La alquimia psíquica y el poder de cambiar la mente

La psiquiatra María Juana Brady utiliza como excusa la serie de Netflix How to change your mind para repasar las investigaciones locales con psicodélicos.

Imagen de difusión de la serie documental “How to Change Your Mind”
Imagen de difusión de la serie documental “How to Change Your Mind”. Créditos: Netflix.

Por María Juana Brady*

Hace pocas semanas se estrenó la mini docu-serie “How to change your mind” (Cómo cambiar tu mente) en Netflix, protagonizada por el periodista y escritor estadounidense Michael Pollan. Son solo 4 capítulos en los que se desarrollan estudios y experimentaciones con psicodélicos -LSD, Psiloscibina, MDMA y Mescalina- particularmente en la segunda mitad del siglo XX como terapéutica para distintos cuadros que afectan la salud mental. Empleados para tratar depresión, trastorno por estrés postraumático, ansiedad e, inclusive, esquizofrenia y adicciones. 

Con el logrado atractivo visual que se puede esperar de una serie de estas características, la remisión al bienestar de quien observa es una constante. Y lo pone en conflicto con la censura de la que fueran objeto los diferentes intentos de experimentación con estas sustancias sea en su estado natural o en base a sus principios activos industrializados; so pretexto de la lucha contra el consumo de sustancias psicoativas con las ya conocidas y nunca bien ponderadas políticas de corte punitivo. Principalmente en las figuras de los expresidentes norteamericanos Ronald Reagan y Richard Nixon. Curioso y polémico cuanto menos para un país que pregona que las armas no matan a las personas, sino que personas matan personas. 

La otra dialéctica se establece entre la colonialización y lo ancestral; entre lo sometido y lo que resiste; entre lo pretendidamente civilizado y las raíces mismas de la creación. O ya no de lo creado, pero de lo que es. En un borramiento de saberes naturales, de manifestaciones variopintas de la materia  evolucionada bajo capas de históricos baños culturales. Y que quisieron aplastar un movimiento justamente contracultural (no exento de discusiones políticas) basado en el prejuicio del potencial adictivo de estas sustancias. Una escisión esquizoide, un rechazo a lo exuberante y a lo que no se puede controlar. Nunca tan adecuadas las palabras de Rubén Darío “(…) sufrir (…) por lo que no conocemos o apenas sospechamos (…)”.

En contextos contenidos, cuidados y guiados por profesionales: remedos que emulan la divergente percepción de la psicosis mediante microdosis que evitan la disforia de la experiencia, des-estrechamientos de la conciencia, empatía y fusión, disolución del temor a la finitud, y hasta viajes en otras dimensiones del tiempo y el espacio para deshacer experiencias traumáticas. Y fue de este modo que los psicomiméticos se ganaron el nombre de psicodélicos (manifestación de la mente).

La experiencia con ketamina

Quepa hacer mención a otro psicodélico con bastante desarrollo durante las mismas décadas. Tal es el caso de la ketamina. El Dr. Federico Pavlovsky en su artículo “El derrotero de la Ketamina.”, nos ilustra acerca de su devenir. Sintetizada originalmente como el anestésico fenilciclidina, que provocaba Delirium postoperatorio, dio curso a la producción de un derivado con menos efectos adversos; la ketamina o CI 581, que en 1970 fue aprobada por la FDA (ente regulador equivalente a Anmat en EEUU) como anestésico para procedimientos quirúrgicos de corta duración, para tratamiento del dolor y en la medicina veterinaria. Pronto se vio su respuesta rápida y notable con dosis subanestésicas en el tratamiento de síntomas depresivos.

Ni lerdos ni perezosos, aquí mismo en Bs. As., en 1974, Alberto Fontana y Julio Loschi llevaron adelante el primer estudio empleando la ketamina como antidepresivo. Aunque previa a ellos, una mujer, la médica psicoanalista Luisa Álvarez de Toledo la había empleado dentro de su esquema terapéutico en el contexto de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Desafortunadamente, debó detener su práctica a los pocos meses “pues no se ajustaba a las prácticas y costumbres de la institución”. Fontana era en realidad uno de sus discípulos, que continuó su obra empleando LSD, mescalina, y psiloscibina, como coadyuvantes en tratamientos psicoanalíticos. En sesiones eventuales pero relativamente extensas de 6 a 9 hs en la que el elemento fundamental en que se apoyaba esta práctica era el vínculo terapéutico y la permanencia del terapeuta durante toda la sesión (junto a otros auxiliares), y cuyo fin era que la sustancia psicodélica promoviera una alteración de la conciencia que luego sería elaborada en análisis tras la experiencia.

Se sumó al equipo de Fontana, Julio Parada, anestesiólogo, quien observó que los efectos disociativos de la ketamina podían contribuir a estas sesiones como coadyuvante. Solo debía ser usada en dosis subanestésicas y en cuadros severos con un potente efecto antidepresivo cuya respuesta se observaba en días o inclusive en pocas horas. Se desarrolló así el Esquema de Terapia AntiDepresiva (TAD) consistente en 5 a 6 sesiones con resultados destacables. El mecanismo que subyace a este potente efecto se basa en que la ketamina disuelve el esquema corporal, genera por tanto una sensación de unidad con el universo, con pérdida de la individualidad y alteración de la percepción temporoespacial. Esto permite que la persona experimente un reordenamiento cognitivo (importante en pacientes con ideas rígidas, depresivas y suicidas). Claro que por sus efectos en la alteración sensoperceptiva, conlleva algunas contraindicaciones.

No obstante, resaltaron los autores, que no se trata solo del efecto biológico sino que es la experiencia de regresión en un contexto específico y terapéutico la que lleva a un resultado curativo. Pese al detenimiento de estos abordajes secundariamente a las tendencias provenientes de las políticas centrales ya mencionadas, la FDA aprobó este anestésico en 2019, potencial droga de abuso, como tratamiento para las depresiones resistentes.

Las promesas de los experimentos con psilocibina

Recién en 2022 se ha podido maniobrar ciertas barreras burocráticas de nuestro país y se ha logrado la aprobación por parte del Comité de Bioética del Hospital Borda un protocolo de investigación con pacientes oncológicos para el tratamiento de ansiedad y depresión con psilocibina. El proyecto, que aguarda el visto bueno de la ANMAT, es liderado por Enzo Tagliazucchi, investigador del Instituto de Física de la UBA, Ain Stolkiner médico residente de Psiquiatría del Hospital de Clínicas José de San Martín, y Ricardo Corral, Jefe de Investigación del Hospital. Borda.

Vale destacar que hasta ahora solo podían acceder a la observación de los efectos de este hongo en personas usuarias y no como tratamiento para ninguna condición. Estos investigadores quieren llevar un poco más allá el original estudio que hiciera el Hospital Johns Hopkins con pacientes oncológicos, en un protocolo randomizado en el que la mitad de los individuos será provista de un retiro de tres días y meditaciones antes de la administración de psilocibina, y la otra mitad no. Los resultados en ambas poblaciones serán cotejados mediante estudios de imágenes.

Lejos de los atisbos por elogiar o vilipendiar este tipo de abordajes, claro está que vale la pena y merece la oportunidad de adecuar los vacíos legales a instancias de ser estudiados en pos de brindar cada vez más y mejores tratamientos para nuestros pacientes. Quizás solo sea cuestión de tiempo y de que algún laboratorio se cuele por esos resquicios inhabitados entre lo no permitido, lo posible, y lo deseable; relanzando al mundo de las revoluciones psicofarmacológicas los legados de quienes audazmente nos precedieron.


*Médica Psiquiatra, especialista en Psiquiatría Infanto-Juvenil y miembro asistencial en Dispositivo Pavlovsky.

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