Martín Baña: “Europa hizo todo lo posible por mostrar a Rusia como algo exótico”
El investigador de Conicet y doctor en Historia analiza la mirada occidental sobre el país más grande del mundo y el componente geopolítico en los procesos sociales.
En el marco de la guerra entre Rusia y Ucrania, el doctor en Historia (UBA) e investigador del Conicet, Martín Baña, dialogó con la Agencia de Noticias Científicas de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) acerca de la percepción social que hay sobre el país más grande del mundo, su impacto en la Sputnik V y la importancia del componente geopolítico en los procesos sociales.
-¿Qué percepción social tiene Argentina y la sociedad occidental sobre Rusia?
-Es muy despareja y cargada de estereotipos y preconceptos. Hay muchas personas que consideran que Rusia todavía sigue siendo comunista e, incluso, ese discurso circula en medios de comunicación. No hace falta hacer un relevamiento muy grande para ver notas de opinión firmadas por periodistas reconocidos en donde entienden que Putin es un nuevo zar comunista. Si les damos el beneficio de la duda, eso revela un gran desconocimiento de lo que sucede en Rusia. Con el tema de la Sputnik V quedó de manifiesto. Se la tildaba de comunista o se la descartaba por su lugar de origen. Los rechazos de la vacuna eran de tipo geopolítico y no científico. A los meses, cuando efectivamente la vacuna empezó a funcionar, esas mismas personas estaban reclamando una segunda dosis de la Sputnik V. Una herencia de la Guerra fría es que a Rusia se la ve con lentes cubiertos de estereotipos, preconceptos y prejuicios que oscurecieron el conocimiento sobre el país.
–Mencionó a los medios, ¿qué rol juegan junto con las redes sociales?
-Sirven para reforzar ese estereotipo y los prejuicios. También pasa en el cine y en las series de televisión. Aunque hace un tiempo los malos empezaron a ser los árabes, antes eran los rusos. Para aquel que no está al tanto de lo que sucede en Rusia y su única información proviene de la cultura popular, es probable que construya una imagen del país muy disparatada y que es funcional a los intereses de las potencias occidentales. Creo que hay que hacer un esfuerzo por sacar esa barrera e intentar entender a Rusia sin prejuicios y sin estereotipos, buscando fuentes de información que sean más fiables y más fieles a lo que realmente sucede allá.
–¿Por qué cree que se compra tan fuertemente esa versión?
-Creo que interviene un componente generacional. La gente más grande vivió la Guerra Fría e, incluso, a eso se le suma a una visión que antecede al comunismo que es que Rusia siempre fue visto como un lugar de otra cultura que no pertenecía a la tradición occidental. Esto visto desde Europa porque, de hecho, Rusia se considera parte de esa tradición, pero el viejo continente hizo todo lo posible para colocarlo en el lugar de otredad, exotismo y diferenciación. Entonces, es muy difícil quitar esos estereotipos que cargan con décadas de construcción, sobre todo cuando no hay un canal directo de información respecto de Rusia. Es una lástima porque nos perdemos de acceder a una cultura y a una tradición que es riquísima en sentido, literario, filosófico, musical, artístico y que ha tenido históricamente vínculos y contactos con Europa desde muy temprano.
–¿Cómo es Rusia hoy?
-Claramente no es la Rusia comunista, eso dejó de existir hace 30 años. Es un país capitalista, integrado al sistema mundial y ubicado en una posición semiperiférica. Es decir, tiene rasgos que tienen los países centrales, como armas nucleares, pero también tiene características que lo acercan más a un periférico, que es que depende de los precios internacionales de los commodities, particularmente del gas y del petróleo. En términos políticos, está gobernado desde hace más de veinte años por el presidente Putin. Obviamente hay democracia y elecciones, pero son comicios tapizados por fraude. Hay un componente muy autoritario que se ha reforzado en los últimos años, sobre todo por la pandemia que vino a profundizar una crisis económica y social que ya lleva diez años. Por ejemplo, es muy difícil estar en la oposición, de hecho, el máximo opositor de Putin fue encarcelado hace un año. Además, los derechos de las minorías, como el colectivo LGTB, son bastante bastardeados. Es muy complicado levantar una voz que sea discordante.
Sputnik V y jugadas geopolíticas
–Al adquirir las vacunas Sputnik V, Alberto Fernández dijo que no le importaba la ideología, sino “salvar la vida de los argentinos”. Sería un paso hacia la deconstrucción de la imagen estereotipada de Rusia.
-Si, creo que el presidente fue muy pragmático, igual que Putin. Uno tiende a pensar que la ideología tiene un gran peso en su gobierno y no es tan así. El presidente ruso es un dirigente político muy pragmático y eso se puso de manifiesto con la vacuna. Él estaba dispuesto a venderla a cualquiera que quisiera comprarla y la compró Argentina, donde hubo una cuarentena tan extensa que cualquier solución rápida y efectiva iba a ser tenida en cuenta. El tiempo demostró que efectivamente las vacunas funcionan y ayudaron a salvar miles de vidas. De modo que no veo ahí una cuestión ideológica. Si las vacunas hubiesen sido norteamericanas o europeas, Argentina hubiese actuado de la misma manera. Hoy se están aplicando vacunas de todo tipo y origen. Por lo menos del lado de Argentina no hubo un componente geopolítico, sino que se buscaba evitar la propagación del virus. Pero por parte de Rusia sí.
–En ese momento la OMS no reconoció la Sputnik V, ¿cree que este accionar tuvo un componente ideológico?
-No sé si ideológico, pero sí geopolítico. Hay que entenderlo en clave de un acomodamiento de la hegemonía global, donde EEUU parece estar en decadencia, Europa está en crisis y hay potencias como China que quieren sentarse en la mesa de los grandes líderes. Rusia no quiere perder pisada, sino que quiere ser considerado como un actor relevante en el orden mundial, entonces ahí sí se juega una disputa de cuánto dejamos avanzar a una potencia que se puede convertir en un enemigo en esa hegemonía global. Es por eso que la OMS tardó tanto en reconocer las vacunas de origen ruso. Entendía que era un elemento de orden geopolítico que estaba siendo utilizado por Putin. No está tan alejado de la realidad porque el anuncio de la vacuna no fue hecho por un científico, como debió haber sido, sino que fue hecho por el propio presidente.