El celular en la cancha: un síntoma de época relacionado al individualismo

En este artículo, el docente y escritor Rafael Bitrán reflexiona sobre el impacto de las nuevas tecnologías en los comportamientos sociales.

Muchos hinchas filman o sacan fotos con el celular mientras pierden de vista lo que sucede en el campo de juego. Créditos: Infobae.
Muchos hinchas filman o sacan fotos con el celular mientras pierden de vista lo que sucede en el campo de juego. Créditos: Infobae.

Hace meses, un amigo simpatizante de Vélez Sarsfield me contaba que tiene al lado de su platea una adolescente que solo en pocos momentos mira el partido de manera directa. La mayor parte intenta disfrutarlo a través de la pantalla de su celular mientras los filma. Su relación con gran parte de los pasajes futboleros se ve mediatizada por el pequeño aparato. Más allá de lo extraño de la situación, esto lo obliga en distintas ocasiones a realizar las más diversas contorsiones con su cuello para que el artefacto en cuestión no le tape las jugadas.

Cuartos de final de un partido por la Copa Libertadores. Penal decisivo para los de camiseta azul y oro: si se cambia por gol, se pasa de fase; si no, se sigue pateando. Pegado a mi hombro, el compañero de tribuna decide no verlo directamente, sino mirando el celular mientras lo filma. No salgo de mi sorpresa. ¿La ficción supera a la realidad? No, esta ya es la realidad. 

No hace tanto tiempo, mientras bajábamos junto a mi hijo por los oscuros e interminables túneles de la Bombonera, se produjo un pequeño altercado. El clima general era bastante denso y la distancia era casi inexistente. Por momentos, los cuerpos se chocaban y pegaban. Incluso, había varias personas que no podían esperar a salir para ver su celular y ocupaban un espacio extra para hacerlo.

En un sorpresivo instante, una muchacha veinteañera fijó sus pies en el escalón para mostrarle a su amiga algo del celular. Si no me hubiera detenido bruscamente, las podría haber hecho caer. Solamente por estar tan encimados, se evitó una avalancha. Ante mi fastidiado comentario: “Chicas, no es momento ni lugar para jugar con el celular”, la respuesta no tardó en salir rápidamente. “Viejo choto, dejate de joder” fueron las dulces palabras para mis oídos.

Meses después, apoyados en el para­-avalanchas de la popular, con mi hijo no podíamos salir del asombro al ver cómo el muchacho ubicado justo bajo nuestra posición, se pasó más de la mitad del tiempo de juego discutiendo por chat el partido. No sabemos cómo podía opinar si su vista tenía, casi, como destinatario único, la brillante pantalla.

¿Hacia una nueva era?

Tal vez, mis preocupaciones estén demasiado influenciadas por algún tipo de problema de adaptación relacionado con las cuantiosas canas que invaden mi existencia. Tendría que naturalizar los tiempos cambiantes. Sin embargo, no parece que sea lo más conveniente. Es posible que, de todas estas experiencias, se puedan pensar algunos interrogantes, más allá de lo simplemente anecdótico.

La idea de estas reflexiones no es plantear si estos comportamientos son “buenos” o “malos”. En definitiva, la cuestión es tratar de analizar más allá de lo individual y de la carga valorativa. Es verdad que los cuatro hechos relatados con anterioridad siguen siendo expresiones minoritarias en una cancha de fútbol. No obstante, teniendo en cuenta que expresan actitudes muy expandidas en otros escenarios de la vida social, disparan preguntas que no podemos dejar de hacernos.

En el disgusto y pesimismo social ante estos comportamientos, ¿cuánto hay de no poder compartir lógicas generacionales distintas? ¿Cuánto de no poder comprender una nueva realidad? ¿Cuánto de sufrir profundamente por visualizar un proceso de alienación consumista cada vez más deshumanizante?

La ideología no se construye ni solo, ni principalmente, desde la esfera de las ideas. Las prácticas sociales (siempre colectivas, aun cuando parezcan individuales) son una parte fundamental en su construcción. Nuestra relación personal con el celular es cada vez más íntima. Está cada vez más compenetrada con nuestra misma existencia. Vehículo clave para la sociabilidad de la posmodernidad y, en paradoja solo aparente, vía potencial directa al individualismo: por la posibilidad de estar conectados/as al mercado de consumo en todos lados y una ansiedad omnipresente de “realizarse” individualmente en él.

Individualismo y meritocracia

En un pequeño rectángulo electrónico -a un costo relativamente accesible para gran parte de la población- el sueño de “pertenecer” al sistema puede vivirse en directo. Soñar con hacerse ricos a través de las monedas virtuales, filmándose los pies como fetiches, transformarse en influencer, aspirar a  la “fama” desde la mayor cantidad de likes posibles, por momentos permite vivir la “vida” a través de una pantalla.

Se puede ser “estrella” o “famoso” por segundos y todo se sucede a una velocidad indescifrable. La existencia como “show”, termina siendo un ejercicio practicado todos los días, todo el tiempo. Tiempo “líquido” que se escurre entre nuestros dedos como el agua, el mejor ejemplo es TicTok. En esta “vida a través de la pantalla”, por momentos la realidad aparece como una farsa de sí misma. Todo esto, a partir de la relación individual con nuestro “más fiel compañero” y retroalimentando la filosofía dominante de la concepción del “emprendedurismo” tan vigente en estas últimas décadas.

¿Cuáles y cuánto es la relación de este tipo de prácticas cotidianas con una cosmovisión y una filosofía más “liviana”, individualista y consumista? ¿Cómo se pueden conectar con el avance de comportamientos narcisistas que, en ocasiones, son una línea directa a las ideas de la meritocracia? ¿Cuánto es, en definitiva, el parentesco entre estas y el giro cultural que está imponiendo una nueva hegemonía de la “derecha” en la cultura de parte del mundo?

Estas preguntas parten de una premisa: los comportamientos sociales no solo expresan una manera de concebir el mundo. En una relación dialéctica, además la forman, la conforman y la reproducen de manera continua y cambiante. Sin dudas, el fortalecimiento de las tendencias neoliberales no encuentra sus causas principales (seguramente, ni siquiera las secundarias) en los temas aquí desarrollados. Sería absurdo y ridículo buscar en la relación humana con el celular, una línea directa de explicación a un proceso de análisis que debe navegar en otras aguas mucho más profundas antes de llegar a puerto.

No obstante, no sería descabellado bucear en este tipo de comportamientos sociales para, tal vez, poder “atrapar” algunos indicios de los modos de ver, sentir y actuar en el mundo. La ideología y la cosmovisión filosófica abrevan en muchos afluentes.


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