La paleontología, a 200 años de la primera descripción de un dinosaurio
La ciencia mundial celebra el bicentenario de un momento fundacional para una disciplina que desde hace dos siglos despierta la fascinación de grandes y chicos.
Por Juliana Sterli*
A comienzos de 2024, en el Museo de Historia Natural de Londres, se celebraron 200 años de la primera descripción de un dinosaurio: el Megalosaurus. Referentes de la paleontología de diversas partes del mundo se reunieron para presentar y discutir sus trabajos más recientes y el argentino Diego Pol, investigador del Conicet, dio una conferencia plenaria sobre la evolución de los dinosaurios del Cretácico Superior de Sudamérica. Pol presentó los avances de los últimos 40 años sobre recambios faunísticos, fenómenos de extinción, diversificación de grupos y casos extremos de gigantismo.
“En la reunión hubo trabajos muy interesantes y variados sobre modelos de nichos ecológicos, exploración de rangos de temperatura y de distribución en distintos grupos de dinosaurios, modelos biomecánicos sobre diferentes adaptaciones a la herbivoría y trabajos muy completos sobre momentos claves en la evolución de los dinosaurios y otros grupos, como lo fue el Cretácico medio”, explicó Pol en una entrevista para Saberes en Territorio y la Agencia de noticias científicas de la UNQ. Entre las nuevas metodologías presentadas, “la más destacada es la de un nuevo detector de sincrotrón que hace posible, entre otras cosas, analizar la microestructura y la histología de los fósiles sin realizar un muestreo destructivo. Esto expande los límites de lo que podemos estudiar”, destacó Pol.
Otra conferencia plenaria estuvo a cargo de la doctora Laura Porro, de la University College London, especialista en reconstrucciones digitales tridimensionales de cráneos de dinosaurios. Porro presentó la aplicación de la técnica de ingeniería Análisis de Elementos finitos (AEF) para determinar tipos de dietas en los orígenes de los dinosaurios. “Nuestro estudio determinó que no solo hay diferencias mecánicas en los cráneos de dinosaurios con diferentes dietas, sino también que diferentes linajes de dinosaurios han empleado distintas `soluciones´ a problemas biológicos”, apuntó la investigadora.
Megalosaurus, el primer dinosaurio con nombre propio
En 1824, el geólogo William Buckland, de la Universidad de Oxford, nombró Megalosaurus (“lagarto grande” en griego) a una nueva especie de reptil de gran tamaño. “Muchos reptiles de grandes dimensiones hallados en los años siguientes fueron atribuidos a Megalosaurus. Por eso, durante 200 años, una de las discusiones dentro de la paleontología fue identificar qué especies correspondían a Megalosaurus y cuáles no”, relata Elena Cuesta, investigadora postdoctoral en el Museo Paleontológico Egidio Feruglio (Argentina) y en la Universidad de Munich (Alemania). Además de Megalosaurus, a principios del siglo XIX se descubrieron otras especies de gran talla, como Iguanodon e Hylaelosaurus, que fascinaron al paleontólogo inglés Richard Owen, contemporáneo de Buckland.
En 1841, Owen acuñó el término “dinosaurio” (“lagarto terrible” en griego). “Además del gran tamaño que comparten Megalosaurus, Iguanodon e Hylaelosaurus, Owen identificó otras características en común, por ejemplo, que en estas tres especies las vértebras de la zona de la cadera estaban fusionadas”, relata Cuesta. Desde entonces, los dinosaurios no sólo fascinaron a Owen sino a gran parte de la cultura popular.
Los dinosaurios del Palacio de Cristal: primera muestra paleoescultórica
Los festejos por el bicentenario de Megalosaurus culminaron con una visita a la muestra victoriana “Los dinosaurios del Palacio de Cristal”. Creada en 1854, fue la primera muestra paleoartística, permanente y de libre acceso de esculturas de dinosaurios y otros animales extintos en su tamaño real. A pesar de haber estado a la intemperie por 170 años, sigue en pie y se puede visitar. Las obras fueron realizadas por el artista Benjamin Waterhouse Hawkins, asesorado por Richard Owen.
En los jardines del Palacio de Cristal se pueden ver representaciones de los primeros dinosaurios identificados, y también de reptiles voladores (pterosaurios) y marinos (ictiosaurios, mosasaurios, plesiosaurios). Además, se encuentran recreaciones de los primeros vertebrados terrestres y de mamíferos extintos.
Estas reconstrucciones se realizaron con la técnica del ‘molde perdido’, que “consiste en trabajar primero los volúmenes grandes en arcilla y luego se hace un molde de yeso y luego se rellena con cemento”, explica el paleoartista argentino Jorge A. González. En la actualidad, se utilizan otras técnicas y otros materiales más livianos como resinas (poliéster, epoxi, acrílica), para hacer esculturas con posturas más dinámicas.
Además de los materiales, con el tiempo y a la luz de nueva evidencia, también cambiaron las representaciones de animales extintos. Los dinosaurios del Palacio de Cristal representaron ideas de la época: lagartos grandes, robustos y de movimientos lentos. El Iguanodon, por ejemplo, se hizo como un animal cuadrúpedo y con un cuerno en el hocico. Sin embargo, años más tarde con el descubrimiento de restos más completos y articulados, se supo que eran animales bípedos y que el cuerno en el hocico era, en realidad, la última falange del primer dedo de la mano que está modificada a modo de espolón.
También cambiaron los colores con los que se representa a los animales extintos, sobre todo a los dinosaurios. Hasta mediados del siglo XX, era muy común recrear dinosaurios con verdes y marrones, como se observa en muchos lagartos y cocodrilos. Sin embargo, con la hipótesis que plantea que las aves son un linaje de dinosaurios terópodos, y con el hallazgo de pigmentos en plumas fósiles de dinosaurios y aves de China, el marco de comparación se amplió notablemente. “Este cambio de paradigma conllevó a los y las paleoartistas a representar a los dinosaurios, sobre todo a los terópodos, con aspectos más gráciles y posturas más erguidas y dinámicas, utilizando rojo, marrón, blanco, gris y negro en su tegumento”, explica González.
Este parque temático no sólo fue único en su época como espacio recreativo familiar sino que, además, su influencia continúa hasta el presente. Qué representan estas esculturas, cómo fueron realizadas y las actividades organizadas en su entorno son ejemplos, incluso hoy, de lo que pueden producir e incentivar las exhibiciones científico-culturales. Ciento setenta años después, estas esculturas son testigos de hechos históricos, culturales y científicos que dan el marco ideal para culminar las celebraciones por el bicentenario de uno de los dinosaurios más icónicos de todos los tiempos, el Megalosaurus.
Controversia en torno al hallazgo de Iguanodon
El descubrimiento del primer resto de Iguanodon ocurrió en Sussex, Inglaterra, en 1820 y estuvo envuelto en una controversia. Según algunos registros, lo encontró Gideon Mantell. Según otros, lo encontró su esposa Mary Ann Woodhouse Mantell. Sesenta años después, una nota del Mid Sussex Times confirmó que fue Mary Ann quien, mientras visitaba a una amiga en Sussex, identificó el fósil entre unas rocas al costado de un camino. Lo recogió y se lo llevó a su marido. En 1825, Gideon nombró a este resto fósil y a otros encontrados después, Iguanodon (“diente de iguana” en griego). “Mary Ann colaboraba con su esposo en la elaboración de los manuscritos y en el estudio de los fósiles, realizando las láminas e ilustraciones de los ejemplares hallados. Y, aunque nunca fue abiertamente reconocida en su época, como muchas otras mujeres, es gracias a estas ilustraciones que hoy es considerada una maestra de la ilustración científica en el siglo XIX”, explicó la investigadora Elena Cuesta.
*Paleontóloga, investigadora del CONICET en el Museo Paleontológico Egidio Feruglio (Chubut, Argentina). Estudiante en la Especialización en Comunicación, Gestión y Producción Cultural de la Ciencia y la Tecnología (2023), Universidad Nacional de Quilmes, Argentina.