Ballenas: la historia de los mamíferos marinos que iluminaron Europa por medio siglo

Antes de la llegada de los barcos europeos al Atlántico Sur, su población era diez veces mayor. ¿Qué fue lo que pasó y cuál es la situación actual?

Ballena franca austral junto con su cría (créditos: ballenas.org.ar).
Ballena franca austral junto con su cría (créditos: ballenas.org.ar).

El equipo de Enrique Crespo, Investigador del Conicet en el Centro Nacional Patagónico, realizó un cálculo asombroso: fue capaz de estimar la cantidad de ballenas que había en momentos previos a la llegada de barcos europeos. Gracias a la ayuda de modelos matemáticos y a la utilización tasas de captura registradas, llegó a la conclusión de que había aproximadamente 58 mil ejemplares. En el presente, la población es diez veces menor, con unos 5 mil individuos. Sin embargo, un dato alentador es que cada vez hay mayor cantidad de estos mamíferos marinos. “La tasa de crecimiento es positiva, se va repoblando el Atlántico Sur”, cuenta el científico en diálogo con la Agencia de noticias científicas de la UNQ.

En la actualidad, la preocupación no son los mamíferos sino la conservación del ecosistema. Para Crespo, la protección se logra “llegando a un equilibrio entre la extracción y los recursos que se dejan para que tomen el resto de los animales”. Se trata de un acuerdo entre el sector económico que los utiliza, el sector político que los administra y los grupos de investigación que producen la información.

Peligros actuales y cambio climático

Crespo cuenta que, a contramano de lo que usualmente se cree, la ballena franca austral ya no es una especie en peligro de extinción: “Se piensa que nosotros hicimos algo por la conservación, en realidad lo que paró es la captura. Todo lo demás es la población que se recupera”. Lo que aún significa más, según el científico, continuará recuperándose durante mucho tiempo.

Por otra parte, hay que tener en cuenta el cambio climático y las transformaciones asociadas que influyen en la alimentación de las ballenas y otros mamíferos marinos. Los mamíferos marinos se alimentan en dos lugares. Uno es el talud (final de la plataforma marina), donde van ballenas, lobos marinos y varios pájaros, y el menú principal son los copépodos, pequeños crustáceos que forman parte del zooplancton. El segundo lugar de alimentación queda alrededor de las islas Georgias donde hay importantes cardúmenes de kril. En esa zona hay procesos de calentamiento y enfriamiento; como el kril madura debajo del hielo, en los años en los que la temperatura se incrementa, este crustáceo se encuentra menos disponible. “En estos casos, mueren varios comedores de krill o fallan en la reproducción”, cuenta el científico.

En este sentido, los efectos pueden ser diversos: “Si una ballena preñada come menos krill, engorda menos su capa de grasa. La capa sirve como aislante, pero también como reserva, en la medida en que quizá migran 10 mil km sin alimentarse. La grasa remanente se transforma en leche para amamantar a la cría. Cuando en el año previo a la parición, la temperatura fue elevada y el kril no maduró correctamente, el nacimiento se produce, pero no hay un destete exitoso. Como resultado, en esos años hay más mortalidad de crías”, describe Crespo.

La historia de los océanos

Inicialmente, la zona del Atlántico Sur estaba poblada por aborígenes que usaban los recursos que les brindaban los mares. Los mamíferos marinos eran un medio disponible altamente energético y relativamente fácil de capturar, sobre todo los lobos marinos y las focas. La abundancia de recursos, no obstante, se modificó cuando comenzaron a llegar barcos europeos.

Los vascos fueron los primeros en capturar ballenas: viajaban a Canadá, a las costas de Terranova y Labrador y ahí establecían bases, pasaban el invierno y capturaban a los cetáceos para sacarles la grasa. Cuando obtenían lo suficiente, regresaban al viejo continente con barriles de aceite. ”Las ballenas iluminaron Europa al menos por 500 años”, explica el científico. Se las conocía como ballenas “buenas” porque cuando las arponeaban no se hundían debido a la gran cantidad de grasa.

El resto, como la azul y la jorobada, al poseer diferente taza de grasa y músculo, se hunden. En este caso, recién comienzan a ser capturadas a partir de 1768, cuando se inventa el arpón explosivo. “Les inyectaban aire comprimido y quedaban flotando al lado del buque factoría”, apunta.

La caza de ballenas se prohibió recién en el siglo XX. “Desde 1986 no se cazan ballenas, excepto las mink con permisos especiales”, aclara Crespo. “Vine a Chubut en la década del 80’s y hay una notable diferencia, ahora hay ballenas por todos lados y de varias especies”, agrega. La recuperación de la población hace que algunos países reclamen el derecho de retornar a la captura. Respecto de esto, Crespo explica que hay toda una discusión biológica y moral: “Todos los países que aprovecharon los recursos en el siglo XIX y gran parte del XX, hoy son conservacionistas en contra de la captura; mientras que aquellas naciones de tradición ballenera como Japón, Noruega e Islandia, están reclamando que les permitan volver a la caza. Desde el punto de vista biológico se puede establecer una cuota de captura que permita que la población se mantenga. La moral es otra historia”, concluye.

La expansión hacia otras aguas

La población de ballenas crece: en la década del ´70 lo hacía con una tasa del orden del siete por ciento anual y hace unos quince años empezó a reducirse. En concreto, el número de animales se sigue incrementando, solo que a una velocidad menor.  

En Península Valdés, a comienzos de los ´70 nacían entre 20 y 25 crías, y hoy están naciendo 800, con variaciones de un año a otro. El ciclo de cría es de 4 años: una ballena llega a la Península, copula, se va preñada y tiene un año de gestación; luego vuelve, pare la cría y la amamanta. Por último, recién volverá a copular luego de un año de reposo. En cuanto al número de crías que puede tener una ballena en su vida, Crespo explica que eso aún no está claro: “Las venimos siguiendo individualmente desde hace décadas. Se supone que viven por encima de los 70 años y empiezan a parir después de los siete; pensamos que podría ser que tengan entre seis y ocho crías”.

Con este crecimiento, las ballenas empezaron a ocupar otras áreas, por ejemplo, el Golfo San Matías, al norte de la Península. “La reproducción se da en los dos golfos de la Península Valdés, Golfo San José y Golfo Nuevo. En los últimos 15 años vimos que la distribución era muy homogénea, sin embargo, ahora observamos que las hembras se quedan en la costa para parir y expulsan mar afuera a los grupos de cópula. En el norte del golfo San Matías se está estableciendo un área de copula con pocas pariciones, las cuales se siguen dando en Península Valdés”, amplía. La expansión de las ballenas al golfo San Matías indica densodependencia: tanto la reproducción como la mortalidad son parámetros que dependen fuertemente de la cantidad de individuos. Este resultado es visible gracias al monitoreo durante más de 30 años.  

Mi cabeza sigue dando vueltas en cómo modelar matemáticamente los cambios del ecosistema de los últimos 300 años. Partir de las poblaciones originales antes de la entrada del europeo, simular todos los efectos de explotación sobre eso y ver cómo evoluciona el sistema. Son trabajos de equipos multidisciplinarios y de tiempos largos”, destaca Crespo. Y remata: “Empecé con este proyecto en 1985, al principio no sabíamos nada y hoy somos un equipo de muchas personas con colaboradores en diferentes países, todos preocupados por buscar el equilibrio y la conservación del ecosistema”.


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Nadia Chiaramoni

Licenciada en biotecnología. Doctora con mención en ciencias básicas y aplicadas