Revolución tecnológica: ¿cómo la inteligencia artificial podría modificar las prácticas médicas?
En este artículo, el psiquiatra Federico Pavlovsky explora cómo las innovaciones en el área transforman el presente y el futuro de la salud.
El último fin de semana se desarrolló en la ciudad de Mar del Plata el 34° Congreso de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA), con más de 6 mil inscriptos, bajo el lema “Psiquiatría y Salud Mental en tiempos de tecnología e innovación”. La pandemia Covid-19 determinó una aceleración respecto al uso de tecnología en salud: telemedicina, receta electrónica (Ley 27.553), apps focalizadas en salud, digitalización de historias clínicas y la confirmación de un nuevo actor importante, la ciencia de datos, una disciplina que incorpora elementos de la programación y de la matemática para la toma de decisiones en salud.
En 2021 la OMS publicó un documento con ocho principios rectores de la transformación digital en el ámbito de la salud, donde hace referencia a la Inteligencia Artificial (IA) como uno de los pilares de la transformación. La IA descripta por John McCarthy (científico de Massachusetts Institute of Technology) en 1957 da cuenta de una serie de procesos donde el ordenador (a través de una programación) desarrolla tareas similares a los humanos; por eso se gana el mote de “inteligentes”.
En los últimos años, con un crecimiento tecnológico veloz y exponencial (las tecnologías van a la cabeza y muy por detrás las regulaciones), se han producido avances en el desarrollo de la IA. Por caso, las denominadas Machine Learning (ML) y la Deep Learning (DL), tipos de IA donde el ordenador tiene la capacidad de aprender mas allá de su programación inicial y desarrollar gradualmente un comportamiento autónomo en la toma de decisiones. Se trata de una suerte de cerebro humano, con redes de “neuronas artificiales” que pueden procesar grandes cantidades de información en pocos segundos y realizar un aprendizaje sobre esos datos.
El primer chat de la historia
No hablamos de lo que viene, sino de lo que está pasando. La rapidez de los sucesos marea; de hecho, muchas personas se sienten afectadas psicológicamente por todos los cambios y pronósticos, un estado que adelantó con precisión el escritor Alvin Toffler en su libro “El shock del futuro” (1970). En las últimas semanas la FDA (Federal Drug & Administracion) de los Estados Unidos ha reconocido 178 dispositivos tecnológicos médicos basados en IA, que han sido testeados y aprobados particularmente en dos áreas: radiología y cardiología.
El uso de IA en salud mental se remonta a la década de 1960, donde Joseph Weinzenbaum, un científico alemán que se escapó del nazismo y emigró a los Estados Unidos, lanzó el primer chat conversacional-terapéutico de la historia al que llamó Eliza. Eliza fue programado, un poco en broma según su propio inventor, para reproducir preguntas abiertas tomando como modelo al terapeuta Carl Rogers. El experimento sobrepasó el ámbito académico del MIT y se convirtió en un fenómeno social y cultural, que comenzó a ser utilizado por curiosos, alumnos del colegio, amas de casa e incluso profesionales de la salud mental, algunos de los cuales propusieron este modelo para evitar la “imprecisión” del psicoanálisis.
Luego de observar la fascinación social que genero el bot, Weinzembaum señaló con preocupación que las personas que usaban el chat se olvidaban que hablaban con un programa de computación, se dejaban llevar por la emoción y caían en una suerte de embotamiento. Pero fue más allá, pronosticó en 1966 en su libro “La frontera entre el ordenador y la mente” que, desde el punto de vista técnico, la IA a mediano plazo podría reemplazar todas las conductas humanas, y que eso supondría un peligro para la humanidad.
Un asunto de geopolítica
Las palabras de Weinzenbaum parecen idénticas a las esgrimidas solo hace unos días por el historiador Yuval Noah Harari acerca de los riesgos para la humanidad de la explosión mundial del uso de IA a través del ChatGPT de la empresa OpenIA. A fines de marzo, referentes del mundo tecnológico como Elon Musk y Steve Wozniak, firmaron junto a más de 1000 empresarios y científicos del campo de la tecnología, una carta solicitando la detención de los experimentos con IA por seis meses, hasta que exista un marco normativo más específico. No solo se trata de una batalla entre grandes empresas de tecnología, sino también (y quizá fundamentalmente) de una disputa geopolítica mucho más profunda, entre Estados Unidos y China, un tipo de enfrentamiento donde el dominio de los datos y la información representan la ventaja estratégica.
No sería la primera vez en la historia que un científico se tome la cabeza con el resultado de su invento. En 1945, luego del lanzamiento de Hiroshima y Nagasaki, Robert Oppenheimer, el director del Proyecto Manhattan y creador de la bomba atómica dijo sobre sí mismo: “soy la muerte, tengo las manos manchadas de sangre”. En los siguientes años asumió una posición crítica respecto al uso de armas nucleares que le significó una larga persecución en su propio país y una denigración impensada en el otrora héroe nacional. Una película sobre su vida titulada “Oppenheimer” será estrenada en el mes de julio.
El buscador de los buscadores
Al igual que Eliza en la década de 1960, GPT se ha transformado en un hecho social, con cientos de millones de descargas en todo el mundo en pocos meses. Sabemos que se lanzó a fines de 2022, que vamos por la cuarta versión y que es una herramienta de tal fuerza que ha sido bautizada “el buscador de los buscadores”, a los que se agrega su capacidad de aprender y crear nuevos contenidos sobre datos recolectados, con una potencialidad de respuesta casi infinita.
En las últimas semanas se reveló que GPT aprobó exámenes en las escuelas de Medicina y Derecho, y en las últimas horas, un estudio de la prestigiosa revista médica JAMA informó que GPT obtuvo mejores resultados que los médicos a la hora de responder consultas en línea. Este reporte replica los resultados de un controvertido estudio de Koko, un servicio de salud mental en línea sin fines de lucro, donde 4 mil usuarios calificaron mejor los diálogos con IA (ChatGPT-3) que a los voluntarios humanos. El detalle es que los usuarios no sabían que estaban hablando con un ordenador y por eso este estudio fue duramente criticado.
Como contrapunto, también sabemos que ChatGPT comete errores, tiene sesgos ideológicos, puede inventar en forma convincente referencias médicas, acontecimientos históricos, hechos personales, algo que los tecnólogos han llamado “alucinación”, es hackeable y es un producto comercial, donde la intimidad personal a fin de cuentas es un producto que puede ser vendido.
Los bots conversacionales están entre nosotros hace mucho tiempo y no están libres de controversias. En 2016, Microsoft lanzó un chat conversacional que llamó Tay, que solo sobrevivió 16 horas antes de ser desconectado luego de realizar múltiples comentarios racistas. Estamos viviendo una revolución tecnológica a gran velocidad, pero que se viene gestando hace décadas y quizá la máquina descifradora de Alan Turing (1939) sea el primer hito fundacional de esta carrera.
Las grandes corporaciones tecnológicas (Google, Amazon, Microsoft) y las escuelas de negocios como polos de formación, están incursionando en el ámbito de la salud como nunca antes y aún está por escribirse el rol que ocupará la tecnología. Algunos piensan que será una herramienta al servicio de la relación con el paciente para mejorar su experiencia; otros que puede reemplazar a los profesionales de la salud en muchas áreas, inclinando la balanza hacia un trato deshumanizado y exclusivamente algorítmico. En lo que quizá sea un botón de muestra, IBM acaba de anunciar que suspende la contratación de empleados en funciones donde la IA puede reemplazarlos.
Como dice Diego Pereyra en su libro “La medicina del futuro” veremos quién gana, si las leyes de Isaac Asimov (donde el robot debe obedecer al humano y nunca dañarlo) o Skynet, la IA de Terminator.