Hinchas, fútbol y aguante: una mirada social a un fenómeno popular

Bombos que suenan, trapos que flamean, dedos aferrados al alambrado y gargantas sin voz, son el lado A. Machismo, discriminación y violencia son algunos ejes del lado B.

Hinchas de Aldosivi alientan colgados de la ventanilla y la puerta de un micro escolar yendo a ver al tiburón marplatense. Foto: Diego Izquierdo / Télam
Hinchas de Aldosivi alientan colgados de la ventanilla y la puerta de un micro escolar yendo a ver al tiburón marplatense. Créditos: Diego Izquierdo / Télam

La liga, la copa de la liga, la Copa Argentina, la Supercopa y la copa de la copa. 22, 24, 26 o hasta 30 equipos. Promedios sí o promedios no, promociones, partido desempate y más. Desmanejos económicos, conflictos de intereses, fallos arbitrales inexplicables, partidos aburridos, horarios imposibles y jugadores casi desconocidos completan el escenario. Escuchar decir que “antes se jugaba mejor a la pelota” y que “ya no se ven pibes de potrero” son algunas de las frases que vociferan desde treintañeros hasta personas que peinan canas. Pese a todo, hay algo que se mantiene ahí. “Qué sería de un club sin el hincha”, se preguntaba Enrique Santos Discépolo hace más de 70 años. “El hincha es el alma de los colores, el que da todo sin esperar nada”, exclamaba en 1951 el autor de Cambalache y Yira, yira. La construcción del hincha, aquel que “se rompe los pulmones en la tribuna” dio lugar con el paso del tiempo a lo que se denomina cultura del aguante.

“Tener aguante es una propiedad de los que hacen del verbo aguantar una característica distintiva”, dicen Pablo Alabarces y José Garriga Zucal en El “aguante”: una identidad corporal y popular. La fidelidad, el fervor, los sacrificios por el club y la violencia ligada a la masculinidad hegemónica son algunos de los aspectos singulares de esta cuestión heterogénea que remarcan los autores.

Sin embargo, el concepto de aguante no se mantiene estático. Nuevas olas y nuevos tiempos intentan moldearlo con continuidades y rupturas. “Por un lado, se mantiene una estructura basada en entender a ciertos rivales como enemigos, a concebir la disputa entre hinchadas como una disputa de honor y de masculinidad donde aguantar es soportar todas las condiciones desfavorables que van desde el clima hasta una emboscada de una barra. Seguimos teniendo un fútbol profundamente machista, racista y xenófobo”, señala Nicolás Cabrera, sociólogo e investigador del Instituto de Antropología de Córdoba, especialista en temas vinculados a violencia y deporte.

Al mismo tiempo, Cabrera advierte que cambia la sociedad y esa cultura del aguante también se va modificando. “La irrupción de los feminismos ha sido una onda más que interesante para disputar estos sentidos que están lejos de modificarse sustancialmente pero se pueden ver cosas que empiezan a cambiar como la presencia de mujeres en la tribuna y la legitimación del fútbol femenino”.

La otra: de rival a compañera

Florencia Gastaminza, licenciada en Psicología de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) e integrante del colectivo Feminismo Xeneize, rememora viejas épocas que en realidad no son tan viejas. “Antes no queríamos que haya tantas chicas en el ambiente del fútbol. Esos espacios se presentaban como patrimonio de varones que simbolizaban la masculinidad hegemónica. Como espacio ajeno, primero tenías que intentar acceder para luego permanecer y pertenecer. Para eso había todo un costo que pagar que tenía que ver con aguantar cuestiones del ejercicio de las violencias naturalizadas que no las considerábamos como tal”.

Gastaminza cuenta que para ingresar y legitimarse en esos espacios había una etapa de pruebas, incluso algunas que no les hacían a los hombres. Además, primaba el valor de la mujer en tanto potencial objeto de conquista y no como hincha. Sin embargo, para muchas mujeres esto no importaba y era algo común, natural. “Se sentía orgullo por tener muchos amigos de la cancha varones y por ser la única en tu grupo. El orgullo no era la compañera, que no existía ni lo pensábamos como término, sino que era ser la única entre muchos varones”.

No obstante, la consigna “Ni Una Menos” se transformó en un punto clave donde las mujeres empezaron a copar estadios, reunirse entre ellas y desnaturalizar prácticas muy arraigadas en las tribunas. “Distintas hinchas de cada club empezaron a conversar un poco más y ahí apareció que estábamos viviendo desigualdades desde hace muchos años y antes no las veíamos como tal. A partir de ahí se identificaron problemáticas estructurales que tienen que ver con el patriarcado como sistema de dominación”. Al mismo tiempo, la integrante de Feminismo Xeneize destaca que a partir de los espacios de encuentros entre mujeres se dejó de ver a la otra como competencia para verla como compañera.

¿Devuelvan a los visitantes?

Además de la irrupción de los feminismos en las tribunas, otro cambio sustancial en los últimos años está ligado a la ausencia del público visitante. El ingreso de hinchas del equipo contrario a los estadios se prohibió a partir del segundo semestre de 2007 en los partidos de ascenso y a partir de junio de 2013 en primera división. Estas medidas se tomaron a partir de los asesinatos de hinchas visitantes en ambos casos.

Cabrera distingue dos situaciones en relación al público visitante: “Por un lado hay sectores que no quieren y situaciones donde no se puede. Para muchos actores jugar sin público visitante les facilita las cosas. A los dirigentes les implica menos presupuesto porque se contratan menos efectivos de seguridad y a la propia policía también le facilita las cosas porque no tiene que pensar en un operativo de seguridad con las dos hinchadas”.

En este sentido, un agente policial de identidad reservada agrega que “antes había que dividir los ingresos de la cancha para los dos públicos sin que se choquen, no solamente en las inmediaciones de la cancha sino en los accesos de los colectivos y los autos particulares para evitar enfrentamientos. El dinero que sale cubrir un evento futbolístico en cuanto a la seguridad ha disminuido porque el operativo era mucho más amplio”.

Entre las situaciones en las que no se puede contar con la presencia de las dos parcialidades, Cabrera, especialista en violencia y deporte, resalta que hay equipos que tienen una rivalidad tan larga que todavía no existe la madurez y la planificación suficiente para jugar con las dos hinchadas. La ausencia de público visitante implicó una disminución de la violencia dentro de los estadios, pero no así en las afueras de las canchas.  

Tiros van, tiros vienen

“Desde hace varios años las muertes han dejado de ocurrir sustancialmente adentro de las canchas y existen en otros lugares: en inmediaciones, en peleas en barrios y conflictos entre gente de la misma hinchada. El estadio dejó de ser el lugar preponderante, como era en los 80’ y 90’, donde se escenificaba la violencia en el fútbol”, afirma Diego Murzi, doctor en Ciencias Sociales, investigador del CONICET y vicepresidente de la ONG Salvemos al Fútbol.

Murzi detecta algunos cambios a la hora de pensar en los enfrentamientos relacionados al fútbol. “En términos espaciales, las peleas se dan fuera de la cancha; en términos temporales, las peleas no se dan el día del partido; en términos de alteridad, se pelea menos con hinchas de otros equipos y más con hinchas del mismo equipo”.

Menos violencia pero más muertes

Lo que antes se resolvía a las piñas, o a lo sumo con cuchillos o facas, hoy se resuelve mediante el uso de armas. Esto genera un aumento de la letalidad pese a que hay menos incidentes. Desde la muerte de Martín Javier Jerez, hincha de Lanús que había ido a alentar a su equipo al Estadio Único de La Plata y fue asesinado por la policía en 2013, hubo 66 fallecimientos por hechos violentos en torno al fútbol.

Empero, las tribunas están más tranquilas dado que la violencia se traslada hacia otros lados. Ante este nuevo panorama, uno de los momentos de mayor estrés pasó a ser el cacheo para ingresar al estadio donde, sobre la hora del partido, suelen producirse desmanes entre hinchas y efectivos policiales. “La impaciencia de la gente hace que, particularmente en esos momentos, se generen ciertos momentos de tensión. Sumado a esto, hay personas que consumen alcohol, se drogan y van a hacer quilombo a la cancha. Esos la agitan con la gente y se genera un conflicto con la Policía provocando un choque”, señala el agente policial. 

Toda la peligrosidad que puede registrarse afuera del estadio en un cacheo finaliza una vez que se pisan los escalones de las tribunas. De esta manera, las canchas pasan a ser más seguras y eso se ve en la presencia de familias, mujeres y niños, algo arriesgado en la década del 80, 90 y principios del nuevo siglo. Quienes participan de los operativos policiales aseguran que el derecho de admisión, que evita el ingreso de personas “conflictivas” a las tribunas, es uno de los éxitos que explica este cambio.

Nuevos tiempos, nuevos aguantes

Diego Murzi comenta que a mediados de la década del 2000, cuando aparece la categoría del aguante, las lógicas eran otras. “Años atrás no estaba tan extendido el uso de las armas de fuego, entonces la pelea cuerpo a cuerpo tenía mucho que ver con el aguante mientras que el uso de armas de fuego no. Antes el aguante consistía en mostrar para los demás y hoy la forma de mostrar con las redes sociales cambió”.

Murzi, investigador del CONICET y especialista en Sociología del Deporte, también destaca la prohibición del público visitante como uno de los puntos que invitan a repensar el concepto de aguante. Por otra parte, las barrabravas incrementaron y expandieron sus campos de negocios, dejando el combate con otras hinchadas en un segundo plano para preservar y ampliar el crecimiento de las actividades mercantiles.

Aunque haya muchas lógicas del aguante que todavía perduran, algunas otras se modifican. Como cualquier lugar de poder, muchas personas luchan por mantener el status quo y otras buscan quebrarlo. Y en ese mientras tanto las tribunas se siguen llenando porque, como dijo Maradona, “el fútbol es el deporte más lindo y más sano del mundo”.


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Nicolás Retamar

Redactor. Docente y licenciado en Comunicación Social.