¿En qué pensamos cuando hablamos de conurbano? Entre el estigma y la reivindicación

Las ideas e imaginarios que se construyeron históricamente para representar este territorio. La reivindicación que realizan sus habitantes y el orgullo conurbanense.

Avenida General Paz en sus inicios
Avenida General Paz en sus inicios.

Por Diego Vazquez*

Los imaginarios dominantes o hegemónicos sobre el conurbano están basados principalmente en la idea de ser periferia de algo. Una definición que en principio se da por lo negativo, es decir, por lo que no es, por su opuesto: la ciudad central. Entonces, el conurbano sería la parte de la metrópolis que no es la ciudad central, tradicional, consolidada.

Más aún, nuestra urbe posee una excepcionalidad identitaria que refuerza esta idea: desde el sentido común, cuando se habla del Gran Buenos Aires (GBA) se suele referir justamente a la conurbación de la ciudad central que le da nombre a la metrópolis. De este modo, el GBA también se define por la negativa: es toda la metrópolis que no es la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA). Decimos que esto es una anomalía porque en el resto del mundo esta definición incluye a la ciudad central. Así, el Gran San Pablo incluye San Pablo, el Gran Los Ángeles incluye Los Ángeles, el Gran Londres incluye Londres y el Gran Tokio incluye Tokio. Podría seguir, pero creo que el punto ha quedado ya claro.

Una construcción simbólica

Si pensamos el conurbano desde la idea de la periferia de algo también debemos remarcar que no es un territorio definido y delimitado de una vez y para siempre sino más bien algo que se construye y reconstruye permanentemente a lo largo de la historia. Si bien sería anacrónico hablar en términos de conurbano para pensar la Buenos Aires colonial y del periodo de las guerras civiles, sí es válido pensar los arrabales de esa ciudad, ubicados en San Telmo, el oeste de Monserrat y San Nicolás y luego en Balvanera, como los barrios periféricos de ese entonces.

En esa época, estos arrabales porteños marcaban el límite entre la ciudad y el campo, un espacio liminal, de frontera, entre lo que con mucha elocuencia y racismo explícito Sarmiento denominó civilización y barbarie. Literariamente podemos concebir un encuentro en las pulperías de estos espacios entre el gaucho que llegaba de la pampa y los trabajadores artesanales que regresaban de la ciudad. Dada su lejanía geográfica y simbólica con el centro tradicional de Buenos Aires, las crónicas nos hablan de un espacio propicio de libertad en donde se podían desarrollar ciertas prácticas que estaban vedadas o mal vistas en el centro.

La primera conurbación: los habitantes que descendieron de los barcos

Podemos hacer una breve genealogía de la palabra conurbano y remarcar que fue un préstamo de las ciencias naturales que tomó el botánico escocés Patrick Geddes para describir el crecimiento de las ciudades en forma de anillos alrededor del núcleo central, luego de las revoluciones industriales.

De este modo, la primera conurbación de Buenos Aires se originó hacia finales del siglo XIX y principios del XX de la mano de la masiva inmigración europea. Sin embargo, en los límites actuales este proceso se dio sobre lo que hoy consideramos la ciudad central: fueron los barrios porteños el primer conurbano de Buenos Aires. Así, Almagro, Chacarita, Villa Crespo, Caballito pasaron de ser territorios rurales apenas poblados a la periferia urbana y habitada de la ciudad. Lo interesante es que ya todos los prejuicios que hoy pueden sobreimprimirse sobre el conurbano bonaerense estaban presentes en las ideas que la elite criolla se hacía sobre estos barrios y los inmigrantes que allí vivían: el peligro, las inmoralidades, las promiscuidades y los excesos, la vagancia falta de voluntad de progreso, la suciedad, etc.

Plano del Gran Buenos Aires en 1890
Plano del Gran Buenos Aires en 1890.

Si años atrás las diferencias identitarias estaban planteadas entre los gentleman porteños y los gauchos e indios rurales, ahora la otredad se presentaba frente a los sucios e inmorales inmigrantes que, para colmo de males, ocasionaban los primeros conflictos de clase: junto a sus valijas habían llegado los ideales anarquistas y socialistas.

Desde el punto de vista cultural, podemos observar en el tango una expresión muy clara de esta dicotomía pero invertida: en los barrios y arrabales estaba la gente honrada y con valores, trabajadores honestos y voluntariosos, y en el centro habitaban los ricos que explotaban el trabajo ajeno y amasaban fortunas sin esfuerzo.

Una nueva conurbación: industrialización y migración interna

Por lo tanto no fueron los límites completamente arbitrarios con los que se estableció en 1887 el territorio de la Municipalidad de Buenos Aires, y que se mantienen fijos hasta hoy, los que indicaban dónde comenzaba el conurbano. Más bien, fue el segundo proceso de conurbación que vivió Buenos Aires a partir de 1930 al calor de la industrialización y las migraciones internas el que extendió el segundo anillo alrededor de la ciudad central y consolidó los mapas mentales clásicos sobre el conurbano bonaerense.

Fueron personas llegadas desde el interior de la provincia, el litoral y el norte argentino las que poblaron los Partidos del Gran Buenos Aires que conforman lo que hoy entendemos por conurbano bonaerense: Avellaneda, Quilmes, Lanús, Lomas de Zamora, La Matanza, Morón, San Martín, Vicente López, San Isidro. Este proceso es interesantísimo porque el mapa mental de la ciudad central se extendió para abarcar a aquellos barrios porteños construidos por los migrantes europeos y ahora incorporados en los imaginarios de la ciudad blanca, europea y moderna. Principalmente, esta inclusión sirvió para marcar la diferencia con la nueva barbarie ligada a los migrantes internos que traían con ellos una tez más oscura y pasados, culturas y tradiciones más mestizas. Acá la oposición clave se estructura a partir de los blancos civilizados y descendientes de europeos que pueblan la ciudad central vs los cabecitas negras que, encima de tener creencias atrasadas, simpatizaban políticamente con el peronismo.

Sin embargo, no hay que pensar que esta construcción de la idea del conurbano fue sólo simbólica. Estuvo acompañada por acciones materiales y legales que consagraron esta división: la construcción de la Avenida General Paz como una gran barrera urbana para separar la ciudad central de su conurbano y un desinterés por incorporar a esta nueva conurbación en las competencias de la ciudad central tal y como se había hecho anteriormente y como recomendaban los primeros urbanistas argentinos. Tal es así que en el censo peronista de 1947 se institucionalizó de manera oficial la definición de Gran Buenos Aires como toda la metrópolis que no es la ciudad central que en ese entonces se llamaba Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires (MCBA).  

No obstante, esta idea del conurbano seguía siendo una definición más externa que propia: los habitantes de estos espacios solían reconocerse por el nombre de sus partidos. Nadie decía que vivía “en el conurbano” sino que se presentaban como “de Avellaneda, Quilmes, Morón o San Isidro”. Lo mismo sucedía con las apariciones artísticas o literarias de este territorio como en las icónicas letras de Manal o Moris en los inicios del rock nacional que describían paisajes suburbanos, en decadencia y los identificaban por los nombres de las localidades.

La consolidación del estigma y la reivindicación identitaria

Durante la última dictadura cívico-militar, la transición democrática de los ‘80 y los neoliberales años ‘90, estás ideas del conurbano como lugar peligroso, anómico y sucio fueron ampliamente repetidas por los medios de comunicación nacionales, un eufemismo que significa porteños, y los políticos. Este proceso produjo un refuerzo del sentido común que identificaba al conurbano como un lugar al que había que evitar.

Sin embargo, podemos pensar dos procesos durante estos últimos años. Por un lado, ciertas partes de las primeras coronas del conurbano, es decir, aquellas que se encuentran más cerca de los límites de la CABA, empiezan a parecerse cada vez más a esa ciudad central en términos económicos, culturales y sociales. Así, en los centros de Vicente López, Ramos Mejía, San Martín, Caseros o Lomas de Zamora se piensa, se vive y se vota de una manera bastante similar a la ciudad central. Podría decirse que en este caso el conurbano como idea se fue desplazando hacia la segunda y tercera corona y hacia los intersticios de esos partidos, tal y como había pasado hacia mediados del siglo XX dentro de los límites de la MCBA.

Por otro lado, hay una recuperación del término conurbano, sobre todo por parte de políticos, artistas y escritores que se reconocen como parte de este territorio o lo tornan central en sus trabajos. El Fondo de reparación histórica del Conurbano que negoció Duhalde en 1992 fue un punto importante de esta carrera. Tanto como la identificación que produjeron las distintas oleadas de creación de Universidades Nacionales en estos espacios y que popularmente las conocemos como “las universidades del conurbano”.

Finalmente, desde la literatura y el cine también hubo una recuperación de la identidad conurbanense para oponerse a la ciudad central y sus vicios. Contamos con referentes del rock nacional en los ‘90 -2 minutos, Flema, Bersuit en zona sur y Divididos, Hermética o Los Piojos en la zona oeste- de la literatura que van desde Jorge Asis y Rodolfo Fogwill en los ‘80 y ‘90 hasta las actuales Mariana Enriquez, Pablo Ramos y Leonardo Oyola; y del cine como Trapero, Caetano, Campanella y más cerca en el tiempo César González. En todas estas historias hay un intento de reivindicación y de reversión de los prejuicios sobre el conurbano y una adopción nueva de esta identidad: se trata de convertir el estigma en emblema.  


* Sociólogo y especialista en estudios urbanos.

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