Hernán Thomas y una mirada científica que dialoga con la comunidad
El director del Centro de Estudios en Ciencia, Tecnología y Desarrollo de la UNQ subraya la importancia de responder a las necesidades de las personas para lograr un desarrollo sostenible y con impacto.
En el mundo de la tecnología y la ciencia, Hernán Thomas es un outsider. No es de los que inventan el próximo celular del futuro ni diseñan la nueva app de moda. No, su campo está en las grietas de ese modelo, en las áreas donde la tecnología no llega o, si llega, no resuelve los problemas reales. Thomas mira la tecnología como un fenómeno social, algo que se vive en el día a día y que, en las comunidades marginadas, se sufre en carne propia. Su oficina, en el Centro de Innovación de Tecnología para el Desarrollo (CiTeDe), en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), está lejos del brillo de Silicon Valley, aunque, posiblemente, crea que eso es justo lo que la ciencia necesita en este momento.
“En Argentina, el desafío no es cómo volverse una potencia tecnológica, sino cómo utilizar lo que tenemos para reducir la desigualdad”, explica Thomas en diálogo con la Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes.
Tecnología para quiénes
¿A quién responde la tecnología hoy? Thomas pasó años investigando y revela que, en muchas ocasiones, el problema no es la falta de tecnología, sino su objetivo final. Porque muchas innovaciones no apuntan a quienes realmente podrían beneficiarse de ellas. Las tecnologías actuales, desde la inteligencia artificial hasta las herramientas agrícolas, responden más a los intereses de quienes ya tienen el poder, que a los que están en la base, a quienes verdaderamente podrían cambiar su realidad con algo tan básico como un sistema de riego adecuado o una máquina agrícola funcional.
Lo más fascinante —e inquietante— de la sociología de la tecnología en la visión de Thomas es cómo expone que, muchas veces, las soluciones se piensan sin conexión con la realidad concreta de las personas. Él va directo al punto: si la tecnología no responde a las necesidades reales, no solo no es útil, sino que es una tecnología fallida. Y lo peor, su inutilidad es invisible, porque se enmascara bajo el discurso de la innovación y el progreso.
A diferencia de otros académicos, para este investigador la tecnología no es neutral, ni mucho menos. No es una herramienta que, bien empleada, pueda solucionar cualquier problema. Él señala que muchas veces la tecnología se convierte en un reflejo de desigualdades sociales que, lejos de corregirlas, las profundizan. Esta visión choca de frente con el discurso habitual sobre la tecnología como la gran salvadora.
Innovación desde las comunidades
Con un currículo extenso, el científico de la UNQ trabaja en proyectos que van desde la creación de sistemas de purificación de agua en zonas rurales hasta alternativas de energía renovable que pueden ser gestionadas localmente. Su enfoque no es técnico, sino social. “La tecnología no debe ser la que tenga la última palabra; la comunidad que la usa debería ser la protagonista”, dice.
Doctor en Ciencias Políticas y Sociales, y licenciado en Historia, docente e investigador de la UNQ, lleva más de 25 años desarrollando su teoría y práctica de la tecnología socialmente responsable. Es un trabajo que presentó en congresos, libros y artículos, pero que también se mide en las historias que cuenta de comunidades enteras que ahora pueden purificar su agua o generar electricidad con sistemas adaptados a sus recursos y habilidades. Un ejemplo emblemático es el proyecto SEDCERO, una iniciativa de bajo costo para purificar agua que diseñó en conjunto con las propias comunidades que carecían de acceso al agua potable.
“La tecnología aplicada sin un sentido social no tiene nada que aportar”, sentencia. Esta postura, que lo distancia de los centros de poder científico, no le preocupa; en cambio, se focaliza en una ciencia que sirva a la gente, que atienda sus necesidades reales. En ese sentido, la metodología de sus investigaciones se destaca por su inclusividad. En lugar de imponer soluciones, trabaja codo a codo con las comunidades, invitándolas a co-crear las respuestas que desean ver en sus entornos. A través de talleres aumentan la efectividad de sus proyectos y fomentan un sentido de pertenencia y responsabilidad colectiva. “Cuando la comunidad participa en el proceso, los resultados son más sostenibles”, explica. Al involucrar a las personas desde el principio, asegura que las soluciones se adapten a sus contextos y necesidades.
25 años en el sistema I+D
Thomas comparte las claves de su trayectoria y las lecciones aprendidas. en el marco de la UNQ: “El mayor desafío fue entender lo que realmente significa ser un investigador”, reflexiona. “Entramos en este camino preparados para ser alumnos, y con suerte, para enseñar. Pero ser investigador es otra cosa, especialmente cuando el conocimiento que producimos debe generar un impacto social”.
La formación de un equipo sólido es otro de los hitos en su carrera. “Partimos casi de cero en un campo que, en ese momento, era relativamente nuevo: la sociología y la economía de la innovación y la tecnología”, recuerda. Este esfuerzo consistió en formar becarios y tesistas, y en construir una comunidad académica unida por un objetivo común. “Fue un aprendizaje colectivo”, destaca, y hoy el CiTeDe es un centro consolidado que continúa creciendo y generando un impacto significativo en la sociedad.
Bajo su dirección, el CiTeDe se convirtió en un referente, colaborando tanto con gobiernos como con organizaciones sociales. Desde programas de posgrado hasta asesorías técnicas, Thomas logró algo que pocos centros académicos logran: una conexión directa con el mundo real. El conocimiento que producen, dice, tiene aplicaciones tangibles y mejora políticas públicas. No son ideas que se quedan en el aula; son cambios que resuenan en la vida cotidiana.
Y en el núcleo de todo esto, está la Secretaría de Investigaciones de la UNQ, que define como el engranaje que permite la expansión del proyecto. Su estructura no solo respalda a los investigadores; también les da un norte y una estrategia para crecer. Esto, en el fondo, fortalece a toda la universidad, convirtiéndola en una institución que no solo genera conocimiento, sino que se compromete a dejar una marca en la sociedad.
Para los jóvenes investigadores, tiene un mensaje que suena casi como un mantra: “La ciencia social es más efectiva cuando se trabaja en equipo. Encuentren un grupo donde se sientan cómodos, aprendan a colaborar y dejen que sus colegas los influyan”. Porque para él, esta carrera no es una escalera individual hacia el prestigio, sino un camino que vale la pena recorrer acompañado, y eso hace que el viaje sea mucho más que meritorio: lo convierte en una experiencia genuina de cambio.