Contra las fuerzas del cielo, las voces del descontento

En este artículo, Ayelén Bárbara Calcaterra, estudiante del Taller de Periodismo Científico y Comunicación de las Ciencias de la UNQ, comparte su perspectiva sobre la resistencia universitaria.

Créditos: Ayelén Calcaterra.
Créditos: Ayelén Calcaterra.

Las Universidades Públicas son un derecho, no un privilegio ni un costo que hay que reducir. No sólo son el semillero de grandes científicos, educadores, investigadores y profesionales que nos posicionan mundialmente, sino que también son testigos y protagonistas de grandes conquistas, luchas docentes, resistencia estudiantil, proyectos y objetivos cumplidos.

Desde que comenzó el actual ciclo lectivo, docentes, estudiantes, administrativos y personal no docente de todas las instituciones de educación superior del país saboreamos la hiel del brutal e histórico desfinanciamiento del sector público. El hartazgo se hizo carne y se tradujo en clases públicas, en abrazos simbólicos a hospitales, en charlas abiertas a viva voz, en marchas multitudinarias autoconvocadas. La comunidad universitaria salió a las calles, se coparon las plazas y las estaciones de trenes, se llenó cada rincón de la ciudad de la furia para gritar ¡basta! y visibilizar la situación de asfixia presupuestaria y vulnerabilización de derechos adquiridos.

“Universidad de los trabajadores y al que no le guste, se jode, se jode”, vitoreaban profesores y estudiantes, los padres que acompañaban a sus hijos y los egresados que se autoconvocaron, el último 23 de abril, en la movilización masiva en defensa de las universidades públicas. Aún recuerdo a los abuelos que se sumaban desde el balcón a apoyar golpeando ollas. Me emocioné al ver que estábamos todos caminando a la par, unidos ante la adversidad, luchando por los derechos conquistados, resistiendo y perseverando. Quinientas mil personas, quinientas mil voces: un mismo pedido.

“Me emociona ver que estamos todos caminando a la par, ver las banderas, la unión ante la adversidad, luchando por los derechos, muchos de los valores que la Universidad Pública intentó transmitirme día tras día y todavía los llevo en mí”, comentó Néstor, egresado universitario de la Carrera de Enfermería de la Universidad de Buenos Aires, en el marco del #23A.

Créditos: Ayelén Calcaterra.
Créditos: Ayelén Calcaterra.

Para Lucía, docente de la Facultad de Abogacía de la Universidad de Buenos Aires, “el presente es crítico. No sólo son fundamentales por el peso sociocultural que tienen las universidad públicas argentinas, sino que son el sustento de las familias de docentes, administrativos y personal de maestranza.  El ámbito educativo es víctima de un brutal e histórico ajuste que pone en jaque la continuidad de los próximos ciclos lectivos. Se otorgó el mismo presupuesto que en 2023 y ese dinero disponible sólo alcanzará hasta mayo o junio del corriente año. Nunca pasó algo así.”

Casi todas las universidades públicas del país se vieron forzadas a reducir la oferta académica, posponer reformas edilicias, reducir recursos económicos para mantenimiento, enfrentar desafíos para contener el cupo de becarios del año anterior y continuar proyectos de investigación.

No es casualidad que muchos de los que caímos en la Universidad Pública hoy la estamos defendiendo a capa y espada porque para nosotros, no sólo son fundamentales por el peso simbólico y sociocultural que ostentan, no son solo espacios donde se transmiten contenidos y se cumple a rajatabla un plan de estudios. Para nosotros, los caídos, es mucho más que eso. Nosotros elegimos la Universidad Pública, queremos estar acá estudiando, trabajando, creando. Para nosotros, la UNQ es la inclusión y la igualdad de oportunidades para quien jamás creyó tener un título universitario en sus manos después de cumplir cincuenta años, es el sustento de las familias, es el refugio del pibe que decide emigrar y dejar atrás sus raíces para formarse en tierras lejanas, es la posibilidad de la piba que consiguió una beca para investigar o estudiar en otro país, es el sueño de alguien como yo, que es parte de la primera generación de universitarios porque sus padres no pudieron serlo.


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