Donald Trump presidente y el ajedrez geopolítico mundial: ¿qué esperar de Estados Unidos?
En este artículo, el profesor de historia Lautaro Mazzini Puga reflexiona sobre las posibles jugadas que hará el mandatario electo en materia internacional. Rusia, Israel, China y América Latina.
Por Lautaro Mazzini Puga*
Es un hecho: Donald Trump volvió a ganar una elección presidencial en Estados Unidos, esta vez frente a la demócrata Kamala Harris en el colegio electoral y por el voto popular. Aunque fue una elección pareja, el resultado fue contundente. El por qué de ese resultado no es a lo que dedicaremos esta nota –por más interesante que sea–. Realmente, Estados Unidos es un país tan importante a nivel mundial como complejo y difícil de entender a nivel doméstico, y quien haga análisis simplistas al respecto, simplemente se equivocará. Aquí nos pondremos a pensar qué viene ahora, teniendo en cuenta hechos del pasado reciente.
Es posible que desde hoy mismo escuchemos discursos que anticipen medidas o comentarios que nos indiquen el nuevo camino, así como también saquemos cuentas a partir de tweets (fuertemente difundidos dada la alianza entre Trump y el dueño de X, Elon Musk, quien además puede llegar a ocupar lugar en el gabinete, veremos). Pero lo cierto es que hasta que se siente en el salón oval de la Casa Blanca el 20 de enero de 2025 el presidente electo no firmará ningún decreto oficial ni tomará ninguna medida. Aún así, podemos anticipar –siempre con riesgo de equivocarnos– fuertes cambios en materia de política internacional. Para empezar, Trump podrá manejarse con más fuerza que en su primer mandato dado que tiene mucho más apoyo en el Congreso y hasta en la Corte Suprema, esto último importa más para lo doméstico, pero a fines prácticos, veremos un presidente que ejercerá su poder con firmeza. ¿Y qué hará con eso? Viajemos y pensemos:
El escenario europeo parece ser uno de los dos que más atención inmediata requiere. Trump reiteró en diversas ocasiones que no está de acuerdo con el apoyo irrestricto a Ucrania en su guerra con Rusia. De hecho, llegó a acusar al presidente ucraniano, Volodomir Selensky, de ser “uno de los mejores vendedores que he visto. Cada vez que viene le damos 100.000 millones de dólares. ¿Quién más ha conseguido esa cantidad de dinero en la historia? Nunca ha habido (nadie)”. De plano, no le interesa seguir otorgando el caudal de ayuda económica que Biden proporcionó desde el principio.
Tampoco en la cuestión militar: Trump se cansó de exigirle a sus socios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que cumplan con una mayor inversión militar en los ejércitos de cada país. Él ve demasiado cómoda a una Europa apoyada en la protección estadounidense. A menos que cambie de opinión, probablemente deje de proporcionar armas y municiones a Ucrania, y hasta es posible que directamente le niegue el ingreso a la alianza, algo prometido para cuando finalice el conflicto. Esto no solo tiene que ver con que el presidente electo ve la guerra como perjudicial para los intereses de su país, sino con la buena relación que cultivó durante todo su mandato con el presidente de Rusia, Vladimir Putin.
Podemos detenernos en esa relación un momento: hablamos de dos líderes nacionalistas. Desde hace un tiempo, los politólogos y analistas explican que el mundo de la cooperación y la globalización está dejando lugar a proyectos nacionales con líderes nacionalistas, algunos de lo que se llama extrema derecha, otros no tanto. No es algo ideológico ni similar en cada país; de hecho, pueden ser competidores entre sí, pero los emparenta, o al menos los acerca, la proyección nacional de sus liderazgos a partir de los cuales se muestran también al resto del mundo. En esto, pueden encontrarse en la misma mesa líderes tan disímiles como los propios Trump y Putin, Modi de la India, Orban de Hungría, Bin Salman de Arabia Saudí, y hasta Xi Jinping en China. Por eso no es conveniente ya clasificar a cada personaje en los clásicos “izquierda y derecha”, sino ver cada caso en singular y evaluar el pragmatismo, mayor o menor, con que se manejan.
Si habrá un acercamiento a Rusia aún es prematuro, pero sí parece ser más seguro que Estados Unidos apoye con mucha más firmeza a su gran aliado en Medio Oriente: Israel. Ese es el otro gran escenario del momento. No es que la administración Biden haya abandonado a su socio: lo proveyó de miles de millones de dólares, nunca dejó de enviarle armamento, la presencia militar estadounidense es cada vez mayor, y de hecho la embajada sigue estando allí donde Trump la trasladó: Jerusalén.
Sin embargo, es real que el secretario de Estado Antony Blinken hizo lo suyo por contener la escalada en la región, no tanto por Gaza, algo más por Líbano, pero particularmente en los ataques y respuestas entre Israel e Irán. Muchos piensan que Trump podría no tener tantos reparos en apoyar a Tel Aviv en un ataque masivo sobre Teherán, donde el objetivo no sean ya instalaciones militares (algo que no es para nada menor), sino cuestiones críticas como las instalaciones petroleras o nucleares iraníes, cuando no también, un ataque en toda regla buscando destruir al régimen de los Ayatolas. Suena demasiado catastrofista, pero el gobierno de Netanyahu, que tiene su propia crisis interna, ya no oculta sus intenciones, y en las últimas décadas el más dispuesto a apoyarlo ha sido efectivamente Donald Trump.
Con todo, debe tenerse en cuenta que hay más países en esa región, que no necesariamente quieran esa escalada y que tampoco tienen mala relación con Washington. Hablamos de Turquía y Arabia Saudita, quienes, aunque se han alejado de Estados Unidos (los petrodólares pasaron a ser petroyuanes hace poco), mantienen un multilateralismo constante. Si pensamos en este tipo de países, también la India tiene excelentes relaciones, a pesar de ser un aliado tradicional de Rusia y parte fundadora de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Todos ellos, y otros tantos, no tendrán demasiados inconvenientes en continuar sus relaciones con la nueva administración.
Make America Great Again
China, por su parte, el gran adversario apuntado por Trump y con el cual ya tuvieron la recordada “Guerra Comercial”, puede esperar una “escalada” en esa competencia. Si Biden se olvidó del libre comercio, tan reclamado en otros lugares, en lo que a autos eléctricos se refiere, es muy posible que el nuevo presidente redoble las apuestas en muchos rubros. En ese sentido, puede que retome el camino de repatriar empresas y capitales con la idea de fortalecer nuevamente el corazón industrial norteamericano (donde tuvo su núcleo fuerte de votantes ayer).
Esa escalada sin embargo, no debe pensarse en términos de Tercera Guerra Mundial, un título demasiado repetido en nuestros medios. Debe entenderse como un espacio de competencia de dos potencias, donde el rubro militar está latente pero no es ni de cerca el más importante en este momento. Trump acusó a Biden de cometer un error imperdonable con Rusia: acercarla, es más, arrojarla a los brazos de China. Lo único que debía evitarse. Hoy por hoy Rusia podrá mejorar sus relaciones con Estados Unidos, pero su gran socio es China. Veremos si el tiempo cambia esto.
El escenario que parece desprenderse de todo esto es eso que en Política Internacional se llama Mundo Multipolar: ya no es Estados Unidos la única superpotencia capaz de actuar unilateralmente (Unipolar), tampoco es la Guerra Fría (Bipolar) pues China no es la Unión Soviética, y no propone exportar su modelo a cada país del mundo. Lo que hay es un mundo de competencia entre varias potencias, algunas de primer nivel, otras un poco más abajo, todas por detrás de Estados Unidos, pero ninguna con la capacidad de hacer lo que quiere sin ninguna consecuencia. Trump no es ingenuo a esta realidad, es más, durante su presidencia actuó en buena medida con estos preceptos en claro, pero su discurso apunta a “salvar” a su país, “volver a ser” esa gran superpotencia, “Hacer a América Grande Otra Vez”. Se podrá ver el poder, en todo lo que este concepto abarca, en juego.
América Latina, ¿sin lugar en el mapa?
América Latina quedó para el final porque hoy en día no es un escenario de relevancia para los Estados Unidos. No es que no importe, es que no es lo primero. Aunque Lula Da Silva apoyó a Kamala Harris, Brasil hace gala de un realismo político bastante definido, donde pasan los gobiernos y se mantiene una coherencia importante. Si Bolsonaro pasó de aliado absoluto de Estados Unidos a abrazarse con los BRICS (incluido Putin y Xi Jinping) cuando Biden no lo apoyó, entonces no es de esperarse que hoy Brasil tenga muchos problemas con renovar o mantener sus relaciones bilaterales. Por ejemplo, Lula mantuvo en su momento, una gran relación con Bush habiéndose opuesto en el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) en Mar del Plata.
Argentina apostó fuerte por Trump. Milei viajó varias veces a Estados Unidos y nunca se entrevistó con ningún funcionario del gobierno, aunque sí con Elon Musk, con quien parece tener una gran relación que, por ahora, no se traduce en ninguna inversión importante. Se encontró con el nuevo presidente en un acto, y de él espera un inestimable apoyo en cuanto a la deuda con el FMI, como también a la llegada de inversiones: de hecho prácticamente basó la continuidad del plan económico en esas elecciones.
Además, su política exterior plantea alinearse a pleno con la norteamericana, y hasta con la israelí, más ahora que echó a la canciller Diana Mondino. El nuevo canciller Werthein era el embajador en Washington y no juró sobre la Constitución Nacional sino sobre la Torá. Se dio lo esperado por Milei, habrá que ver si tiene la importancia que él cree tener para Trump. Siendo que, a diferencia de sus pretensiones globalistas, Donald es un nacionalista proteccionista que no comparte las ideas del argentino, pero que bien podría asociarse.Ya ha pasado. Veremos.
*Profesor de Historia por la Universidad de Buenos Aires y docente en Historia y Política Global.