La lupa en el conurbano: una historia de identidades, estigmas y orgullos
En este artículo, el sociólogo Diego Vazquez relata cómo se construyeron las percepciones sociales en torno a un territorio singular por donde se lo mire.
En una nota anterior presentamos el concepto de conurbano y sus representaciones a lo largo de la historia como el resultado de un imaginario hegemónico en el que este territorio operó siempre como la periferia de un centro y cuya definición se dio por la negativa. En otras palabras, entendemos al conurbano bonaerense por lo que no es: aquella parte de la metrópolis que no es la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) pero que la envuelve a través de sus anillos que se sumaron a lo largo de la historia tanto hacia al sur como hacia el oeste y el norte.
Con esta base, en este artículo se profundiza en los aspectos simbólicos e identitarios que marcaron a fuego los imaginarios conurbanenses en los diferentes ciclos históricos. Así, para cada uno, se rastrea la producción de imaginarios negativos sobre estos lugares y la identificación de un otro en el que se vuelven carne los estigmas asignados al territorio. Como respuesta, también surgieron reivindicaciones de los propios habitantes que opusieron resistencias e inversiones de sentido: hacer de la necesidad una virtud.
Civilización y barbarie
Empecemos con un viaje a la ciudad fundacional. Esa que desde su origen en 1580 hasta el último cuarto del siglo XIX sólo abarcó lo que hoy son los barrios porteños de San Nicolás, Monserrat y San Telmo. En este caso, la periferia -todavía no se hablaba de conurbano- eran algunos arrabales que marcaban el límite entre la ciudad y el campo en los actuales Retiro, Balvanera, Barracas.
En palabras de Sarmiento, estos espacios de transición significaban el fin de lo urbano, la civilización blanca y europea, y el comienzo de lo rural identificado con la barbarie, lo indígena y lo gaucho. Aquí se ubicaban los mataderos retratados célebremente por Esteban Echevarría en su crítica a Rosas y las pulperías y los espacios de relajación moral donde, según algunos relatos de la época, los porteños decentes despuntaban sus vicios. Para la elite porteña, que se autopercibía moderna, culta y liberal, los arrabales eran los sitios de los ranchos de ese otro condensado en las figuras del gaucho y de la china que mezclaban la impureza de las razas inferiores, el atraso, lo irracional, la violencia y lo popular.
Sin embargo, por estos años surgieron voces que reivindicaron ese campo, esos mataderos y esos espacios de la pampa en el que habitaba el gaucho. Fuese desde el Estado de Buenos Aires gobernado por Rosas o desde la pluma de un José Hernández y su consagrado gaucho Martín Fierro. En estos relatos ya se producía una inversión de sentido y una lucha simbólica en donde lo rural y sus actores adquirían características positivas, relacionados con lo auténticamente nacional, y la vieja ciudad central con vicios y defectos cosmopolitas.
Criollos e inmigrantes
Con la modernización de Buenos Aires (1880-1930), comenzó el primer proceso de conurbanización. De la noche a la mañana, se transformó en una de las grandes metrópolis del mundo gracias a la gran ola migratoria que llegaba desde el sur europeo. En esta primera expansión, las tierras de la pampa que rodeaban a la ciudad central, y a los pueblos de Belgrano y Flores, se convirtieron en barrios populares donde los migrantes construyeron sus casillas. Así, el primer conurbano bonaerense fueron los actuales barrios de CABA.
Si hoy un habitante de Caballito es un porteño tradicional, para la elite dominante de 1900 era un intruso que había traído sus vicios y sus conflictos a esta tierra. Si repasamos la literatura de Cambaceres o Martel, los editoriales del diario La Nación o los discursos de los legisladores que sancionaban las leyes de Residencia y de Defensa Social, podemos notar el desprecio con el que se describía a estos nuevos barrios periféricos y a sus habitantes recién llegados. Para ellos, se trataba de lo peor de Europa: peligrosos tanos anarquistas, conspiradores rusos y sionistas, gallegos tontos y todos ellos sucios, vagos, promiscuos, etc.
Frente a esto, desde los flamantes barrios surgieron una serie de respuestas comunitarias que buscaban desafiar estos estigmas y reivindicar sus territorios y sus habitantes. Políticamente, se agrupaban no sólo en los nuevos sindicatos y partidos políticos sino también en sociedades de fomento que realizaban obras en estos espacios e interpelaban al gobierno para que llevara a cabo inversiones en infraestructura.
A su vez, fueron estos barrios en los que se originaron los dos emblemas más representativos de la cultura de la Buenos Aires moderna: el tango y el fútbol. Por un lado, el tango surgió como un ensamble de ritmos e instrumentos para compartir las nostalgias de jóvenes que habían dejado atrás sus comunidades y habitaban ahora un nuevo y solitario mundo. Cuando aparecieron las letras, el barrio fue un típico objeto de reivindicaciones y se lo señalaba como el espacio de la gente trabajadora, honrada, con valores y con principios, frente a la decadencia, los explotadores, los corruptos, los viciosos y los malvivientes del centro.
Por otro lado, los jóvenes habitantes de estos barrios y de las localidades más pobladas del Gran Buenos Aires se unieron también para fundar clubes de fútbol que representaban a esta nueva patria chica. Así, en pocos años nacieron los equipos y sus rivalidades barriales Boca, River, San Lorenzo, Huracán, Almagro, Ferro, Chacarita, Atlanta, Argentinos Juniors, Platense, Vélez, All Boys, Nueva Chicago, Independiente, Racing, Quilmes, Lanús, Banfield y Tigre.
Porteños blancos y cabecitas negras del conurbano
Como sabemos, este no es el final de la historia. Al calor de la industrialización que arrancó en los ‘30 y se aceleró en los ‘40 y ‘50, la metrópolis recibió otra ola migratoria y atravesó una nueva expansión que envolvió a los barrios de CABA y a las cabeceras de los partidos del Gran Buenos Aires. En este caso, los nuevos habitantes no provenían de la Europa blanca sino del mestizo campo argentino.
Precisamente, las viejas elites criollas del centro y las clases medias de los barrios descendientes de los migrantes europeos, construyeron los mapas mentales clásicos sobre lo conurbano, que ahora se expandía desde el Riachuelo hacia el sur y desde la General Paz hacia el oeste y el norte. Estos mapas mentales representaban un territorio peligroso, empobrecido y habitado por negros cabezas, vagos y sucios. En este marco, un político conservador hablaba de “aluvión zoológico” para referirse a la manifestación del 17 de octubre de 1945 y escritores como Borges, Bioy Casares o Cortázar narraban historias sobre muchedumbres irracionales que iban a ver al “monstruo”, “señoras obesas” con plateas en el Ópera y “mujeres casi enanas y achinadas” que salían a bailar en la noche de la ciudad.
Este proceso también provocó una reivindicación y una respuesta identitaria de sentido inverso. En primer lugar, fue el peronismo el que elevó el estatus del descamisado y del trabajador que habitaba en el conurbano bonaerense y que había sido el sujeto trascendental de aquel 17 de octubre. Asimismo, el tango y el fútbol entraban en sus años dorados y seguían ocupando un rol central en la valorización simbólica de estos espacios: Avellaneda, Valentín Alsina, San Martín, Vicente López eran los nuevos barrios a los que el tango les cantaba.
Por su parte, la expansión urbana y la industrialización de los nuevos anillos produjo una oleada de fundaciones de clubes en el conurbano que conformarían las categorías de ascenso del fútbol argentino: Arsenal, Defensa y Justicia, Morón, Brown de Adrogué, Villa Dálmine, Merlo, Berazategui, Atlas, Laferrere, Sportivo Italiano, entre otros. Aquí también podemos tener una idea de la diferencia trascendental entre la primera y la segunda metropolización: como en el mercado del trabajo y en el espacio urbano, aquellos que arribaron más tarde ocuparon los lugares menos importantes y reconocidos del fútbol.
Ya hacia el final de este periodo apareció otra reivindicación identitaria en el nuevo género musical que atrapaba a los jóvenes: el rock nacional. En alguna de sus letras, se narraba un espacio suburbano, nunca nombrado como conurbano sino a partir de los nombres de las localidades: Avellaneda, Dock Sud, Puente Alsina, José León Suárez. Entre los tópicos más recurrentes encontramos el mundo industrial en decadencia, la chatura de la vida barrial y las reconstrucciones de la vida campestre.
Vecinos vs villeros/planeros/usurpadores
La última dictadura cívico-militar (1976-1983) marcó el final de la industrialización y de un cierto estilo de crecimiento urbano a partir de los loteos populares. La erradicación de villas porteñas, la derogación de la ley que congelaba los alquileres y la sanción de nuevas normativas provocaron que el tercer proceso de conurbación se diera en los extremos sociales: las tomas de tierras que originaron los asentamientos populares y la construcción de barrios cerrados de los sectores más acomodados.
Así, el viejo conurbano se fragmentó y estalló en pedazos de ciudad: los vastos barrios de sectores medios consolidados, las villas enclavadas en espacios ambientalmente comprometidos, los nuevos asentamientos en la periferia de la periferia y los flamantes countries clubs conectados por las autopistas. A pesar de esta transformación, los imaginarios hegemónicos continuaron reflejando un territorio de pobreza y desempleo extendido, sin productividad dada la decadencia de sus industrias y un reinado absoluto de la inseguridad urbana en la que mandan los chorros, usurpadores y planeros.
Por el contrario, en estos últimos años floreció y se consolidó una identidad y un orgullo conurbanense que comenzó a identificarse positivamente como un conjunto, diferente a la CABA pero también al resto del país. Actualmente, esto puede verse reflejado en el éxito de propuestas como “Una historia del Conurbano” de Pedro Saborido o en las producciones para las redes sociales de The Walking Conurban.
Antes de ellos, fueron claves para este proceso de construcción de identidad conurbanense las contribuciones musicales de la renovación del rock barrial o chabón de los ‘90 y los ‘2000 que narraba las historias de esos viejos barrios industriales, principalmente del sur y el oeste, atravesados por el neoliberalismo; y la aparición de la cumbia villera en el noroeste de la metrópolis para darle voz a los sectores más vulnerados en este nuevo modelo económico.
Por su parte, tanto la literatura como el cine complejizaron sus miradas y sus imaginarios a partir de toda una nueva generación de escritores y directores que salieron a contar estos fragmentos de ciudad en los que había estallado el conurbano. Adicionalmente a esta nueva identificación también contribuyeron la creación de las universidades del conurbano.