Una reseña del libro Las ceremonias. Crónicas de personas que usan drogas

El psiquiatra Federico Pavlovsky elabora una lectura crítica acerca del trabajo publicado por Marcos Aramburu y editado por El Gato y La Caja.

Créditos: estepais.com

La edición del texto de Marcos Aramburu, periodista e hijo de médicos, complementa de una manera ideal el primer libro sobre drogas que publicó la editorial en 2019 con el título Un libro sobre drogas, un manual que interesó curiosamente por igual a psiconautas, usuarios de drogas y profesionales de la salud mental.

En Las ceremonias, Aramburu realiza crónicas de personas que usan drogas: el mundo trans, la militancia de los 70, el uso de psicodélicos y una crónica autobiográfica final. Comienza por el feroz mundo trans, expulsado, estigmatizado y su relación con las drogas: eventual búsqueda de placer pero, sobre todo, un engranaje cotidiano en el trabajo sexual, donde muchos clientes incitan a consumir como condición de pago por el servicio. En esta lógica vincular, el acto sexual en sí mismo puede quedar en segundo plano, o bien, no concretarse. Es usual que los clientes paguen para consumir con alguien, para no drogarse solos.

Tapa de "Las ceremonias"
Tapa de “Las ceremonias”, de Marcos Aramburu. Créditos: https://elgatoylacaja.com/

El consumo también funciona como un ritual de desinhibición (“que elimina toda barrera moral”), que diluye la represión y preferencias en sobriedad; lo cual a su vez genera mucha angustia en el después. Los relatos surgen de sobrevivientes (la mayoría de las mujeres trans no llega a la sexta década), reunidas por el narrador en el Archivo de la memoria trans.

En la crónica se advierte la relación entre las drogas y el momento social y político, la llegada de la cocaína en el neoliberalismo de los 90 y luego el paco, una droga destructiva a corto plazo, donde un usuario explica el para qué de su uso (inexplicable desde el sentido común): “una experiencia totalizadora”, que elimina el pasado y las angustias en pocos segundos. En una existencia de desesperación, el placer es dejar de sentir. Momentos después, el deterioro físico (“flacos, con la mirada desorbitada, la cara quemada”), la locura (muchas veces de ser observado y de buscar cosas en el piso), y un deseo de consumo que en muchos casos termina con el robo al voleo para seguir consumiendo.

En Argentina, el 70 por ciento de la población trans se encuentra detenida por delitos relacionados con la Ley de Estupefacientes (27.737). Una dimensión que exploran estas crónicas es cómo la experiencia espiritual en ciertos casos (religiosa, psicodélica, el Poder Superior de los 12 pasos, etc.) representa una bisagra que funciona para interrumpir el loop de la adicción.

En las crónicas existe una semiología del uso de la cocaína, la búsqueda crónica e inútil de ese placer inicial (“perseguir al dragón”), el bajón, la persecuta, los gastos estrafalarios y el sexo aleatorio. Pero también rescata en los testimonios algunos aspectos de aprendizaje y placer, que muchos usuarios reconocen al mismo tiempo en la experimentación de distintas drogas.

El uso de drogas psicodélicas tiene un apartado espacial, como fenómeno cultural, político (de la persecución a la vanguardia en ciencia) y médico, donde da cuenta de los trabajos en psiquiatría que se están llevando a cabo en el mundo particularmente con psilocibina y MDMA para tratar depresiones refractarias y estrés postraumáticos. Se detiene en la “horizontalización” de uno con el todo, en la disolución del ego, en el reseteado mental; una textura de experiencias que la medicina actual redescubre de las milenarias “plantas sagradas”.

La clave del libro es que está muy bien escrito. Explora el tema de las drogas de una forma donde aquellos que nos dedicamos a adicciones podemos sentirnos algo inquietos, porque centralmente describe otros usos de las sustancias y no se limita a mencionar los aspectos destructivos. Rituales de festejo, exploración espiritual, medicina personal, áreas donde los manuales de psiquiatría no tienen todas las respuestas.


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