Ultramaratón de seis horas: en la tierra de Fangio, los corredores van a pie

Federico Pavlovsky narra con detalle cómo fue su experiencia extrema en Balcarce. El desafío de alinear cuerpo y mente.

Ultramaratón, una experiencia que desafía el cuerpo y la mente al máximo.
Ultramaratón, una experiencia que desafía el cuerpo y la mente al máximo.

Hace algunos meses relaté para este portal mi experiencia de corredor con los 42 km.  Aquí les quiero compartir una nueva experiencia. Cuando creí que había conocido el límite de mi cuerpo en la emblemática carrera  de los 42 km, conocí el Ultra-Maratón. Es una prueba especial porque uno corre alrededor de una pista de atletismo, de 400 metros, cientos de veces a lo largo de seis horas (en mi caso di 136 vueltas).

Se trata de un tipo de carrera menos masiva, en que una tribu urbana más chica, compuesta por atletas elite y amateurs, exploran largas distancias, entre los 50 a 150 km en promedio. Al girar en una superficie circular, el trabajo mental es muy fuerte, porque a diferencia de las carreras de calle o ruta, más que nuevos paisajes, una y otra vez, es necesario volver sobre los propios pasos.

Los competidores se preparan de una manera completamente distinta: llevan carpas dónde descansan, se hidratan, comen y hasta dormitan. Incluso hay un masajista a disposición por si aparecen calambres. En la carrera de 6 horas, y sobretodo de 12 hs, es fundamental entrar a boxes, detenerte. Sin embargo, interpretar cuando hay que hacerlo es difícil, porque se puede quebrar un buen ritmo, o al revés, hacerlo muy tarde y que tú cuerpo colapse. Una ambulancia de cuidados intensivos nos observó toda la competencia, como confirmando lo extremo de la prueba. La mirada de los médicos, al principio de sorpresa, luego se tornó compasiva.

La tierra de Fangio

Toda carrera es una oportunidad para conocer un nuevo lugar y fue nuestro caso con la ciudad de Balcarce y el Museo Fangio. Realizamos una visita para conocer detalles de su vida y ver algunos de los autos originales del pentacampeon mundial.

La noche previa llovió y eso implicó comenzar a correr en una pista de arcilla lenta, mojada y con barro. Fueron tres horas muy duras, que se suponía que serían fáciles por mi experiencia con los maratones (corrí 11 veces los 42 km). Es una ley implícita que para arriesgarse con las distancias “ultra” hay que haber transitado por los 42 km varias veces. Recién a las tres horas encontré mi ritmo en la carrera, y mi cuerpo y mi cabeza se alinearon y dejaron de discutir.

En varios momentos tuve el impulso de dejar, pero me dio algo de vergüenza, quizá porque  estaba mi mujer y mis hijos. También recordé que cuando quiero  abandonar algo, si retraso la decisión, por lo general no lo hago. Si la vida del maratonista tiene algo de solitaria, la vida del ultra es aún más, porque uno no puede pedirle a la familia que lo vea girar cientos de veces alrededor de una pista; es alienante. Vi mucha gente con su bolsito o carpa en una empresa solitaria y solemne; desde atletas profesionales a personas de 70 y 80 años que sorprenden por su resistencia.

En estas competencias el cuerpo se transforma y a los riesgos ya sabidos de la maratón, básicamente por el problema de la deshidratación, se suman desafíos con la energía corporal. Por este motivo, hay que aprender a comer mientras se corre: geles, frutas,  bananas, barras energéticas, papas fritas (se pierde mucha sal) y gomitas con azúcar.

Descalzos, pero acompañados

Una gran parte de la carrera fue con un sol balcarcense de noviembre e hizo falta sumergir la cabeza en agua cada vuelta. El sol golpeaba la arcilla y el resplandor molestaba la visión. El calor quita el hambre, deshidrata y confunde a los corredores. Nuevamente me encontré con varios participantes descalzos (una pareja) y un hombre en sandalias: todos volaron en la pista y fueron el centro de atención en varios momentos. Me sorprendí al ver el pie de uno al final; esperaba ver sangre, estigmas o alguna anomalía, pero su piel estaba lisa y perfecta.

La presencia de mi familia me permitió terminar la última media hora porque sencillamente no tenía más cabeza ni piernas. Incluso dimos la última vuelta juntos de la mano con Oriana y los chicos. Creo que fue uno de los momentos más lindos de mi vida.

Correr seis horas implicó ir más allá de las resistencias personales, explorar el límite corporal y  un plan de meses de entrenamiento. Lo hice con dos amigos: Rafael Groisman y Guillermo Sohm, nuestro entrenador. Cuando había terminado y estaba exhausto y apenas podía respirar, a él le faltaban aún 6 horas. Recibí el mensaje de su final, a las 12 horas con 95 km, mientras cenaba en Mar del Plata.

Lágrimas

En las carreras de distancia, se destaca un sentimiento de sufrimiento y de placer, que no reconozco en otras actividades y funcionan como una metáfora de la vida. En las 6 horas, mi vida pasó por la cabeza, como si fuera una película. Y aunque está bastante claro que no hay adversario, sí representa un desafío personal. Se vive un clima de solidaridad y empatía entre los corredores que emociona. Cerca de las 6 horas todos estábamos al borde las lágrimas.

Mis objetivos eran tres: terminar, superar los 42 km (porque no tenía una representación física  ni mental de una distancia mayor) e intentar acercarme a los 50 km de distancia. Cumplí los tres, por lo que seguiré corriendo como un acto de alegría y salud mental.

Y, claro, también para tener una excusa para escribir.  


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