El cine, la Marcha Universitaria y el “trabajo de mamá” como espacio de identidad

En este artículo, Lía Gómez* narra en primera persona cómo fue su experiencia durante la movilización compartida con sus hijas y ensaya reflexiones como referente de la gestión cultural en la UNQ.

Créditos: El Destape.
Créditos: El Destape.

El 27 de abril, por resolución 1818/2008 del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), bajo la presidencia de Liliana Mazure, se promulga el Día del cine argentino, en homenaje al estreno de Tango (1933) de Luis Moglia Barth con Tita Merello, Libertad Lamarque, Luis Sandrini, Azucena Maizani y “Pepe” Arias. La fecha adquiere relevancia en el marco del cierre por reformas de organigrama y auditorías anunciadas por el gobierno nacional. El ataque sistemático a la educación y la cultura, así como los abrazos y asambleas en defensa del cine nacional se desarrollan en todo el país y se suman a la lucha por la educación, la ciencia y la tecnología.

En este contexto, en que llenar las salas de cine se transforma en una acción poética y política, la película Puan (2023) –dirigida por María Alche y Benjamin Naishtat– llega a las plataformas de streaming.  El protagonista, Marcelo, interpretado por Marcelo Subiotto, es profesor de filosofía de la UBA; sin embargo, también se vislumbra un protagónico más. Y no es el de la contrafigura interpretada por Leonardo Sbaraglia, sino el propio espacio vivo de la universidad. Los pasillos de la sede de Puan son ese escenario natural que Marcelo transita, se identifica, se forma y se transforma.  

El 23 de abril la Marcha Federal Universitaria nos encontró en las calles de múltiples maneras. Con carteles, banderas, consignas, canciones, agrupados y agrupadas o bien por nuestra cuenta. Quienes estuvimos, podemos decir que encontramos una bocanada de aire fresco. De hecho, el propio Subiotto estaba en una articulación dialéctica entre lo real y la ficción. En el transitar del día, la conversación sobre la universidad se tornó un palimpsesto de emociones, memorias, posiciones políticas, texturas de identidad en generaciones diversas. Familias completas caminaban al unísono en defensa de la Universidad Pública.

Ese día estuve en la plaza con mis dos hijas, de 9 y 2 años. Ambas van a la escuela pública y la universidad ya es parte constitutiva de sus vidas. Hasta el martes pasado, era “el trabajo de mamá”, ese lugar al que van cuando no queda otra posibilidad. Ese espacio donde el trabajo se junta con las tareas de cuidado como parte del andar. “El trabajo de mamá” para ellas es un mundo adulto de aburrimiento y espera en muchos de los casos, pero también de descubrir otras formas de habitar distintas.

Esa tarde del 23, junto a las niñas, terminamos sentadas frente a la sede del Gaumont, cine adquirido en 2013 por el INCAA y cuya continuidad hoy peligra. El cine es para ellas también el “trabajo de mamá”. La sala es ese lugar al que tienen que acompañar porque hay proyección, porque va un director o directora, porque hoy hay que defender, abrazar, estar. Lo público, el cine, el trabajo y la universidad constituyen sus trayectorias identitarias, aunque tengan menos de 10 años.  

En Puan Marcelo define: “El único lugar en el que soy algo es en Puan”. Es en ese mundo donde su identidad se define. Es también, donde definimos la nuestra quienes trabajamos en la universidad.

En 2011, la película El estudiante de Santiago Mitre (director también de Argentina, 1985) colmó los debates sobre la relación política-universidad. El lugar de la cátedra, la asamblea, la formación y, sobre todo, el conocimiento que se promulga en las aulas es puesto en cuestión. El aprendizaje de un joven que llega del interior a la misma sede del Puan, se convierte en traiciones, disputas e hipocresías. Se establece como farsa. Roque, el personaje que lleva a la fama a Esteban Lamothe pregunta: ¿Te importa la verdad o te importa si te sirve? Como si esa dicotomía fuera parte de los modos de la política (que se basa, para Mitre, en la mentira). En cambio, en la película de Alché y Naishtat, la ficción anticipa la verdad. 

Lo que está en debate en el escenario actual es el lugar de lo público. Aquello que nos pertenece, que nos convoca y que nos define como comunidad. Lo que sucedió el 23 de abril en la marcha federal no fue solo una movilización masiva; fue también la perspectiva de que la universidad es un escenario federal.

Tanto la universidad como el cine nos conmueven, nos transforman, nos narran, nos identifican, nos refieren sujetos de la historia. Mi mamá es hija de un sastre inmigrante italiano, primera generación de estudiante universitaria. Mi papá es hijo de un capataz de campos yerbatales en Misiones, en la época de Pérez Companc, dueños por mucho tiempo de casi todo en la Argentina. Él es el único universitario de su familia. Los demás apenas terminaron la escuela primaria.

Como mis hijas, aún antes de haber nacido, ya tenía en mi destino a la universidad como parte constitutiva de mi vida. Es ella la que posibilitó el ascenso social de mi familia de origen. Esa tarde frente al Gaumont mi niña mayor comprendió, a través de las imágenes que rodeaban su caminar, lo inconmensurable en nuestra historia de la universidad. Ya nunca más será solo el trabajo de mamá.

Lo que sucedió el 23 no fue solo una marcha multitudinaria. También fue recuperar en el seno de la vida social el lugar político que ocupa la universidad.

*Lía Gómez es coordinadora del Programa de Cultura de la UNQ.


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