Diego Golombek: “Contar lo que hacemos también es aplicar conocimiento”

Entrevista al divulgador científico y director del Laboratorio de Cronobiología de la UNQ. Una vida dedicada a narrar para generar interés por la ciencia.

Diego Golombek es, entre otras cosas, doctor en Biología, docente y divulgador científico. Créditos: Universidad Nacional de Quilmes.
Diego Golombek es, entre otras cosas, doctor en Biología, docente y divulgador científico. Créditos: Universidad Nacional de Quilmes.

Si bien se define como biólogo, Diego Golombek es un todo terreno. Docente, investigador, divulgador, escritor, editor, periodista y comunicador. Es doctor en Biología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), investigador principal del Conicet y profesor titular en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), donde dirige el Laboratorio de Cronobiología. Como divulgador participa en decenas de programas, charlas, eventos, escribe libros y dirige la colección Ciencia que ladra de la editorial Siglo XXI. Un recorrido por sus inicios, su vinculación con las ciencias y la reedición de su libro “Las neuronas de dios”.

-Trabajó de muy joven en el Buenos Aires Herald y “jugó a ser periodista”. ¿Qué enseñanzas le dejó esa experiencia que definió como aventura inconsciente?

-Realmente fue algo maravilloso. Yo era muy joven, tenía 15 años y respondí a un aviso en el cual Herald estaba buscando cronistas deportivos que, claramente, no era ni es mi fuerte. Tenía una formación en periodismo y básicamente aprendí en el campo. Esto es en sentido literal porque tenía que ir a cubrir deportes bastante extraños, pero lo más extraordinario era volver a la redacción rodeado de monstruos del periodismo que yo ni siquiera sabía quiénes eran. Allí tuve la posibilidad de sintetizar ideas, de volcarlas en una historia, de ir muy tímidamente logrando algún pequeño estilo, una pequeña voz y todo ese aprendizaje después siguió adelante en otras actividades de periodismo, divulgación y en la ciencia misma.

-¿En qué momento escogió a la divulgación científica como forma de comunicar?   

-Cuando ya había entrado a la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (en la UBA), sin saber muy bien por qué -dado que mis intereses iban por el lado humanístico o artístico- de a poco me fue gustando la carrera. Tuve la oportunidad de que confluyeran estos dos grandes mundos, hacer ciencia y contarla. A mí me gusta mucho contar, hacer literatura y periodismo. De pronto, aparece la ciencia y estos dos elementos se cruzan en la divulgación científica. Comencé haciendo colaboraciones en el suplemento Futuro de Página 12 y luego en muchos otros medios tanto gráficos como audiovisuales. 

-Usted dice que contar ciencia es, en el fondo, hacer literatura. ¿Por qué hay contarla? ¿Cuál es el sentido? 

-Me parece que los que hacemos ciencia, los que estamos como investigadores e investigadoras, conocemos una manera fascinante de entender el mundo, seductora y maravillosa, pero que nos la guardamos para nosotros. La primera razón es compartir esa manera de contar la ciencia y de ver el mundo. Pero no es la única razón, también tenemos una responsabilidad ya que la mayoría de nosotros estamos en un sistema público, sea la Universidad, el Conicet u otro lugar. Entonces nos debemos a los impuestos, nuestro compromiso es con la gente.

-Cuando hablamos de científicos se viene a la mente personas con guardapolvos en lugares cerrados que inventan, descubren o analizan cosas…

-No todos hacemos lo que se llama ciencia aplicada o aplicaciones de la ciencia: no siempre inventamos vacunas o nuevos materiales pero sí podemos contar un poco lo que hacemos como una forma de aplicar el conocimiento también. Con eso, por ahí generamos más interés y mayor apoyo en una ciudadanía que pueda llegar a pensar un poco más científicamente. Además, de rebote, puede haber más chicos y chicas que se quieran dedicar a la ciencia.

-Habla de “meter la ciencia de contrabando”, ¿a qué se refiere con eso? 

-Cuando vas a contar la ciencia, a hacer divulgación, periodismo o lo que fuera, en general del otro lado no hay un enorme interés y cuadras de gente esperando a ver de qué se trata. En general es todo lo contrario, porque la idea que tiene la gente suele ser la de una ciencia escolar. Se suele recordar un pizarrón lleno de fórmulas, cuestiones que no se entendían o, en el mejor de los casos, un laboratorio donde había cosas que olían mal y explotaban. Inmediatamente, se genera distancia y recelo. Como dice Adrián Paenza, muchas veces las personas se jactan de decir “yo no entiendo nada de matemática” como si fuera algo maravilloso.

-¿Y cómo se hace para seducir a esa población que en principio no le interesa la ciencia?

Una estrategia para que no se levanten esos anticuerpos frente a “esto no es para mí”, es meter la ciencia donde la gente no se lo espera. Hablar de un córner en el fútbol, música, jardinería o de cosas que te pasan en la cocina, el dormitorio y en el baño. Hay muchísima ciencia metida y ahí la gente inmediatamente se interesa porque es algo de “me pasa a mí”. Hacer un huevo frito, escuchar una canción que me parece alegre o contagiar el bostezo. Entonces, una vez que ya captaste esa atención, ahí vas de nuevo ya con la explicación científica. 

Diego Golombek. Créditos: Universidad Nacional de Quilmes.
Diego Golombek. Créditos: Universidad Nacional de Quilmes.

-Hay un discurso instalado en un sector de la sociedad que manda a sus hijos a escuelas técnicas con la promesa de un futuro laboral cercano pero que a su vez afirma que la educación técnica es cada vez peor y que “se quedó en el tiempo”. Como exdirector del Instituto Nacional de Educación Tecnológica (INET), ¿qué evaluación hace de la realidad de las escuelas técnicas y que tan cerca/lejos está de los nuevos requerimientos científicos y tecnológicos? 

-Para mí fue un gran descubrimiento la escuela técnica. Yo no vengo de ese mundo y la verdad que aprendí muchísimo. Tiene como premisa el hacer más allá del pensar en el hacer, que obviamente hay que hacerlo a través de todo un proceso creativo e intelectual. Pero la posta acá es hacer, son las manos al servicio de algo que le sirva a la sociedad y eso se ha mantenido a lo largo del tiempo. La escuela técnica fue tremendamente vilipendiada, con bajo presupuesto y casi destruida hace unas décadas de manera bastante adrede. A pesar de eso se sostuvo porque hay un sistema muy sólido de docentes, directivos y familias que se la bancan.

-¿Y con respecto al supuesto retraso y la antigüedad en sus programas?

Lo que por ahí resta muchísimo por hacer es que la escuela técnica se oriente hacia las necesidades productivas. En algún momento, muchos profesores de taller eran trabajadores que venían de la fábrica y te enseñaban cómo se hacía algún proceso, alguna herramienta o lo que fuera. Ahora está bastante más lejos el mundo productivo de lo que es la técnica y las necesidades van por otro lado. Necesitamos las orientaciones de la técnica, electromecánicos, electricistas y constructores, pero también hay que mirar nuevas necesidades, metodologías y tecnologías. De a poco tienen que ir metiéndose en la escuela técnica porque si no se va a ir quedando cada vez más atrás.

-En relación a su libro que acaba de reeditar Siglo XXI, ¿por qué las neuronas de dios?

-La propuesta es tratar de estudiar científicamente las creencias en algo sobrenatural. El libro surge de un pensamiento: por qué puede ser que en el siglo XXI, con tanta tecnología y avances en medicina, salud, alimentos y movilidad, la enorme mayoría de la gente siga creyendo en algo sobrenatural. Se habla de entre 85 y 90 por ciento de la población que es creyente en algo más allá, y de ese porcentaje un número enorme asiste a algún tipo de ritual religioso que se organiza socialmente. Entonces uno puede decir que inventar un dios y un ritual es puramente cultural.

-¿Y es netamente cultural o hay algo más que no estamos pensando?

-Si es tanta gente y al mismo tiempo se ha mantenido casi incólume a lo largo de la historia y de la geografía, podría ser un poco más polémico y decir: ¿y si no fuera solo cultural, si hubiera un fenómeno biológico que subyace a la creencia en lo sobrenatural? Eso es un poco lo que uno puede buscar, ver si hay efectivamente algo heredable, algo biológico en esta propensión a creer. No es la religión, que es claramente social, cultural y cambia todo el tiempo. Pero la creencia se ha mantenido desde que somos humanos.

Diego Golombek. Créditos: Universidad Nacional de Quilmes.
Diego Golombek. Créditos: Universidad Nacional de Quilmes.

¿Dios y la ciencia tienen algún punto de contacto? ¿Cómo se relacionan? 

-Entre dios, o las religiones, y la ciencia no es que haya mucho en común, de hecho son opuestas. La base de la ciencia es la evidencia y la base de la religión es la creencia. No es que se llevan bien pero sí se pueden estudiar una a la otra, la ciencia a la religión y la religión tratar de entender o aceptar algunas explicaciones científicas. 

-Sobre el final del libro menciona que “si la religión es un virus, la ciencia puede ser una vacuna”. ¿Qué implica la frase en este contexto particular donde todo el mundo habla de virus y vacunas? 

-Es un fenómeno extraño el que estamos viviendo, poder entrar a un bar y encontrar un grupo de amigas o amigos hablando de ARN mensajero y cepas de virus; eso es algo muy raro en la historia de la humanidad. En el caso particular de la frase, se basa en la idea de William Burroughs, un escritor que decía que el lenguaje es un virus del espacio exterior. Una idea muy poética de que el lenguaje aparece de golpe en los humanos, al menos en una forma en particular. Uno podría decir que la creencia en lo sobrenatural también aparece de golpe o evolutivamente en los humanos como si hubiera venido de algún lado. De ahí la idea del virus del espacio exterior.

-Mencionaba recién que la ciencia puede estudiar la religión, pero en nombre de la religión y lo sobrenatural se justifican muchos actos.

-La religión no tiene nada de malo, le hace muy bien a algunas personas porque baja el estrés e incluso hay algunas evidencias de que la gente podría vivir más si es religiosa. Sin embargo, tiene aspectos que no son tan bonitos. Cuando la religión se vuelve ideología y no solamente permite la cohesión de un grupo para superarse sino para pasar por arriba a los vecinos  porque “la religión es la mía, el dios verdadero es el mío”, hay que ponerle un freno. Cuando hay justificaciones sobrenaturales que intentan pasar por arriba de las explicaciones científicas, hay que pararlo. Es cierto, hay muchas cosas que no sabemos pero eso no quiere decir que son un misterio o es algo sobrenatural. Todavía nos faltan elementos para conocerlas, pero la manera de hacerlo es científica. 

-A propósito de las neuronas, su tema dentro de la Cronobiología es la regulación de los ritmos biológicos. ¿Hacia dónde van nuestras horas de sueño y cómo impactan en la cotidianeidad?  

-La recomendación universal es que los adultos debiéramos dormir un mínimo de siete horas por noche. En general, estamos por debajo de esto, no solamente dormimos poco sino que dormimos mal y a deshoras. El enemigo número uno del sueño es el estrés y la ansiedad. Claramente estamos muy estresados, muy ansiosos y con mucha incertidumbre. Se calcula, aunque algunos datos hay que agarrarlos con pinzas, que dormimos una hora menos que hace 50 años y dos horas menos que hace 100 años. Si un poco en broma quisiera extrapolar esos datos a ver hacia dónde vamos, la curva te dice que para el año 2758 no dormimos más.

-Pero no va a suceder tal cosa, ¿o sí?

-Es imposible porque sabemos que si no dormís te morís. El sueño es vital, pero claramente hay un desprecio del sueño. Se considera un lujo que si podés lo tenés y si no, no pasa nada, total lo recupero el fin de semana o en una siesta. En realidad no es así. Hoy sabemos que dormir poco, dormir mal o dormir a deshoras trae consecuencias sobre el estado de ánimo, sobre la productividad y también sobre la salud. Hay que prestarle bastante más atención al sueño y no solamente pensar que es algo que está ahí cuando podemos.


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Nicolás Retamar

Redactor. Docente y licenciado en Comunicación Social.