Un desarrollo científico de la UNQ servirá para analizar los suelos de todo el planeta

El equipo científico de Luis Wall desarrolló un índice capaz de determinar biofertilidad, que será empleado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura en suelos en todo el mundo.

Créditos: Magalí Sánchez.

“Nuestro grupo de investigación trabaja hace más de 15 años en conjunto con productores agrícolas estudiando indicadores biológicos de salud del suelo”, destaca Luis Wall, director del Laboratorio de Bioquímica, Microbiología e Interacciones Biológicas en el suelo de la Universidad Nacional de Quilmes. El científico, en diálogo con la Agencia de Noticias Científicas de la UNQ, cuenta que estos indicadores permiten diagnosticar los niveles de biofertilidad de un suelo.

La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) hace diez años creó una división que se encarga particularmente del estudio de los suelos. Esta división, llamada “Global Soil Partnership”, le da lugar de privilegio a la tierra donde se siembra y se produce, generando programas que cuiden la biodiversidad y enfocándose en estudios biológicos de los suelos del planeta. Gracias a gestiones de la secretaría de transferencia de la Universidad Nacional de Quilmes, Luis Wall tuvo una entrevista con miembros de la FAO para transmitirles los resultados respecto de indicadores biológicos novedosos nunca antes estudiados.

“Hablé sobre el índice lipídico de salud de suelos y ,para mi sorpresa, cuando terminó la reunión, el comité técnico propuso para la agenda 2023 trabajar en la globalización del método de extracción de ADN, medición de nitrógenos y el tercer punto es la globalización del índice que nosotros desarrollamos”, cuenta con entusiasmo. Y agrega: “Nos están dando la oportunidad de validar estas mediciones a nivel mundial”. El trabajo, desarrollado íntegramente en la UNQ, será aplicado mundialmente en el análisis de salud de todos los suelos del planeta.

¿Por qué estudiar los lípidos de la tierra?

“Es un indicador de suelo único que, hasta donde yo sé, solo lo estudiamos nosotros”, señala Wall. Luego continúa: “El análisis no es complejo y estoy dispuesto a abrir ese secreto y negociar con la FAO para que quede asociado a la Universidad”.

Según cuenta Luis Wall, los suelos están todavía caracterizados como un sustrato químico que provee nutrientes inorgánicos a las plantas para que se desarrollen; los más importantes son el nitrógeno y el fósforo ya que son los más limitantes. Al realizar cultivos, estos minerales se extraen del suelo, hasta hablar de minería del suelo. A inicios del siglo XX aparecieron los fertilizantes químicos que no son más que compuestos que reponen los nutrientes extraídos. Sin embargo, el científico aclara que hay problemas respectos de estas prácticas: “El nitrógeno de los fertilizantes que las plantas no utilizan pasa a las napas de agua y genera contaminaciones; de manera que el agua que es potable, pronto deja de serlo. También, como consecuencia del manejo químico del suelo, se da uso de agroquímicos”.

En los últimos 20 años, gracias a la posibilidad de hacer secuenciación masiva de ADN, se analizaron las comunidades microbianas y el suelo ya se entiende como un espacio de interacciones complejas microbiológicas y bioquímicas. “El carbono tiene dos grandes reservorios en el planeta: el primero son las plantas y el segundo son los microorganismos, las bacterias aportan más carbono que los animales, lo que hace funcionar al planeta es la microbiología”, señala Wall.

Según explica el científico, el calentamiento global tiene que ver con la acumulación de gases de efecto invernadero como dióxido de carbono, metano y óxido nitroso. Este último escapa del suelo a la atmósfera; fenómeno que se puede evitar si se aprovecha el nitrógeno orgánico de la tierra. Ese nitrógeno orgánico existe en restos vegetales y animales y bacterias. “En los últimos años aparecieron datos que indican que la parte orgánica más importante del suelo es biomasa bacteriana necrótica, es decir, bacterias muertas. Eso plantea una parte del suelo que tiene su bioquímica particular, una parte que hasta ahora nadie la miró. Nosotros creemos que estamos mirando, entre otras cosas, eso. Esa es la información que brindaría el índice que desarrollamos”, destaca.

El lado oscuro del suelo

El estudio se realiza en un equipo llamado cromatógrafo gaseoso, y el resultado es un patrón que Wall y compañía llamaron “huella del suelo”. Esa huella separa los suelos por su uso, pues, la tierra manejada de maneras diferentes presenta distintos perfiles lipídicos. “Lo que vimos es que si a los lípidos totales le restábamos los fosfolípidos y los lípidos neutros, nos quedaba un residuo de datos correspondientes a otros lípidos que siguen separando los suelos por su historia. Estamos mirando algo que nadie miró, algo así como el lado oscuro del suelo”, explica el científico.

Por medio de la asignación de puntajes en base a su utilidad, el conjunto de datos sobre lípidos genera un número. “Es un índice que correlaciona con muchas variables relacionadas a la salud del suelo”, comenta Wall. La correlación se desarrolla gracias a que el equipo de trabajo estudia el suelo desde diferentes enfoques. “Llegamos a ese número porque pudimos analizar en conjunto todos los datos, con la información de lípidos solos no llegábamos”, detalla.

Afuera del laboratorio

Gran parte de la producción agrícola es por arrendamiento de las tierras. “Cuando uno alquila un departamento, lo tiene que devolver igual que como lo alquiló. Cuando la tierra se alquila, los suelos se degradan y nadie cobra por esa degradación. Con este índice quizá se podría premiar al que hace las cosas bien y que paguen el costo ambiental quienes no lo hacen. Mejorar la salud de los suelos tiene como beneficio la mitigación del cambio climático”, finaliza.

Hay dos aspectos que a Wall lo alegran, luego de todo este esfuerzo realizado. “Por un lado, hacer algo que puede ser útil, una idea para que otros la completen, algo que antes no estaba descripto. Por otra parte, todos estos años dejé de trabajar en el laboratorio y empecé a hacerlo con los productores agrícolas”. Y remata: “El ensayo en el campo es muy importante y estoy convencido de que tiene que realizarse en las condiciones reales de trabajo que no suelen ser las controladas que se dan en un laboratorio. Tenemos muchos datos y la interpretación está basada en un modelo de producción real”.


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Nadia Chiaramoni

Licenciada en biotecnología. Doctora con mención en ciencias básicas y aplicadas