Música, ciencia y placer: ¿por qué nos hace estremecer la banda sonora de la adolescencia?

Las melodías que nos emocionan hoy son las que dejaron una huella en el momento de mayor desarrollo del sistema de recompensa del cerebro. Los fundamentos, según especialistas del Conicet.

Créditos: IOM.
Créditos: IOM.

Por Magdalena Biota*

Según investigadoras del CONICET y la Facultad de Medicina de la UBA, el tipo de música que provoca mayor emoción en la edad adulta es aquella escuchada durante el momento de desarrollo del sistema de recompensa. Este circuito alcanza su máximo pico de expansión en la adolescencia, lo cual explicaría por qué algunas de las canciones escuchadas entonces activan respuestas corporales específicas, como los estremecimientos, la aceleración del ritmo cardíaco, la sensación de escalofríos, los cosquilleos en el estómago o la piel de gallina.

¿Qué pasa exactamente en el cuerpo cuando esto ocurre? ¿Puede la neurociencia precisarlo? La respuesta física a la banda sonora de la adolescencia tiene explicación y se encuentra en las bases neuroanatómicas del cerebro. La música suele provocar un cambio fisiológico, un tipo de respuesta mediada por una estructura cerebral conocida como circuito de recompensa. Este circuito, también denominado sistema mesolímbico dopaminérgico, abarca un área específica, el núcleo accumbens, encargado de procesar la información vinculada con las recompensas y los estímulos placenteros. Durante la adolescencia, este circuito alcanza su pico máximo de actividad: el cuerpo produce los niveles más altos de dopamina, una de las sustancias consideradas el neurotransmisor del placer. La música que escuchamos bajo el efecto de ese cóctel de hormonas del desarrollo y hedonismo biológico marca las estructuras del cerebro de una manera especial para el resto de la vida.

Al escuchar ciertas melodías, el cuerpo experimenta cambios fisiológicos: aumenta la capacidad de la piel para conducir electricidad, el pelo se eriza, el ritmo del corazón y la respiración se aceleran, la temperatura del cuerpo baja. En los momentos de placer musical más altos, puede aparecer una sensación de hormigueo o escalofrío. Para el cerebro adulto, volver a escuchar la banda sonora de la adolescencia es muy gratificante.

Canciones, emociones y escalofríos

Mariana Bendersky es neuroanatomista, docente de anatomía e investigadora en el Laboratorio de Anatomía Viviente de la Facultad de Medicina de la UBA y en la Unidad de Estudios en Neurociencias y Sistemas Complejos (ENyS, CONICET-HEC-UNAJ), y quiso indagar en este fenómeno. Para estudiarlo, se propuso hacer un experimento. Junto con su equipo de colaboradores, encuestó a casi mil voluntarios y voluntarias de entre quince y ochenta y cuatro años que respondieron sobre si las bandas o canciones que hoy provocan sensaciones de recompensa son las mismas bandas o canciones escuchadas entre los doce y dieciocho años.

“Analizamos el número de coincidencias absolutas y concordancias en cuanto a década o estilos musicales entre la música que los emociona actualmente y la música que solía emocionarlos en el secundario, y pudimos concluir que existe una relación significativa asociada al funcionamiento del circuito de recompensa, y en particular al núcleo accumbens”. En general, el tipo de música que provoca mayor placer es aquella escuchada durante el momento de mayor desarrollo del sistema mesolímbico. “Es el tipo de estímulos que te para los pelos de la nuca”, sostiene Bendersky.

La música de la adolescencia activa en mayor manera el sistema de recompensa. “Nuestras propias experiencias autobiográficas interactúan con la música y es por eso que cada quien encuentra su propia canción que le genera emoción hasta el punto del escalofrío”, agrega Silvia Kochen, neurocientífica argentina, investigadora principal del CONICET. Kochen se dedica a la investigación en neurociencias y al tratamiento de pacientes neurológicos, en especial a aquellos con epilepsia refractaria, un tipo de epilepsia resistente a la medicación. Su abordaje del proceso de salud-enfermedad y su pasión por la ciencia aplicada la incentivó también a indagar en aspectos sociales y humanos, y a preguntarse por los factores culturales. Su búsqueda la llevó a formarse en artes audiovisuales en la Universidad Nacional de las Artes. “Sabemos desde hace bastante que el cerebro humano tiene una capacidad de responder y participar de la música, incluso desde antes de nacer”, explicó la investigadora. “Esta capacidad dura toda la vida, hasta en sujetos que por distintas patologías pierden la capacidad de hablar”, agregó.

Un portal de recuerdos

Las canciones que sonaban cuando íbamos a la secundaria tienen un poder indiscutible para evocar recuerdos. La relación entre memoria y emoción puede explicarse a partir del circuito de recompensa. Lucía Alba-Ferrara, licenciada en psicología, magíster en neuropsicología cognitiva y doctora en neurociencias, investiga junto con Mariana Bendersky en los laboratorios de la ENyS. Explica que “se recuerda lo que es emocionalmente relevante. Cuando un evento emocionalmente sobresaliente co-ocurre con cualquier otro hecho, aunque sea trivial, es muy probable que no lo olvidemos. La adolescencia está plagada de eventos emocionalmente relevantes y lo que co-ocurre en esos momentos se recuerda, como la música”.

Cuando experimentamos algo placentero, por ejemplo escuchar las canciones que nos gustaban en la secundaria, se activa el sistema de recompensa del cerebro, incluido el núcleo accumbens. Esta activación resulta en la liberación de dopamina, un neurotransmisor que juega un papel importante en la sensación de placer y en la formación de asociaciones entre estímulos y recompensas. Dado que el núcleo accumbens está implicado (además de en la sensación de placer) también en la regulación de otras funciones como la motivación, la adicción y la toma de decisiones, ¿se puede utilizar este conocimiento para comprender mejor los circuitos involucrados en los comportamientos adictivos? Las experiencias placenteras o las expectativas de recompensa pueden influir en nuestras elecciones y comportamientos.

Los comportamientos adictivos generalmente provocan una liberación anormalmente alta de dopamina, lo que puede llevar a una búsqueda compulsiva y a la dificultad para resistir el consumo a pesar de las consecuencias negativas. “En base a las experiencias pasadas individuales uno busca recompensa en diferentes estímulos, y así como el núcleo accumbens se puede activar en algunas personas ante la música, la comida, o una relación social gratificante, en otras se puede activar mediante la ingesta de sustancias psicoactivas”, explica la especialista Alba-Ferrara.

Para la investigadora, las implicancias del hallazgo pueden ser relevantes y ya están siendo estudiadas. “Un terapeuta debería tratar que sus pacientes encuentren placer en cosas que no lo dañen, según los intereses de cada persona. El problema de trabajar con adictos es que toda su vida gira en torno de la droga y pierden el interés en todo lo demás. Existen investigaciones en pacientes adictos que han usado la estimulación cerebral profunda (con electrodos intracraneales) en el núcleo accumbens para tratar la adicción, pero aun no es una terapia aceptada por la FDA (ente regulador equivalente a Anmat en EEUU)”, comentó.

En la ENyS, Alba-Ferrara dirige el grupo de investigación en Neuroimagen y Cognición. El equipo comenzó hace poco tiempo una línea de estudio sobre consumos problemáticos, cuyo objetivo es estudiar los mecanismos cognitivos y neurales subyacentes a la recuperación espontánea de bebedores problemáticos. “Creemos que estudiar los patrones de conectividad neuronal intrínsecos y activados por tareas de control atencional, regulación emocional y abstención frente a estímulos que despiertan el deseo pueden proporcionar información esencial sobre los mecanismos que subyacen a la recuperación natural y la ventana de tiempo sensible en la red cerebral para realizar intervenciones psicoterapéuticas”, explicó.

El cannabis y su melodía

El circuito de recompensa participa en todo lo que nos genere placer. Cuando por distintas razones el cuerpo no genera de manera espontánea las sustancias que necesita para mantenerse en un nivel de equilibrio saludable, son necesarias otras intervenciones. Recientemente, con la sanción y reglamentación de la ley de cannabis medicinal en Argentina, se abrieron nuevas posibilidades de investigación y tratamientos para distintas problemáticas, entre ellas las adicciones.

¿Por qué puede ser eficaz el cannabis medicinal en estos casos? En base a los avances científicos, se comprobó que existe una relación entre el circuito de recompensa y el sistema endocannabinoide, un complejo sistema de comunicación inter-celular encargado de equilibrar los procesos metabólicos y optimizar las funciones de nuestro cuerpo. Dada esta relación, se pensó en el uso de preparados de cannabis medicinal con fitocannabinoides (CBD, THC, CBN, entre otros) y terpenos para tratar adicciones. Marcelo Morante es coordinador del Programa Nacional de los Usos Medicinales del Cannabis del Ministerio de Salud de la Nación, miembro de la Red de Cannabis de Uso Medicinal e Industrial del CONICET (RACME) e integrante del directorio de Agencia Regulatoria de la Industria del Cáñamo y del Cannabis Medicinal (ARICCAME) y se especializa en usos terapéuticos del cannabis. “Actualmente hay algunas estrategias como puertas de salida para la adicción a opioides como la metadona”, apuntó Morante.

Jorge Esteban Colman Lerner, licenciado y doctor en química e investigador independiente del CONICET en el Centro de Investigación y Desarrollo en Ciencias Aplicadas “Dr. Jorge J. Ronco” (CINDECA-UNLP-CICPBA), explica: “Existe un compuesto químico orgánico llamado anandamida, que se une a los receptores cannabinoides en el sistema endocannabinoide. La anandamida se sintetiza en las zonas del cerebro donde se gestiona la memoria, la motivación, y los procesos cognitivos superiores y el control del movimiento. De esta manera, influye en sistemas fisiológicos como el dolor, la regulación del apetito, el placer y la recompensa”.

Ananda es una palabra sánscrita que significa felicidad y gozo. En varias tradiciones, representa un estado de conciencia en el que se experimenta una sensación de profundo placer y alegría plena, de esas que llegan a sentirse en la piel, como cuando escuchamos la música de la secundaria.


*La autora es narradora, poeta y traductora.

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