La NA-SA argentina opera las tres centrales nucleares del país: Atucha I, Atucha II y Embalse. Su rol fundamental la vuelve una institución irremplazable.
Atucha II es una de las tres centrales nucleares que opera Nucleoeléctrica. Créditos: NASA.
El gobierno anunció la privatización parcial de Nucleoeléctrica Argentina (NA-SA), la empresa que opera las tres centrales nucleares que funcionan en Argentina: Atucha I, Atucha II y Embalse. En este sentido, el Ejecutivo sostuvo que “el financiamiento privado permitirá completar la extensión de vida de la central Atucha I e impulsar nuevos proyectos en el sector”. Sin embargo, desde la oposición afirman que el objetivo está vinculado a la recaudación de dólares y a intereses geopolíticos en favor de Estados Unidos. Aunque el legislador José Mayans impulsó un proyecto para declarar de interés público, estratégico y no enajenable al desarrollo nuclear argentino, la iniciativa no contó con el acompañamiento necesario en el Senado. En diálogo con la Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes, dos especialistas del sector destacan la importancia de NA-SA y las consecuencias de privatizarla.
“La privatización de Nucleoeléctrica Argentina sería un hito drástico para el país debido a las capacidades que tiene la empresa nuclear de bandera, que concentra el desarrollo y conocimiento de 75 años de la industria“, señala Nicolás Malinovsky, trabajador de NA-SA y director del Observatorio de Energía, Ciencia y Tecnología. A modo de ejemplo, la empresa reparó el reactor de Atucha II en tres meses, una tarea que realizó en tiempo récord. Para eso, sus trabajadores diseñaron una herramienta para soldar y cortar bajo agua, mediante la cual pudieron sacar una pieza que se había soltado del reactor.
Antes de su creación en 1994, NA-SA era una gerencia que operaba las entidades nucleares dentro de la Comisión Nacional de Energía Atómica. Aunque el objetivo inicial fue venderla, Nucleoeléctrica Argentina no pudo ser privatizada. En la actualidad, la empresa genera el 7 por ciento de la energía eléctrica del país. Además de operar las tres centrales nucleares de Argentina, se encarga de la comercialización en el Mercado Eléctrico Mayorista de la energía producida por sus plantas y del mantenimiento de sus instalaciones. Al mismo tiempo, tiene a su mando los proyectos para la eventual construcción de futuras centrales nucleares en territorio nacional.
“En primera medida, desprenderse del Nucleoeléctrica sería concentrar más la producción de energía en nuestro país. Al ser controlada en mayor medida por el sector privado, las tarifas aumentarían inmediatamente y perjudicaría a la sociedad. A su vez, perderíamos personal altamente calificado para realizar tareas de mantenimiento y la unidad de gestión encargada de construir nuevas centrales nucleares”, destaca Malinovsky, autor del libro Crítica de la energía política.
Por su lado, el exvicepresidente de la Comisión Nacional de Energía Atómica, Diego Hurtado, agrega: “Nucleoeléctrica es dueña de los diseños de las centrales que gestiona, es diseñadora, constructura y operadora de centrales de potencia. Para tasarla, desde el lado del gobierno solo dicen que es operadora, pero en realidad es mucho más que eso: es disponer de los diseños y tener capacidad para diseñar, y no hay muchas empresas en el mundo con estas capacidades. Por una parte, está el patrimonio tangible, que es enorme, y por otra parte está el patrimonio intangible con técnicos, operadores, ingenieros y científicos que no tiene cotización porque es un sector estratégico”.
Contra la excusa gubernamental de que las empresas deficitarias pasarán a manos del sector privado, Nucleoeléctrica es superavitaria, es decir, genera ganancias. Además, en un contexto donde la energía nuclear está en auge por su rol en la lucha contra el cambio climático y las grandes potencias se disputan a ver cuál construye más centrales para abastecer la demanda industrial y tecnológica, ceder casi la mitad de la participación a terceros y resignar soberanía no parece la mejor opción.