exclusión y burlas que sufría por su apariencia y su ineficacia con el balón. Gratamente descubrió de grande que (cito) “podía jugar al fútbol sin la pelota, sino con la cabeza y el corazón; ya que se trata de un deporte de equipo”.

Hace una semana participé de una carrera de aventuras en la ciudad de Tandil. Para quien no esté familiarizado, se trata de una competencia atlética que combina kilómetros en calle a nivel del mar pero también en ascenso y descenso en la sierra, no exentos de bosque, espejos de agua y mucho barro. Para hacer un poco más épico el asunto quiso el destino que coincidiera con alerta amarilla por tormentas eléctricas. Por la noche escuchaba la lluvia caer con fuerza y con un poco de esfuerzo podía imaginarla golpeando las piedras allá en el cerro. En la cama de al lado de la cabaña dormía la autora intelectual de la hazaña. En silencio y bajo las mantas no paraba de repreguntarme por qué había aceptado ese desafío.

Mi participación fue en la modalidad postas. Quiere decir que del recorrido total, me fue asignada una fracción, y otras tres a otros integrantes de mi equipo. Mi equipo. Uno más nos acercaba en auto a cada posta. Algunos valientes, se animaron a los 28k. Éramos entre todos doce corazones fulgurantes, trece con nuestro entrenador Guillermo Sohm, que nos propusimos llegar (en el contexto del programa de entrenamiento del Dispositivo Pavlovsky). Constituimos un equipo mixto de pacientes, familiares de pacientes y terapeutas con una tarea, un objetivo común, al que le dimos el nombre de “Tandil 2023”. Y así, desde octubre de 2022, empezamos a andar.

Espíritu de cuerpo

El entrenamiento regular y general se fue haciendo más específico. Hicimos fondos, pasadas y una variante por muchos de nosotros desconocida se coló en medio de las olas de calor estivales: el entrenamiento de cuestas. Durante algunas semanas transitamos la ausencia de dos miembros que sufrieron lesiones, pero que afortunadamente y con gran compromiso, pudieron volver. Y también tuvimos otras modificaciones de concurrentes que nos acompañaron pero que decidieron no continuar.

Casi sin darme cuenta el tiempo fue pasando y al final de esos truenos y relámpagos, me encontré con un peregrinar de atletas entusiastas que me acompañaban pese a sus calambres y su fatiga. Cada tanto se llamaban unos a otros a la distancia, solo para confirmar que su compañero estaba aún allí, en carrera. Con gran satisfacción comprobé que mis piernas recordaban cómo ejecutar los movimientos y que llevaban a mi cuerpo en lo que en mi fantasía era un movimiento grácil hacia la cima.

Cada tanto un recreo y una mirada al valle. En la bajada, el bosque se me antojó como un gran patio en el que se podía jugar a la mancha. Entregué mi posta y me reuní con quienes también habían concluido su participación; y bajo el arco de llegada uno a uno vimos los rostros triunfantes en cuerpos cansados atravesar a la meta. Una pequeña célula fue a buscar a una compañera que había quedado un poco más rezagada. Nadie se fue hasta que el último tuviera su medalla. Para algunos, la primera en su vida. Para otros, una de tantas. Pero sin dudas que para cada uno representa el sello de meses de esfuerzo, y de la victoria sobre luchas de toda una vida. 

Al día siguiente del certamen me tocó asistir a una formación académica sobre grupos, en la que escuché a la Lic. Gargiulo desarrollar ciertos aspectos básicos en la conformación de equipos terapéuticos. El armado de un equipo requiere tiempo. Habrá variaciones entre sus integrantes. Pero el proceso de constitución se seguirá gestando a lo largo del tiempo en la medida en que se den las otras condiciones. Entre ellas, hacer foco en una tarea clara. El equipo tiene una misión: establecer lazos solidarios entre pares, en los que apoyarse durante las crisis individuales que puedan sobrevenir. Todo esto junto a la continua formación, entrenamiento, brindan estabilidad al equipo.

En un segundo todo el proceso de estos meses pasó por mi cabeza. Y entendí que “equipo” es ese lugar en el que te preguntan, ¿venís hoy? Donde te ponen sobrenombres. Pero también donde te busca una mirada con ojos agotados, o te piden una mano para una inscripción. Es un abrazo al final y una bebida isotónica fría. Mi equipo es ese lugar donde me esperan y al que quiero volver. Y es, lejos, el mejor trofeo que haya conseguido.


*Psiquiatra y especialista en psicología del deporte. También es co-coordinadora del Programa de entrenamiento del Dispositivo Pavlovsky.

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