Vecinos versus militantes: ¿de qué manera la élite porteña distingue a sus habitantes?

En este artículo, la especialista Martina Berardo* repasa el modo en que, históricamente, las clases acomodadas de la ciudad diferenciaron civilización y barbarie.

Vallado en el departamento de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Créditos: La nación.
Vallado en el departamento de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Créditos: La Nación.

A partir de la concentración de personas en apoyo a Cristina Fernández de Kirchner en las inmediaciones de su domicilio en Recoleta durante los últimos días, miembros del gobierno porteño condenaron los hechos argumentando que no se trataba de una manifestación sino de un “plan sistemático de ocupación del espacio público” protagonizado por “militantes” que alteran la vida normal de los “vecinos”. No es la primera vez que los funcionarios del Pro recurren discursivamente a la contraposición entre “vecinos” y otros habitantes de la ciudad, y este mecanismo de identificación tampoco resulta novedoso. Históricamente, la élite porteña ha construido categorías para nombrar a Buenos Aires y sus habitantes en oposición a otros territorios.

Los gentleman vs gauchos, anarquistas y compadritos

En la Argentina de mediados del siglo XIX vio la luz una representación fundacional: la célebre oposición sarmientina entre civilización y barbarie, que señalaba el contraste entre Buenos Aires (civilizada, moderna y homogénea) y el “desierto” (territorio barbárico y atrasado). Esta oposición se consagró como parte de un imaginario geográfico elaborado desde una Buenos Aires habitada por ciudadanos blancos y civilizados, los gentleman, en oposición a su némesis: el gaucho, que habitaba del otro lado de la frontera urbana.

Luego de las oleadas migratorias promovidas por la Generación del 80 como estrategia para la modernización urbana y social de la nación, terminó por consolidarse la representación de Buenos Aires como ciudad blanca y europea debido a la homogeneidad de su trama urbana y de su estructura social, con una supuesta ausencia de rasgos indígenas o afros entre la población. En oposición al habitante de la Buenos Aires moderna se contrapuso otro sujeto urbano: el compadrito. Como al gaucho, al compadrito se le atribuían disvalores tales como la ociosidad, la violencia y la delincuencia.

El compadrito también era un sujeto fronterizo, pero mucho más cercano: no estaba en el desierto como el gaucho sino que habitaba los suburbios. El compadrito tenía restringido el acceso a los flamantes bulevares y a las avenidas construidas en esta etapa de modernización. En cambio, estaba limitado a vivir en las orillas, en los arrabales.

Los vecinos del barrio vs el cabecita negra

Nuevos sujetos urbanos tomaron el lugar del compadrito con las oleadas migratorias producidas a partir de la década del 1930, en este caso protagonizadas por migrantes internos y de países limítrofes. Son muy conocidas las representaciones sobre estos sujetos en obras como “La fiesta del monstruo” de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, “Ragnarök” de Borges y “Casa Tomada” de Julio Cortázar. En estas ficciones, la llegada de los migrantes se representa como una invasión a la ciudad por parte de masas violentas, irracionales y bestializadas.

Para la elite porteña se trataba de un “aluvión zoológico”. Esta representación encuentra su punto culmine el 17 de octubre de 1945: un hecho que implicó la irrupción en el centro de la ciudad de esas masas migrantes que hasta el momento eran ignoradas y percibidas como ajenas por la elite porteña, al igual que todo lo que se producía más allá del borde que separa material y simbólicamente a la entonces Capital Federal del resto del Gran Buenos Aires. Son representativas las preguntas que se hiciera Félix Luna: “¿De dónde salían? ¿Entonces existían? ¿Tantos? ¿Tan diferentes a nosotros?”.

Este fenómeno implicó la irrupción de un nuevo actor en el centro de la ciudad, descalificado con el mote de cabecita negra. Como el pájaro argentino, el cabecita negra era caracterizado como morocho, sucio y de lengua incomprensible. A diferencia del gaucho representado como el protagonista del mundo rural y del compadrito representado como el protagonista suburbano, el cabecita negra no estaba en un afuera lejano como el desierto ni en un afuera cercano como los suburbios: es la primera alteridad que se cuela en el centro mismo de Buenos Aires y rompe con el imaginario de la ciudad blanca y europea.

Buenos vecinos vs villeros

Mucho más acá en el tiempo, otro episodio reactualizó la oposición entre los habitantes de Buenos Aires y los demás: la toma del Parque Indoamericano por parte de habitantes de las villas del sur de la CABA. Para los funcionarios del Pro que ya gobernaban la ciudad se trató de un fenómeno de usurpación que ponía el espacio público bajo amenaza. Frente a los vecinos porteños -calificados como pacíficos, tolerantes y respetuosos de la ley- contrapusieron como antagonista a un sujeto migrante, irregular y asociado a la delincuencia.

Vecinos de Recoleta vs manifestantes

En los últimos días, la manifestación de apoyo a Cristina Fernández de Kirchner que tuvo lugar en las inmediaciones de su domicilio en Recoleta despertó el pánico moral entre los residentes y la élite política. El propio Jefe de Gobierno lo calificó como un “plan organizado de ocupación del espacio público” que alteró la “paz” y la “vida normal del barrio”. Así, una vez más, la élite porteña actualiza el imaginario siempre productivo de Civilización y barbarie en la oposición entre los “vecinos” que condensan la identidad porteña y los “militantes” que, forasteros e incívicos, la ponen bajo amenaza.


*Martina Berardo es socióloga y magister en estudios urbanos.

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