Pablo Aimar: el payasito angustiado que asombró a todos

En este artículo, María Juana Brady, psiquiatra y especialista en psicología del deporte, analiza cómo impacta la presión en la salud mental de los protagonistas.

Scaloni y Aimar en el banco de suplentes de la Selección Argentina. Créditos: https://www.rosario3.com/
Scaloni y Aimar en el banco de suplentes de la Selección frente a México. Créditos: https://www.rosario3.com/

El martes pasado, en la mitad del primer partido jugado por el Seleccionado Argentino de fútbol  en la Copa del Mundo, y ante el desconcierto del devenir del juego que parecía conducirnos a los hinchas a un resultado adverso y no calculado, se me ocurrió adquirir por internet aquél clásico del periodismo deportivo de Dante Panzeri: “Fútbol, Dinámica de lo impensado”. 24 horas más tarde lo tenía en mis manos. Y ansiedad e inquietud mediantes, me di a la lectura y a los primeros subrayados. En principio, el modelo de la filosofía como lectura de este deporte: “Cuando se sabe lo que va a pasar… es que no va pasar nada”, señala con precisión el filósofo y ensayista español Julián Marías.

Acto seguido, elaboré un punteo de características que hacen a la sapiencia en el fútbol.1.Saber elegir a los buenos jugadores. 2. Asignarlos a los puestos más apropiados según sus cualidades naturales. 3. Introducirlos a no intentar hacer lo que no saben. 4. Y la cita es textual: “Dejar que  esos jugadores, así seleccionados, así ubicados y así aconsejados (…) hagan de allí en más lo que les parezca mejor. Dejarlos jugar (…) Con la certeza de que todos quieren ganar, a nadie le gusta perder”.

Durante toda la semana, frente a la expectativa y casi demanda de una victoria asegurada a priori para el partido contra México, se hicieron especulaciones acerca de la capacidad anímica de los jugadores, de su posibilidad de reponerse a la derrota, de la destreza del director técnico para orquestarlo, y de la garantía que puede comportar el salario millonario de los jugadores o la calidad de su entrenamiento, en la adquisición de la habilidad para abstraerse de la presión. Incredulidad respecto de su deseo visceral de ganar. Preguntas al oráculo para saber el porqué de las reiteradas miradas del capitán al piso. Tan contrario al dogmático “la pelota siempre al diez”.

Muchos pasaron de un duelo derrotista (de pensar que todo estaba perdido) a la salida maníaca con una confianza desmedida en un equipo para el que no quedaba margen de error desmintiendo que perder era una posibilidad.

Cayó por fortuna el alivio de la victoria como cae la lluvia en una agobiante tarde de verano. Obtenida en una maravillosa combinación de una apertura azarosa que permitió ese primer gol y un crecimiento hiperbólico de la confianza de los jugadores argentinos. Vítores a un Messi en tela de juicio y a un joven debutante que ilusionó con proyecciones de magia. Y por supuesto, y a continuación, las revelaciones de los protagonistas del coliseo.

El arquero, Emiliano Martínez, fue el primero en manifestar que había requerido asistencia de su terapeuta personal para sobrellevar el estrés agudo que supusiera el encuentro con Arabia. Un terapeuta personal: ninguno provisto por la Asociación de Fútbol Argentino. Fue el propio Lionel Scaloni con gran tino quien tuvo que improvisar redes de contención para los jugadores, en un giro casi táctico pero acaso opuesto a lo escrito en los dictados del fútbol de autor, admitiendo el contacto de estos con sus familias para que les brindaran apoyo.

Y la imagen más impactante de todas la ofreció un cuerpo técnico ansioso, hiperventilando, llorando y movilizando el pecho mucho más de lo que la excursión torácica parecía permitir. No solo durante los momentos decisivos, sino también luego de haber conseguido algunos logros en términos de resultados y recomposición del equipo. Voy a confiar algo que comenté a algunos colegas, tal vez en una deformación profesional: por un momento, me dieron ganas de alcanzarles imaginariamente un ansiolítico a través de la pantalla. El sufrimiento que veía, era intolerable. No faltó mucho para que esa imagen se viralizara y que un tweet advenedizo rezara: “Aimar somos todos”. Pues no. No somos todos. No todos tuvimos que tolerar el embate de las críticas y la presión desmedidas. Esta vez no fuimos todos.

Tal vez haya por ahí algún escéptico que continúe cuestionando los alcances de la exigencia de los hinchas sobre los futbolistas. Tengo la esperanza de que prevalezca la transformación hacia una mirada más humanizada, acaso favorecida por las mieles de la victoria, y una vuelta hacia un mayor y mejor cuidado de la salud psíquica de estos jugadores, que además eligen ser nuestros representantes en la competencia deportiva con más convocatoria a nivel mundial de la historia.


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