Argentina, 1985: una invitación a emocionarse con un tema difícil y un momento histórico
En este artículo, el psiquiatra Federico Pavlovsky describe por qué la película recién estrenada “eriza la piel y produce incomodidad”.
El 18 de marzo de 1978, un grupo de tareas del ejército irrumpió en mi casa familiar. Estábamos en ese momento mi hermana Mariana y mi hermano Santiago, una cuidadora y el secretario de mi padre, Víctor Budesco. Víctor atendió el timbre y cuando escuchó “somos del GAS”, entendió en un segundo que se trataba de algo serio, surrealista y perverso.
En la obra de teatro Telarañas (1978), por la que mi padre fue amenazado, los “empleados del gas” son unos personajes oscuros que ingresan a una casa para aniquilar a una familia con una serie de prácticas perversas. Víctor repregunto: “¿Los del gas?”. “Sí, señor”, le respondieron. Víctor se deslizo unos metros y le tocó el timbre a Tato, que se encontraba atendiendo en ese momento el grupo terapéutico de los sábados. Lo interrumpió y le dijo: “Son los del gas”, posiblemente con una mirada que transmitió todo. Mi padre escapó por una terraza saltando a otro edificio. Pocos días después dejamos el país.
La película Argentina, 1985 de Santiago Mitre para mi representa un hallazgo importante. Para empezar me parece una buena película, elemento que valoro cuando voy al cine. El guion, la trama, el ritmo, la definición de los personajes, la estética, la adrenalina, el misterio y la capacidad que tiene de movilizar el mundo emocional del espectador. Se te eriza la piel, te duele la panza, estas inquieto en el asiento.
Me gustó la fotografía, la prolijidad a la hora de recrear la vida y costumbres de Buenos Aires de los 80’s y hasta pensé, cuando escuché a Los abuelos de la nada en una escena (Lunes por la madrugada) “es el tema perfecto en el momento perfecto”. Momento mágico y fugaz que no vivo a menudo.
La música de Pedro Osuna es un gran protagonista de la película. Un film que refleja artesanalmente el vínculo entre Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo: el perfil de cada uno de ellos y también como lograron armar un equipo de jóvenes abogados, ante la indiferencia y rechazo de los colegas del status quo, que miraban con recelo el juicio. En un tema doloroso y que podría convocar un recorrido histórico de color ocre y solemne, Mitre tiene coraje, porque acelera, hace una película atractiva, con momentos de humor, intercalados con miedo y hasta euforia.
El punto culmine de la emoción se produce cuando Strassera (interpretado por Ricardo Darín) termina su intervención con la frase “NUNCA MAS”. En la sala, en ese momento, se produjo un aplauso en espejo que nunca había visto en mi vida. En la pantalla y en la sala, al mismo tiempo.
El terror inoculado
Seguí algunos pasajes del juicio por ATC cuando era muy chico, pero sin continuidad. Quizá a mis 10 años ya había escuchado demasiados relatos de ese tipo, con amigos de la familia exiliados o desaparecidos. A los 8 años, recién vuelto de España (1982) y en el mismo departamento del operativo del ejército, recuerdo con terror que creía que los gurkas iban a invadir Buenos Aires para matarnos a todos.
Ahora pienso que el terror, más allá de la guerra, lo teníamos inoculado. Creo que la película logra compartir el clima adverso en el cual se dio ese juicio histórico, la primera vez en la historia que la Justicia Civil juzgaba crímenes cometidos por una dictadura militar. En varios momentos sentí ese ambiente oscuro, pegadizo, asfixiante, ese olor nauseabundo que emana de la complicidad civil, que acompaña muchas veces a estos gobiernos militares.
Esa “masa gris astiforme” como decía Tato, que miraba para otro lado y hasta festejaba. La película es porosa, permeable, no fuerza el pensamiento binario, da su versión, es una mirada.
Vale la pena remarcar que en la película aparece un personaje importante, el antropólogo Clyde Snow, que fundó el Equipo Argentino de Antropología Forense (que ganará el Nobel en algún momento), cuyos estudios periciales fueron claves en la masa probatoria del juicio y en cientos de identificaciones en fosas comunes, trabajo que continúa en la actualidad.
Un público difícil
He leído que dicen que la película falta a la verdad, que es apolítica, que es tibia, que es superficial, que Alfonsín está poco, que focaliza demasiado en el juicio.
Hace pocos días, una empresa argentina de vanguardia internacional llamada VENG, comunicó que realizó un acuerdo con la CONAE (Comisión Nacional de Actividades Espaciales) para desarrollar la última etapa del cohete Tronador II, el vehículo que permitirá lanzar los satélites que producimos al espacio, de la mano de otras empresas extraordinarias como el INVAP. Con asombro encontré muchas críticas en los posteos, más quejas que protestas. Somos un público difícil.
En 1985 mi padre estrenó la obra de teatro Potestad en un pequeño bar-teatro que se llamaba “El ciudadano”. Se trata de un monologo donde un médico relata como le habían robado su hija, pero en un giro dramático y final, se esclarece que en realidad él se trata de un apropiador, de una hija de desaparecidos. Los primeros minutos de la obra, el médico hace un monólogo que despierta humor, empatía; uno se siente identificado con el “pobre hombre”. Pero luego… la sorpresa, el momento artístico-dramático y la perplejidad. Esta búsqueda estética caracterizó muchas de sus obras: Telarañas, El Sr Galíndez y Paso de dos por citar algunas. Recuerdo que a la salida siempre había gente esperándolo para cuestionar que le haya otorgado rasgos humanos a la maldad, al torturador, al apropiador. Tato escuchaba.
La película 1985 es un portal, una curva del tiempo, un cúmulo de emociones, una invitación para acercarse a un tema difícil y a un momento histórico.
También una mirada incompleta, como la mirada de cada uno de nosotros.