Santillán y Kosteki: “Hay que mantener vivo el recuerdo de Darío y Maxi para no retroceder”
“Usted está en la estación Darío Santillán y Maximiliano Kosteki”, dice el altoparlante del Tren Roca al llegar a Avellaneda, provincia de Buenos Aires. Acto seguido, se abren las puertas para ingresar al lugar donde 21 años atrás la policía reprimía y asesinaba a los dos jóvenes militantes. Estar en la estación implica estar en la escena de los hechos: las paredes contienen inscripciones, murales y pintadas que exigen justicia y el fin de la impunidad para los actores políticos involucrados.
“Hay que mantener vivo el recuerdo de Darío y Maxi y que nuevos oídos escuchen y aprendan. La memoria y la historia de nuestro país sirve para pensar, reflexionar y para buscar cambios. Si nosotros nos olvidamos, dejamos de tener memoria e historia, se retrocede, y se debe avanzar”, dice Vanina Kosteki, hermana de Maximiliano, a la Agencia de Noticias Científicas de la UNQ.
La estación de Avellaneda no es el único espacio que busca mantener viva la memoria. En el costado derecho de la bajada del Puente Pueyrredón, existe un gran mural con las figuras de Santillán y Kosteki. De la misma manera, la esquina de Av. Bartolomé Mitre y Estado de Israel posee actualmente la inscripción “Darío y Maxi presentes”. Libros, documentales, banderas y movimientos, como el Frente Popular Darío Santillán, construyen espacios de memoria y de lucha y se encargan de dar a conocer a las nuevas generaciones quiénes fueron Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. Como así también, de no olvidarlos.
“Cada 26 de junio es peor. Volvemos a los recuerdos, a las imágenes, a sensaciones que no se pueden explicar, pero intentamos ver las cosas buenas, como las luchas”.
— Vanina Kosteki, hermana de Maximiliano.
“Mi vida se detiene en junio”, cuenta Kosteki, y continúa: “Cada 26 de junio es peor. Volvemos a los recuerdos, a las imágenes, a sensaciones que no se pueden explicar, pero intentamos ver las cosas buenas, como las luchas”, expresa.
Por su parte, Alejandro Kaufman, docente de la UNQ y ensayista, relata: “Fue un momento muy complejo. Con este crimen, se dieron dos cosas: por un lado, quedó al descubierto una mentira de los medios hegemónicos y su mirada estigmatizante sobre los protestantes que buscaban que toda la población tenga derecho a la existencia; por el otro, en el campo popular, se dio una conciencia de legitimidad de los movimientos sociales y de resistencia, así como también de las economías populares. Se entiende que protestan porque no tienen otra forma de manifestarse”.
No se corta la calle porque sí
“Ni Darío (por lo que conozco a través de su familia) ni Maxi tenían necesidades, sino que fueron a ayudar a otros e intentar modificarles la vida, a su manera y desde donde podían”, declara Kosteki, y continúa: “No cortaron la calle porque sí, sino por necesidad. Fueron jóvenes que murieron por reclamar, o intentar reclamar, beneficios para toda la población”.
La Argentina de inicios de milenio estaba subsumida en una crisis sin precedentes: la represión en 2001, la consecuente renuncia de Fernando de la Rúa, el desfile de cinco presidentes en una semana, la escalada de un discurso antiprotesta y con más de la mitad de la población bajo la línea de pobreza (53 por ciento de personas, según datos del Indec). En ese contexto, los piquetes, cortes de ruta y cacerolazos eran frecuentes.
El 26 de junio de 2002, durante la presidencia de Eduardo Duhalde, varias organizaciones –como el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) Anibal Verón, donde militaban Santillán (21) y Kosteki (22)– marcharon hacia el Puente Pueyrredón para exigir mejores condiciones de trabajo y de vida. Santillán se había interesado por la militancia desde el secundario, mientras que Kosteki era artista y había comenzado a asistir, semanas atrás del corte en el puente Pueyrredón, a comedores populares para enseñar dibujo a las infancias.
En ese contexto, la orden del gobierno nacional era clara: frenar a los protestantes, llamados en ese momento “piqueteros”. Las fuerzas de seguridad –la Policía Federal, la Policía de la Provincia de Buenos Aires, Gendarmería Nacional y Prefectura Naval Argentina– persiguieron y reprimieron a las organizaciones. El entonces comisario Fanchiotti disparó contra los manifestantes y uno de los alcanzados por las balas fue Kosteki, que fue trasladado al hall de la estación de Avellaneda, donde varios compañeros intentaron ayudarlo, entre ellos Santillán. Sin embargo, instantes más tarde, murió.
En ese momento, la policía ingresó a la estación mientras Santillán y otro jóven intentaron huir. Por su parte, Fanchiotti persiguió al último y el cabo Alejandro Acosta disparó por la espalda a Santillán, provocando su muerte minutos más tarde.
Kaufman, explica: “Aquel era un momento de grandes injusticias por lo que las protestas eran habituales. Este fue un crimen ejemplar en el sentido de que estaba destinado a producir una condición de terror. Se buscó disciplinar a la población contestataria, de la misma manera que ocurrió hace unos años con Santiago Maldonado en Chubut”.
El rol de los medios
“La memoria de Santillán y Kosteki no se puede separar del rol de los medios hegemónicos. Con el título ‘La crisis causó dos nuevas muertes’, el diario Clarín acompañó esa represión y nunca se retractó”, subraya Kaufman. El diario fundado por Roberto Noble ocupó un lugar central en la historia. A pocas horas del hecho, Clarín contaba con una secuencia de fotos que mostraba el asesinato de Darío Santillán por parte de la policía. Sin embargo, la publicación contó con una imagen confusa, y 24 horas después se difundieron las fotos que mostraban el accionar policial. Esto constituyó una pieza clave en la reconstrucción de los hechos del 26 de junio de 2002.
Tras el juicio, se condenó al excomisario Fanchiotti y al cabo Acosta a cadena perpetua por doble homicidio. Además, lo sucedido provocó el adelanto de elecciones y el fin de la carrera política de Duhalde. Los familiares de Santillán y Kosteki y diversas organizaciones exigen en el presente justicia y el juicio a los responsables políticos de aquel entonces: el expresidente Duhalde y parte de su gabinete, como el actual ministro de Seguridad, Aníbal Fernández. “No puede haber funcionarios en el gobierno con las manos manchadas de sangre”, manifiesta Kosteki.
Fragmentos de este texto fueron publicados originalmente por la Agencia de Noticias Científicas de la UNQ el 26 de junio de 2022.