Fascismo

Rocco Carbone, docente e investigador de la UNQ y el Conicet, describe en qué consiste el significado de un concepto que, lejos de quedar sepultado, siempre se recicla.

Niños fascistas
Niños fascistas. Créditos: fotografía extraída del sitio web del partido patriótico España2000.

El fascismo y el nazismo fueron hechos y morbos intelectuales y morales, expresiones menos de clase que de sentimiento. El fascismo emergió en un momento de depresión, de catástrofe y en un instante de doble decepción: frente al liberalismo racional y al marxismo. La catástrofe emergía de la Primera Guerra Mundial que estalló de manera sorpresiva, como una sacudida imprevista y como tal conmovió el cuadro de orden, la razonabilidad, la “tranquilidad” que la civilización occidental venía cultivando desde siglo XIX. La guerra duró más de cuatro años, se combatió en el corazón y en toda la superficie europea e involucró a todos los pueblos de los países beligerantes, pero se refractó también sobre la vida de los pueblos de los países neutrales. Esa catástrofe provocó incertidumbre en el ser humano, por la falta de protección y por la situación de aislamiento en medio de los peligros de la vida. Y cuando el ser humano experimenta una incertidumbre sostenida, tiende a sentirse fuerte y seguro si entra a formar parte de un gran ejército, de las masas o de un movimiento mesiánico. Se trata de la seducción fascinante de la violencia.

En la complejidad creciente del mundo, luego de la catástrofe sin precedentes de la guerra mundial, el asombro condujo a las masas a una impaciencia creciente y al desprecio de la racionalidad, del compromiso y de cierta idea de progreso. En el contexto de catástrofe, incomodidad y crisis emergió ese movimiento audaz, carente de un sistema positivo de ideas, pero capaz de atraer y fascinar a las masas incluso a pesar de la falta de fe de sus afirmaciones: el fascismo.

El fascismo clásico no fue un movimiento de una clase o de un grupo de clases sociales en contra de otra clase u otro grupo. Sería erróneo entenderlo de otra manera. Sus seguidores -en Italia, de hecho el 2022 se cumplieron cien años de la oprobiosa marcia su Roma se encontraban en todas las clases, en todos los órdenes económicos e intelectuales, entre proletarios y clasemedieros, entre empresarios y campesinos, entre clericales y antiguos aristócratas, entre obreros y burgueses. Hitler y Mussolini fueron sostenidos necesariamente por individuos pertenecientes a todas las clases sociales. También es cierto que el fascismo encontró fervientes opositores en todas esas clases, conectados por un común sentimiento antifascista, un tejido de protección contra todos aquellos que integraban las mismas clases de lxs opositorxs pero que se habían conectado a esa experiencia violenta y contradictoria. Esto nos habla del origen pluriclasista del fascismo.

El fascismo es un movimiento contradictorio, de afirmación y negación: este es un punto nodal. Supo defender la religión y el ateísmo, cobijar la cultura y elogiar la anticultura, cruzar tradición literaria (decadentismo) y vanguardia -D’Annunzio y Marinetti-, custodiar la propiedad privada y el capital y hablar de estatización de la propiedad, reverenciar las leyes y su violación, acuñar conceptos ultramodernos y ponerlos en diálogos con categorías mohosas de la historia de las ideas. Mussolini se contorneó de la peor burguesía -la especuladora- y ordenó una campaña contra esa misma burguesía, incluso lingüísticamente con el uso del plebeyo voi por sobre el elegante lei. Y, violento como era, le ofrendó al mundo la ramita de olivo de la paz.

Decirle a alguien “fascista” es todo menos una injuria de la cual disculparse. Fascista nombra un modo de la política que está por fuera del rango democrático y que se introduce en él con una motosierra. Fascista es un criminal que apela al tribunal para criminalizar la lengua.


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