Toxicidad informativa: el desafío de formar ciudadanos críticos en tiempos de posverdad

Alfredo Alfonso, rector de la Universidad Nacional de Quilmes, alerta sobre los riesgos de un mundo donde los datos son menos creíbles que las narrativas.

Alfredo Alfonso investiga cómo construir mensajes que promuevan una ciudadanía crítica. Crédito: UNQtv.
Alfredo Alfonso investiga cómo construir mensajes que promuevan una ciudadanía crítica. Crédito: UNQtv.

Un video en TikTok asegura, con toda seriedad, que la Tierra es plana. Así, sin matices. Plana, como una mesa, como si Copérnico y Galileo nunca hubieran existido. Con gráficos que parecen salidos de un PowerPoint de los años 90 y una voz en off que roza lo convincente, lanza su premisa principal: “La NASA nos miente”.

Lo que sigue es una colección de “pruebas” que desbordan creatividad y carencia de rigor científico: un atardecer en el horizonte se convierte en evidencia, la falta de fotos desde el “borde” del planeta se presenta como un misterio inexplicable y la gravedad es calificada como un mito convenientemente impuesto. Mientras, los telescopios, las misiones espaciales y siglos de avances científicos van directo a la papelera de reciclaje.

El video acumula miles de likes y compartidos. Y aunque a primera vista puede parecer una broma, su alcance revela algo más profundo. No es solo un ejercicio de escepticismo mal informado; es un ejemplo de cómo opera la desinformación en la era digital.

Así es como funciona la desinformación: toma una falacia, la disfraza de “dato oculto” y la lanza al espacio digital, donde corre más rápido que un chisme en un barrio pequeño. Para muchos, la narrativa de la conspiración resulta irresistible porque no requiere esfuerzo. Cuestionar lo que se ve en la pantalla, buscar fuentes confiables y analizar críticamente la información implica trabajo, y eso es algo para lo que no siempre se está preparado.

“Hace falta un pensamiento crítico”, alerta Alfredo Alfonso, rector de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), en diálogo con la Agencia de Noticias Científicas de la UNQ. Porque en un contexto donde las plataformas digitales amplifican mentiras al ritmo de un algoritmo, el impacto de la desinformación va mucho más allá del entretenimiento. Para Alfonso, docente, investigador y primer rector universitario de Argentina proveniente del campo de la Comunicación Social, la posverdad no es solo un concepto académico; es una amenaza tangible que desgasta las democracias, fragmenta sociedades y contamina los procesos educativos. En ese sentido, como un apasionado estudioso de las narrativas mediáticas, tiene claro que la verdad, en tiempos de posverdad y desinformación, no solo se investiga: se defiende.

La vacuna contra las fake news

Entre la desinformación y las prácticas digitales, la educación enfrenta un desafío mayúsculo: formar ciudadanos críticos en un entorno saturado de información dudosa. En este contexto, desde el Sistema I+D de la UNQ, que acaba de cumplir 25 años, Alfonso codirige el Programa de Investigación en Tecnologías Digitales y Prácticas de Comunicación en Educación. Junto a un equipo multidisciplinario que combina sociología, comunicación y análisis de datos, busca desentrañar cómo operan las noticias falsas y desarrollar herramientas para combatirlas.

Durante más de una década, este Programa tejió una red interdisciplinaria de reflexión y acción, consolidándose como un espacio pionero en el estudio de cómo las tecnologías digitales están transformando las prácticas educativas y culturales. Con nueve proyectos activos y la participación de cerca de 150 investigadores, su impacto trasciende el ámbito académico para incidir directamente en la praxis educativa. “La toxicidad de la información no solo distorsiona la percepción de la realidad, sino que también transforma cómo aprendemos y enseñamos. Nuestro desafío es comprender estas dinámicas y ofrecer soluciones”, afirma Alfonso.

Aunque cada uno de los proyectos persigue objetivos específicos, todos convergen en una visión compartida que enriquece la investigación educativa desde múltiples perspectivas. Este enfoque articulado promueve la colaboración interdisciplinaria y aborda desafíos actuales como la proliferación de noticias falsas y la manipulación de la verdad en los entornos digitales. “No buscamos demonizar las tecnologías digitales, sino entenderlas y aprovechar su potencial para construir un conocimiento colectivo y crítico”.

La universidad como trinchera

Licenciado en Comunicación Social por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y magíster en Periodismo y Ciencias de Comunicación por la Universidad Autónoma de Barcelona, hace más de 30 años que Alfonso se desempeña en la docencia universitaria en el campo de la Comunicación Social. Pero no es solo un académico. Es, sobre todo, un formador, un defensor de la universidad pública como motor de cambio social.

Desde proyectos que cruzan la investigación con el impacto social, hasta iniciativas como el Premio Nuevas Miradas en la Televisión, busca tender puentes entre lo académico y lo popular. Además, a lo largo de su carrera, dirigió a un centenar de estudiantes entre tesistas y becarios, contribuyendo así a la consolidación de la comunicación como campo de estudio en Argentina y la región. Su trabajo en la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación (ALAIC), donde fue vicepresidente, lo posicionó como una figura clave en la articulación de redes académicas en América Latina.

Sin embargo, no ignora los desafíos actuales que enfrenta, como la precarización de la ciencia y la fuga de talentos al exterior. “La fuga de cerebros es un desafío constante”, comenta. “Perder talento joven impacta profundamente en la continuidad de la investigación”. Hacer ciencia hoy es un acto político. Y en Argentina, quedarse para hacerla es un acto de fe. Quienes se quedan construyen un puente invaluable hacia el futuro. En ese sentido, Alfonso destaca la fortaleza del sistema de investigación, al que califica como “ejemplar” por su rigurosidad y capacidad para articular recursos humanos y financieros.

Hoy, desde su rol como rector, promueve el fortalecimiento de la investigación: “Una universidad que no investiga está destinada a quedarse en el pasado. Es lo que nos permite innovar, generar transferencia tecnológica y, sobre todo, formar profesionales que transformen el mundo”, concluye.

El reto, claro, no es menor. El ruido de fondo es ensordecedor, la propaganda está en todas partes y las voces más ruidosas no siempre son las que tienen la razón.


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María Ximena Perez

Periodista, docente e investigadora. Doctora en Comunicación.